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El día que una mujer pagó 25.000 dólares por acostarse con Julio Iglesias

El cantante cumple 76 años alejado del foco mediático y pendiente de su juicio por paternidad.

El seductor Julio Iglesias | Gtres

Este 23 de septiembre Julio Iglesias celebra sus setenta y seis años de vida, en la que bien puede repetirse ese ya tópico de las luces y las sombras. Un triunfador sin ninguna duda con sus canciones, pero un hombre que sigue sufriendo las secuelas desde 1963 tras aquel gravísimo accidente de coche que pudo dejarlo inválido. De ahí que, periódicamente, haya tenido que someterse a nuevas revisiones médicas por su dolorida espalda, y algunas dificultades para caminar, aunque él no haya dejado nunca de hacer los oportunos ejercicios para aliviarla. Añádanse otros episodios y alifafes en su salud dada su edad. Pero como su vitalidad no le ha abandonado junto a las ganas de continuar su carrera, ahí lo tienen de nuevo de gira, aunque ya sus actuaciones sean más reducidas. Este mes ha dado conciertos en Boston, en Atlantic City, en Florida y le esperan otros ya en octubre en el Royal Albert Hall, de Londres y en diciembre en varios estados norteamericanos. Lo que no ha realizado esta temporada ha sido una gira tan larga como otros años. Pesan los años, pero no en su caso la popularidad que le siguen deparando los públicos de medio mundo.

Otro factor sí que le viene preocupando hace tiempo relacionado con su presunto hijo, Javier Sánchez Santos, quien desde julio pasado, mediante una resolución de la Audiencia valenciana, parecía que ya podría utilizar como primer apellido el del cantante al dictarse un auto reconociéndose ese parentesco tras unas pruebas de ADN. Pero sorprendentemente la Fiscalía se opuso a ese fallo. Y los abogados de Julio Iglesias recurrieron la sentencia hace un par de semanas. Parece que el asunto va para largo. Julio no tira la toalla, pues aunque aparentemente todo vaya en contra suya trata de ganar tiempo antes de reconocer que ese joven es fruto de sus relaciones con la bailarina portuguesa Edite.

Previsor, hace ya algún tiempo que Julio Iglesias quiso poner a buen recaudo su valioso patrimonio, que podría rondar los novecientos millones de euros, aunque estas cuestiones financieras son siempre difíciles de calcular por mucho que Forbes, la revista norteamericana, sea muy fiable a la hora de cuantificar las grandes fortunas. Y es que, como diría un castizo "a estas alturas de la película", aconsejado por quienes velan por sus bienes, Julio Iglesias los ha puesto a nombre de sociedades que las vinculan a Miranda, su esposa y a sus ocho descendientes, incluyendo en ellos a los tres habidos en su anterior matrimonio con Isabel Preysler. De los que uno de ellos, Enrique, millonario por su espectacular carrera musical, ya ha renunciado a esa posible herencia, lo que de momento, al no haberse hecho pública y ante notario, carece de legalidad. ¿Heredará algún día algo Javier Sánchez Santos? Tanto éste como su madre siempre han repetido que no buscan dinero del cantante sino el reconocimiento de paternidad. Dejémoslo ahí…

Habría que pensar si un artista como Julio Iglesias, amado, perseguido allá donde esté por un sinfín de admiradoras, que lo acosan y hasta pretenden meterse en su habitación, no ha tenido más hijos de esas experiencias con sus admiradoras. Que se sepa, "no le han salido más". Pero echo mano de las confidencias de Alfredo Fraile, que fuera íntimo amigo y representante de Julio, para relatarles lo que le aconteció una noche en el hotel Fiesta Palace de México D.F. Ya cerca de la madrugada, una empresaria de Tijuana, de mediana edad, llamó a la suite que ocupaba el cantante y su mánager. Éste, somnoliento, ante los golpes repetidos en la puerta, atendió a la señora en cuestión, quien a bocajarro, le dijo que deseaba acostarse con Julio Iglesias. Fueron inútiles los razonamientos de Fraile, mas la dama insistía que estaba dispuesta a pagar ¡veinticinco mil dólares! por pasar una noche con su ídolo. Había muerto su marido y todas las noches soñaba con Julio, sin haber tenido relaciones sexuales con ningún otro hombre. Tal follón armó que Julio se despertó y Alfredo no pudo evitar que la señora entrara en la alcoba que ocupaba el cantante. Se cerró la puerta, Alfredo se fue a dormir a su habitación y a la mañana siguiente comprobó cómo aquella decidida señora había cumplido sus deseos amatorios. En la mesilla de noche había unos trozos de papel: el cheque de veinticinco mil dólares, que Julio, digamos que caballerosamente, había roto. Con buen humor, Alfredo Fraile, le instó: "Y de mi veinte por ciento, ¿qué?"

La necesidad que un seductor como Julio Iglesias ha tenido siempre para tener a su lado todas las noches alguna mujer forma parte de su leyenda. Y cuando no era una conquista, ordenaba a Toncho Nava, aquel buen jugador de baloncesto, internacional del Real Madrid, en su papel de secretario para todo, que le buscara inmediatamente una acompañante: ya saben, del servicio de chicas de alquiler de "alto standing", fulanas de elevado caché de las agencias del ramo. Y si no eran rameras de lujo, sino modelos o azafatas, sus preferidas, Julio Iglesias las despedía con un estuche en cuyo interior había un reloj Cartier. Falso, por supuesto, de los que alguien de su equipo compraba mensualmente por docenas.

Entre los llamativos casos de féminas que compartieron catre con Julio Iglesias se recuerda el de una fogosa mujer que Alfredo Fraile identificaba con la letra D, probablemente por ser tal vez conocida, a la que endosaron el mote de la Rompecamas. Y es que, una noche loca de amor que vivió con ella el cantante, derivó en un estruendoso ruido que debió escucharse en las habitaciones vecinas a la que ocupaban. A la mañana siguiente, Fraile comprobó que la cama estaba ciertamente inservible. Lo chusco es que pasado un año, Alfredo se reencontró con D, que le dijo haber sido madre de dos gemelas, con un guiño con el que quiso hacerle ver que estaba segura eran fruto de aquel apasionado encuentro con Julio. Se había casado y el marido estaba contentísimo con sus niñas. Los hay ingenuos.

De boca de Julio nunca han salido anécdotas del jaez de las dos que acabamos de rememorar. En esas lides sentimentales siempre se comportó como un caballero, sin dar detalles de cuantas pasaron por su vida. Hace un año anunció que estaba dictando su autobiografía. A estas alturas, aún no sabemos en qué ha quedado ese propósito. Como tampoco se conocieron las razones de la suspensión de aquel homenaje monstruoso que se esperaba en julio de 2018 en el estadio Santiago Bernabéu, al cumplirse sus bodas de oro con la música.

De Julio Iglesias se sabe cada vez menos. Ni siquiera hurgando en su página de Internet, hay noticias suyas que no sean las de sus próximas actuaciones. Ya no da las entrevistas de ayer. Sólo aparece de vez en cuando en las páginas de ¡Hola! al lado de sus hijos, sobre todo de las gemelas, ahora ilusionadas con ser modelos. Viene a ser como un abuelete que no tiene nada nuevo que comentar sobre sí mismo. Pero cuando está en un escenario, eso sí, se olvida de todo y vuelve a ser el encantador romántico de toda la vida. Una vida que como él mismo cantaba al principio era siempre igual. Mas, echando la vista atrás, bien sabe él que no ha sido así: en el camino se ha dejado amigos, no es el muchacho tímido y sencillo como el que conocimos, sino un divo que sólo es feliz cuando está frente al público, cantándole, olvidándose de todo, hasta de esos dolores que siguen torturándole.

Lo último que podemos contar acerca del divo es que aparece ahora una nueva biografía suya, que se suma a las ya editadas años atrás, donde nada nuevo revela el autor, quien afirma haber conocido a Julio Iglesias en 2001. Otros, seguimos su carrera desde sus inicios musicales en 1968. Insistimos en que ya no es fácil arrancarle al cantante secretos. Si quisiera desvelar algunos lo haría en esa memorias que dijo haber empezado hace un año en su finca de Ojén, aún inéditas. Lo otro es perder el tiempo de los que relatando datos y episodios archisabidos, en nada justifican publicaciones biográficas.

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