El nombre de Jean-Louis Trintignant recobra actualidad estos días por el estreno de su última película, Los años más bellos de una vida. Claude Lelouch, su director, ha vuelto por tercera vez a reunir a los dos actores que protagonizaron en 1966 Un hombre y una mujer, cuyo éxito se demostró al conseguir la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Óscar a la mejor película extranjera en Hollywood. Luego, hubo una segunda parte de aquella romántica historia de una pareja de viudos que se enamoran, en 1986, que pasó más inadvertida. Ahora, la tercera y definitiva historia de esta saga cinematográfica de la que les supongo a muchos al corriente, aborda el reencuentro de dos ancianos, los mismos actores que dan vida a esos tiernos personajes, cincuenta años después de su primera cita, Trintingnant y la espléndida siempre Anouk Aimée.
Los años más bellos de una vida es el testamento cinematográfico de ese magnífico actor que ha sido siempre Jean-Louis Trintignant. Lo dijo él mismo al concluir ese rodaje, el pasado año: "Me retiro, ya no tengo fuerzas para más, y además, me estoy muriendo". Dramática confesión de un hombre que está convencido de que su final está cerca. Con una vida de éxito en el cine, de amores que le hicieron feliz en distintas etapas de su existencia, cuando está próximo a cumplir ochenta y nueve años el próximo diciembre. Y también con una dramática biografía en la que dos episodios dolorosos le produjeron una pena infinita: las muertes de dos hijas en circunstancias dramáticas. Y todo eso con un presente que le va acercando a su adiós: se está quedando ciego pero sobre todo padece cáncer de próstata y ha decidido suspender el tratamiento al que se había sometido.
Tristeza nos da escribir estas líneas cuando recordamos la noche en la que lo entrevistamos en la estación madrileña de Chamartín. De esto han transcurrido cincuenta y dos años. Fue en una pausa del rodaje de Las secretas intenciones, donde le dirigió un interesante pero infortunado realizador, el vasco Antonio Eceiza. Apenas la prensa de entonces se hizo eco de la estancia del actor galo y tuve el placer de conversar a solas con él durante cerca de una hora. Hacía un año del estreno de Un hombre una mujer, lo que lógicamente predominó en nuestra entrevista: "Yo hice cambiar de idea a Claude Lelouch cuando me dio a leer el guión, donde el protagonista era un médico. Le propuse que por qué no un piloto y aceptó". Que Trintignant interpretara el papel de un piloto de carreras, Jean-Louis Duroc, no era un mero capricho: dos tíos suyos habían destacado en esa profesión, primero Louis, y luego Maurice, que en la categoría de Fórmula 1 triunfó un año en Las 24 Horas de Le Mans. De ellos le venía esa afición a los bólidos. "Yo tengo una licencia especial – me dijo - , participé en un "rallye" de Montecarlo y estoy habituado a correr a bastante velocidad con mi Mercedes 300 SL.". Tuvo un grave accidente mucho tiempo después de aquella charla, del que le quedaron graves secuelas.
Comentar con Trintignant aquellas proezas suyas al volante nos hizo rememorar el miedo que pasaba su personaje en La escapada, sentado a la vera de un alocado Vittorio Gassman, que lo había arrastrado, en la jornada calurosa en la que transcurría la película, a subirse al coche con él, cuando estaba tranquilamente estudiando en casa. Un tipo tímido, como él mismo en la realidad: "Lo soy, ciertamente, aunque he ido perdiendo lo que creo es un defecto gracias al cine". Le pregunté si se sentía realmente un galán, como lo parecía en la pantalla: "¡Oh, no!, ni soy héroe ni soy galán. Tampoco me gusta ser siempre en el cine como en Un hombre y una mujer, huyo de esa etiqueta, de ahí que quiera hacer "de malo" como en la película que ahora me ha traído por tercera vez a España, la primera en 1955 y la segunda, diez años después, para otra que rodé en Barcelona".
De sus amores, hablamos superficialmente. Fue amante de Brigitte Bardot, con la que convivió y protagonizó Y Dios creó a la mujer, escandaloso filme en la época, año 1956. Me dijo que como había transcurrido bastante tiempo, lo olvidaba al estar ya junto a una sola mujer, su esposa, Nadine Marquand. Antes de esa segunda boda, estuvo matrimoniado con la actriz Stephane Audran, dos años, entre 1954 y 1956. Al conocer a Nadine, que en adelante sería conocida con el apellido de su marido, le unió a ella además de amor una pasión común, el cine, donde ella ejerció de directora. Tendrían tres hijos: Pauline, Marie y luego Vincent, que aún no había nacido cuando yo entrevistaba a su padre. "Mi primogénita murió asfixiada con dos meses en un desgraciado accidente doméstico – me contó Jean-Louis -. Fue en Roma, donde me encontraba por razones de trabajo. La culpa fue por la regurgitación de leche cuando tomaba el biberón. Fue un duro golpe para nosotros". Aun le esperaba una si cabe más dolorosa aún pérdida, muchos años más tarde, en 2003, cuando su segunda hija, Marie, que había seguido los pasos artísticos de su progenitor, rodaba una película en una ciudad lituana. Había dejado hacía algún tiempo a su pareja y llevaba dieciocho meses junto al cantante Bertrand Cantat, que la acompañaba en aquella ocasión. En la habitación del hotel que ocupaban se suscitó una disputa, que acabó con Marie en el suelo, sangrando, consecuencia de los puñetazos que le propinó Bertrand. Operada de urgencia en una clínica de la ciudad fue trasladada a Francia, donde acabó su vida.
Aquella muerte sumió a Jean-Louis Trintignant en una severa crisis que a duras penas pudo soportar, cuando ya hacía tiempo que se había separado de Nadine. Protagonista de notables películas (El conformista, de Bertolucci, Z, de Costa-Gravas, entre otras), tuvo que ir superando poco a poco la última desgracia familiar, refugiado en los rodajes, en representaciones teatrales y más últimamente en recitales de poesía. Invirtió algunos de sus ahorros con otros socios en unos viñedos que producían un estimable vino. Y así, le ha llegado la hora del descanso cuando las huellas de sus enfermedades, ya relatadas, le tienen medio consumido, ya sin pisar las calles, ni dar paseos por la playa de Deauville como en sus buenos tiempos de "Un hombre y una mujer" del brazo de la encantadora Anouk Aimée, esa mujer de la que tantos hombres se enamoraron.