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Andrés Pajares y las muchas mujeres que no menciona en sus memorias

Andrés Pajares no habla de muchas mujeres en sus memorias recientemente publicadas.

Con la actriz Grecia Castta. | Gtres

Ha aparecido estos días el libro de memorias de Andrés Pajares. Que él subtitula Antes de que se me olviden. Con la ayuda de un profesor granadino, especialista y riguroso historiador de las revistas musicales españolas, Juan José Montijano Ruiz. Ya hace cuatro años este prolífico autor editó otro volumen, Pajares-Esteso, tanto monta, monta tanto.... Las páginas dedicadas al cómico madrileño entonces vienen a ser casi las mismas, con algunos añadidos, que las que han visto ahora la luz en esas memorias. En ellas, Andrés Pajares evita contar aspectos de su vida personal y únicamente recuerda sus trabajos artísticos, salvo una breve cita acerca de su primera mujer.

Andrés Pajares, que cumplirá ochenta años en la próxima primavera, ha sido siempre reacio a contar sus experiencias sentimentales. Hijo de un camarero, trabajó en diversos oficios antes de dedicarse, ya con diecisiete años, a parodiar a artistas de la canción. Confesaba que las mujeres le han gustado siempre mucho. Una de sus bromas, siendo aún adolescente, era simular la voz de su madre, llamando por teléfono a la dueña de una tienda de ropa íntima femenina, solicitándole detalles de las últimas novedades. Y de esa manera escuchaba cómo doña Concha, ignorando la verdadera identidad de su interlocutor, le ponía al día de las bragas más llamativas que acababa de recibir o los muy atractivos que resultaban unos sostenes. Llegó un día que aquella buena señora enviudó y Andrés ya tuvo con ella un vis a vis. "Pasó lo que tenía que pasar", revelaba, sin entrar en más detalles.

Presumiblemente Andrés Pajares debió tener otros contactos femeninos, aunque se los calla en su libro. Donde apenas nos cuenta cómo en 1959 conoció a la que puede decirse fue su primer gran amor, una bilbaína llamada Mari Carmen Burguera, casada, que abandonó a su marido, que la maltrataba. Ella llegó a Madrid ganándose la vida como vendedora de productos de la casa Avon. Pajares actuaba por entonces en una sala de fiestas de la Gran Vía, York Club, se enamoró de Maby, como la llamó siempre, y llegó a proponerle trabajar juntos para estar más cerca el uno de la otra. La tal Mari Carmen, Maby, no tenía ni idea de cantar ni de bailar ni de actuar en público, pero se convirtió en pareja cómica de Andrés Pajares y pareja en la vida real también. Como era atractiva importaba menos que sus parlamentos fueran deficientes. Ya se encargaba él de sembrar de gracia los suyos. Claro está que los lugares donde actuaban eran de poca categoría. En Zaragoza en la conocida zona de El Tubo, llegando a realizar diariamente siete u ocho apariciones, desde mediodía hasta la noche bien entrada. Otro sitio donde firmaron contrato fue el popular Teatro Chino de Manolita Chen, asimismo hasta el agotamiento. Toda esa vida de cómicos ambulantes a cambio de muy poco dinero. Tenían que servirse de una rifa entre los espectadores, ofreciendo al afortunado ganador una botella de anís del Mono, y con la venta del rimero de tiras conseguir unos pocos duros, para ir tirando por esos pueblos de Dios... El último espectáculo en el que se presentaron ya tenía más prestancia pues era la compañía de variedades de Manolo Escobar.

Con su hijo Andrés | Archivo

Pasaron por el trance de sufrir un accidente de carretera, subidos en el primer coche que tuvo Andrés, un dos caballos, del que ella salió malparada. Pasó ingresada en Madrid bastante tiempo. Le dijeron a Pajares que Maby padecía osteomelitis. Finalmente él pudo enterarse del drama: su compañera tenía un cáncer de pulmón incurable. Murió con treinta y tres años. Un enorme vacío llegó a la vida de Andrés Pajares, que tuvo que esconder muchas noches las lágrimas para hacer reír al público con sus monólogos trufados de ocurrencias. La popularidad de Andrés Pajares era notable en aquellos inicios de la década de los setenta. De su unión con Maby habían tenido un varón, llamado como el padre. También hizo sus pinitos como actor, pero se convenció de que no era su vocación y acabó ingresando en una compañía aérea como auxiliar de vuelo. En diferentes ocasiones intervendría en programas rosas de televisión. Padre e hijo tuvieron muchas veces públicas diferencias.

Antes de que Maby falleciera, Andrés se había relacionado con otras mujeres, entre ellas una rubia canaria llamada Asunción (Chonchi) Alonso, que tenía verdadera obsesión por triunfar como actriz. Pajares le procuró apariciones en sus espectáculos, caso por ejemplo de una obra de café-teatro, en 1974, Yermo, parodia del drama lorquiano. Con el paso de los años Chonchi también formó parte del reparto de algunas series de televisión, como ¡Ay Señor, Señor! y ¿Dónde estás, corazón? La pareja se mostraba muy sonriente a menudo en las páginas de las revistas del color, dando la sensación de que eran muy felices, desde su primer encuentro en 1965. Diez años después pudieron celebrar su matrimonio, pues hacía dos de la muerte de Maby. A su hogar llegó una niña, que bautizaron con el nombre compuesto de María del Cielo, en 1976. Pero aquella felicidad que disfrutaban se fue al traste un día, para siempre, tras unos episodios repetidos de celos y broncas. Chonchi lo acusaba de maltratarla y él se defendía con otros argumentos. Quizás es que ella no viera con buenos ojos las películas de su marido con Fernando Esteso, en las que desfilaban siempre bellezas despelotadas. Tal vez que también Chonchi quisiera más protagonismo como actriz. El caso es que en 1997 se divorciaron. Más adelante, Mari Cielo siguió los pasos de su hermano Andresín, poniendo el cazo previo paso por las productoras de televisión que recababan su presencia para contar miserias e intimidades del hogar paterno. Terminó por marcharse a Los Ángeles, con la ilusión de estudiar arte dramático, después de alguna aparición artística en España y de publicar un libro autobiográfico, que ignoramos si pudo interesarle a la gente.

Hay un episodio que no nos resistimos a describir en la época en la que Andrés Pajares iniciaba su biografía cinematográfica, en 1969, como pareja de Carmen Sevilla, a la que tenía que besar apasionadamente en una secuencia de Un adulterio decente. Se azoró, se puso colorado, incapaz de juntar sus labios con los de la estrella. Hasta que el realizador le instó a llevar a cabo ese momento, porque si no les iban a dar las uvas.

La popularidad de este gran cómico se acrecentó al máximo en su carrera cuando protagonizó ¡Ay, Carmela! junto a una Carmen Maura también en estado de gracia. A él le concedieron un Goya, y otro premio similar en el Festival de Montreal. Había ganado mucho dinero en la mejor época de su colaboración en películas con Fernando Esteso y en sus galas y espectáculos. Pero al romper con Chonchi, su vida sentimental se resintió. Y entre fugaces relaciones con algunas actrices y modelos, durante una estancia en Palma de Mallorca conoció a una fisioterapeuta llamada Conchita Jiménez, que le alivió sus constantes dolores de espalda al tiempo que llenó su vida sentimental. Es curioso que siendo tímido, como siempre se consideró, subrayándolo también el director Carlos Saura tras conocerlo a sus órdenes en ¡Ay, Carmela!, se comportara otras veces con la audacia y descaro de un conquistador. Y la tal Conchi, madre de un hijo, cayó en sus redes, dejó su puesto en la capital mallorquina y se instaló en el piso que Pajares tenía en Madrid cerca de los Nuevos Ministerios, en el barrio de Chamberí.

Desde 1997 hasta 2003 duró su convivencia, que acabó como el rosario de la Aurora. Andrés evidenció su querencia con ciertos vicios y la fisioterapeuta se cansó de él, no sin antes denunciarlo con el argumento de que la maltrataba. Pasaron por el juzgado correspondiente y Andrés salió mejor parado de lo que podía suponerse. En adelante, Andrés Pajares fue un lamentable personaje, a merced de alguna de sus adicciones, cliente de algunos hoteles donde montó más de un pollo por culpa de su inapropiada conducta y el abuso de las sustancias que iba consumiendo. Una verdadera pena, que no lograba superar. Amén de que aceptó visitar alguno de esos programas de fin de semana donde aviesos contertulios lo despellejaban vivo. Él se defendía con incongruentes respuestas, acusando a la prensa amarilla de ser causante de sus males. Sus hijos quisieron ayudarlo. Pasó por más de una clínica y allí, entre entradas y salidas, fue muy lentamente recuperándose.

Con Juani Gil en San Isidro | Gtres

Un imprevisible acontecimiento lo situó de nuevo en las portadas de la prensa del corazón, pero no en las secciones de sucesos. Transcurría marzo de 2003 cuando anunció públicamente que era padre de una hija treinteañera, con quien se presentó en un hotel ante los periodistas. Resultó que, en efecto, esa joven, muy atractiva por cierto, era fruto del amor que sostuvo en su día el actor con una novia pasajera. De la que se había olvidado por completo. Hasta que en el citado año, Eva, hoy ya con cuarenta y tres años, se presentó ante él diciéndole tranquilamente: "Eres mi padre". La reacción de Andrés, pasado el estupor inicial, fue reconocerla y darle obviamente sus apellidos. Eva, desde entonces, estuvo a su lado, lo acompañó a algunos eventos sociales, convirtiéndose en una abnegada hija al cuidado de papá Pajares.

La carrera artística de nuestro protagonista fue de mal en peor. Recuerdo una tarde de sábado de 2004 cuando saqué una localidad en el teatro Arlequín, situado en la semiesquina de la Gran Vía madrileña, donde se anunciaba un espectáculo de Pajares, que hacía tiempo estaba retirado: A mi manera... de hacer. Pasé vergüenza ajena mientras él se paseaba entre el público en la pequeña sala del teatro. No sé si me reconoció. Lo que sí reconocí yo es que el gran cómico estaba al borde del fracaso, trabándosele la lengua, tartamudeando un texto sin gracia. Una grotesca representación que, afortunadamente, duró menos de una hora. Casi nadie lo aplaudió al final. Salí del Arlequín un tanto apenado. La gloria de un fantástico actor por los suelos. Su nombre fue esfumándose de los medios de comunicación. Él mismo se recluyó en su residencia. Menos mal que un alma buena, su secretaria y medio enfermera y asistente Juana Gil se ocupó de él. Su ayuda ha sido fundamental para que Andrés Pajares, ya decididamente jubilado del espectáculo, encontrara por fin la salida de un túnel cuya oscuridad le duró demasiado tiempo. Incluso ha vuelto a repetir que a lo mejor un día le da por casarse con Juana.

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