La muerte de Jacques Chirac, quien fuera Primer Ministro y Presidente de la República Francesa, ha puesto de manifiesto sus años de "grandeur" como líder de la derecha gala, aunque también cuando dejara el palacio del Elíseo fuera imputado por malversación de fondos públicos. Lo condenaron a dos años de prisión, pero ya manifestaba su delicada salud, por lo que finalmente lo libraron de entrar en prisión. Si controvertida resultó por ello su biografía política no menos interesante fue la relativa a su vida íntima. Seductor desde su más temprana juventud engañó cuanto pudo a su abnegada esposa, Bernadette, que ahora vive horas de dolor, empeorado su aspecto a ojos vista.
No era para los franceses secreto alguno que Jacques Chirac "ponía los cuernos" constantemente a su mujer, con la que llevaba casado sesenta y tres años. Se habían conocido muy jóvenes, él un año mayor, a los dieciocho. Bernadette Chodron de Courcel pertenecía a una rica familia burguesa y católica, en la que destacaba un tío suyo, ayudante de campo del general Charles de Gaulle. Jacques Chirac siempre reconoció ser admirador del Presidente de la V República, héroe de la liberación de París, y probablemente fuera a través de dicho parentesco de su futura esposa el modo con el que lo conoció. Los escarceos amorosos de Jacques junto a Bernadette se interrumpieron cuando él se marchó a Estados Unidos para ampliar estudios en la Universidad de Harvard, donde momentáneamente se olvidó de su novia francesa para ligarse a una joven alumna llamada Florence. Con ese ímpetu amoroso que le caracterizaba llegó a proponerle matrimonio a la muchacha pero enterado el padre de Jacques le conminó inmediatamente a cortar aquella relación para que reanudara la interrumpida con Bernadette.
De regreso a París, con veintitrés años, se desposó con ella, superando los obstáculos de la familia de Bernadette que "no tragaba" al fogoso político. Pero se impuso el amor, como suele decirse en estos casos. Y algo más: la pareja se había conocido en la Escuela de Ciencias Políticas y por ello les unió también su interés por los asuntos públicos. Con el paso del tiempo, Bernadette Chirac ocupó un segundo plano en la vida oficial de su esposo, renunciando a sus ambiciones políticas, para convertirse en su consejera. Lo amaba, manifestando estar casada con un hombre muy atractivo, de un metro y ochenta y nueve centímetros de estatura, encantador sobre todo con el sexo femenino, muy sonriente, simpático, reconociendo que las mujeres lo admiraban. Por su aspecto, sí, mas también sabiéndolo hombre poderoso.
Tuvieron dos hijas, Laurence y Claude. La primera nacida en 1958, que padecía anorexia, sufrió crisis depresivas que la acercaron al suicidio hasta que falleció víctima de una dolencia cardíaca. Tenía tan sólo cincuenta y ocho años y supuso un doloroso trance para sus padres. La desgracia los unió más entonces, cuando Jacques Chirac hacía poca vida familiar. La segunda de sus hijas vino al mundo en 1962 y se convirtió en consejera política de su progenitor. No fue del dominio público, al principio, la existencia de una tercera hija adoptada, la vietnamita Anh Dào Traxel, nacida en 1957, a la que acogió el matrimonio Chirac en 1979. En principio, ella se encontró feliz viviendo junto a sus nuevos padres. Algo debió hacerle cambiar de parecer pues en 2014 rompió todo vínculo con ellos. Se había casado con un guardaespaldas de su padre adoptivo, del que acabó divorciándose. Y ahora se piensa que no tenga opción alguna para reclamar derechos hereditarios.
Los amores del político galo fueron múltiples, pero los que se más airearon en la prensa francesa fueron los que siguen. Una periodista de la AFP, quien al entrevistarlo, rendida poco menos que a sus pies, vivió una temporada como su amante. La reemplazó en esos menesteres amatorios Michèlle Barzach, a la sazón ministra de Sanidad. Cuéntase que en un Consejo de Ministros ambos llegaron tarde al comienzo de la reunión. Cada uno por su lado procedían del apartamento que Chirac utilizaba como picadero. Adonde llevaría muchas veces a Jacqueline Chabridon, otra colega nuestra, morena, de treinta y cuatro años, madre de una niña de corta edad, que le hizo una interviú a Chirac y acabaron en la cama. Puede afirmarse que la convivencia que mantuvieron fue la más prolongada en la historia de las amantes de las que disfrutó Jacques Chirac, entre las que también se cuentan diputadas, señoras burguesas casadas y jovencitas que lograban llegar hasta el Presidente.
Casada tambien estaba la mentada Jacqueline Chabridon. Primero con un taquígrafo de la editorial donde ella trabajaba y después con un redactor de la TF1, Alain Fernbach, que fue el engañado cundo ella se emparejó con Chirac. Esta Jacqueline dio mucho juego en la vida amorosa del Presidente. Pertenecía a la redacción de Le Fígaro, donde se ocupaba de la sección de espectáculos pero una vez que se relacionó con Chirac consiguió que la destinaran a la sección de política, lo que convenía tanto a ella, a su amante y al propio diario. De esa manera, como enviada especial, formó parte del séquito del gran político en una visita oficial a la India. ¿Les suena eso con algún otro mandatario regio? Entre tanto, Bernadette Chirac bramaba para sí, buscó apoyo en una consejera y ésta se citó en un restaurante con la amante susodicha. Le hizo ver aquella que su relación con el Presidente perjudicaba no sólo al matrimonio sino al prestigio de la República. Consiguieron sus propósitos y Jacqueline Chabridon se esfumó de la vida de Chirac y no volvió a encamarse con él . Acabó casándose con el profesor Olivier Lyon-Caen, prestigioso neurólogo que al parecer había tratado clínicamente al Presidente.
Nos hemos dejado para el final de este apartado de amantes a Claudia Cardinale, la sensual actriz tunecina, que triunfó en el cine italiano. Ella siempre negó estar relacionada con el líder de la derecha francesa, pero hubo un testimonio que la desautorizaba. Resulta que en la noche del 31 de agosto de 1997 los servicios secretos del gobierno francés trataron inútilmente de localizar a Jacques Chirac para informarle que la princesa Diana de Galas había muerto en un trágico accidente de automóvil en el Pont de d´Alma, en París. Hubo que recurrir a su esposa, quien ignoraba asimismo dónde se encontraba su esposo. No se desveló entonces el secreto. Estaba haciendo el amor a Claudia Cardinale. Y eso, el único que podía saberlo era su chófer, que sabía al dedillo las correrías de su jefe, como lo contó más tarde en su libro de recuerdos Président, la nuit vient de tomber.
No sería el único volumen publicado acerca de los amoríos de Chirac, pues hace tres años dos periodistas editaron el libro Jacques y Jacqueline: un hombre y una mujer frente a la razón de Estado, donde se contaban detalles de la convivencia del Presidente con la antes ya citada Jacqueline Chabridon, como por ejemplo que estuvieron a punto de dar al traste con el matrimonio con Barnadette, tal era la pasión del político francés. Lo curioso es que salvo esa convivencia, el resto de sus relaciones eran en general menos intensas, al punto de que su chófer tenía controladas las visitas que hacía a sus amantes, en general breves: un polvo… y a la calle, donde le esperaba su conductor para llevarlo a su despacho. De ahí le vino una frase que le endilgaron: "Monsieur cinco minutos, ducha incluida". Más rápido que el pistolero de la canción "Speedy González", desabrochándose la bragueta.
Quien fuera su consejero, Charles Pasqua lo define así: "Era un semental excelente". Un machista de tomo y lomo, que le comentaba a un amigo: "Los hombres como yo estamos siempre dispuestos a cazar, pero al final tenemos que volver a nuestras cuevas". Se refería al hogar, claro. No obstante sus múltiples conquistas le confesó al periodista Pierre Péan, en su libro "El desconocido del Elíseo", lo que sigue: "Nunca abandonaré a mi mujer". Bernadette, en efecto, lo esperaba siempre con los brazos abiertos, sin reprocharle sus romances. Cuernos bien puestos y consentidos. Cuando Jacques dejó todos sus cargos oficiales ella se dedicó a divertirse: iba muchas noches a bailar, incluso en sus veraneos en Saint-Tropez. Si le preguntaban por su esposo contestaba que lo había dejado durmiendo, porque era muy aburrido y no deseaba acompañarla.
La prensa francesa, además de dedicar a Jacques Chirac amplios espacios, ha tenido la sensibilidad de reconocer el gran papel de su esposa, la discreción y paciencia que tuvo, para soportar tanta ignominia. En otro apartado, se la consideró siempre una defensora de la moda francesa, siendo una mujer si no atractiva, desde luego plena de elegancia, luciendo particularmente vestidos exclusivos de la firma Chanel y del desaparecido y excéntrico Karñ Lagerfeld. En las últimas horas, aparecía con evidentes muestras de cansancio. Su vida, a sus ochenta y seis años, había estado dedicada por entero a Jacques.