Medianoche del ya 9 de agosto de 1969. Unos amigos se han reunido en la mansión que la actriz Sharon Tate tenía con su esposo, el director Roman Polanski en el número 10.050 de Cielo Drive, lujosa urbanización de un barrio residencial de Los Ángeles. Un sábado cualquiera, en un sitio tranquilo, donde celebraban una fiesta. No estaba Polanski, que había tenido dificultades para regresar por cuestiones de su visado en el aeropuerto de Londres, desde donde telefoneó a su guapa mujer, embarazada de ocho meses, comunicándole que no llegaría hasta el lunes. Sharon se divertía con sus invitados: Abigail Folger, dueña de un importante negocio cafetero, su novio y un estilista, Jay Sebring, que había sido amante de la anfitriona. Llamaron a la puerta. A nadie esperaban. Y entonces penetró un grupo de desconocidos que, en pocos minutos, ataron a los presentes, maltratándolos y finalmente los acuchillaron. Al escuchar los gritos, acudió el amigo del guardés de la finca, ignorando lo que estaba ocurriendo: también fue víctima de aquellos salvajes. La última en expirar fue Sharon Tate. Quien la asesinó se llamaba Susan Atkins. Antes de clavar su cuchillo escuchó a la actriz implorándole, para que no la matara, ni al bebé que esperaba. Inútil petición. Malvada, sin conmoverse lo más mínimo, le espetó: "No siento ninguna compasión por vosotros". La sangre corría por aquella habitación, con la que aquella manada escribió algunas palabras: "Death to pigs" (muerte a los cerdos), "Rise" (levantaos) y "Helter Skelter" (algo así como confusión).
Quienes cometieron aquella matanza que horrorizó a los norteamericanos y, por supuesto, a quienes se enteraron horas después en el mundo entero, pertenecían a una secta satánica, cuyo responsable se llamaba Charles Manson, quien no estuvo presente en el lugar de los hechos. Aquellas frases que dejaron como recuerdo de la tragedia sus fieles discípulos correspondían, en parte, a lecturas desordenadas de Manson, de la Biblia y de la letra de una canción de Los Beatles. Mantenía dicho sujeto que el cuarteto de Liverpool ya había avanzado cuanto él pensaba en el "The White Álbum". Aquel gurú de la maldad había estado diecisiete años recluido en varios correccionales en los Estados Unidos. Quedó en libertad a los treinta y dos años de vida. El tiempo que permaneció sin libertad lo ocupó en leer constantemente, sin orden ni concierto. Por su mente, sin duda delirante, propia de un maníaco, surgió la idea de fundar una secta que llevó el nombre de La Familia. Reclutó a un grupo de jóvenes marginados tomando como sede de la organización un rancho deshabitado en el valle de Los Ángeles. A sus pupilos los instruyó en predicciones de su calenturiento pensamiento: los blancos y los negros entrarían en una lucha para ver quién dominaría el mundo. Ni unos ni otros. Desaparecería de la faz de la tierra cualquier existencia humana. Únicamente se salvarían de esa catástrofe los integrantes de la secta. La Familia quedaría a salvo.
Semejante estupidez, ingenua al mismo tiempo, fue admitida por aquellos chalados, que reverenciaban a Charles Manson, poco menos que teniéndolo por un nuevo Jesucristo. Los miembros de aquella desaforada secta pasaban el tiempo practicando el amor libre. Manson les urgía llevar a cabo discrimidados actos criminales, para ir cumpliendo sus predicciones sobre el final de la Humanidad. Y así, se cargaron por las buenas a una treintena larga de personas que eligieron al azar. Charles no participaba activamente: sólo daba instrucciones a sus enloquecidos seguidores, a los que la policía buscaba sin éxito. Piénsese que actuaban en Los Ángeles, capital californiana de una población masiva, en la que diariamente se cometen delitos que no siempre pueden atajarse, ni tampoco detener a sus causantes.
Manson había querido triunfar como cantautor, pero no consiguió sus propósitos. Guardaba infinito odio a un productor discográfico llamado Terry Melcher, ignoramos por qué. Tal vez no quiso atenderlo, si es que efectivamente aquel le pidió escuchar sus canciones. El caso es que recordaba la dirección donde vivía Melcher. Y esa pudo ser la razón por la que la manada de La Familia se dirigió aquella noche del 9 de agosto de 1969 a la vivienda donde Manson creía que era la morada de Melcher. Pero éste ya no era inquilino de esa casa, sino el matrimonio Polanski. Ninguno de los que irrumpieron en la fiesta de Sharon Tate y sus invitados, cuchillo en mano, les preguntaron acerca de su identidad: la emprendieron a golpes y cuchilladas contra ellos, hasta cumplir su sangrienta acción. Se da la circunstancia de que, tiempo atrás, Roman Polanski había rodado allí su conocida película La semilla del diablo. Un incomprensible error del primer policía que accedió a aquel lugar fue apoyarse en el timbre de la puerta y pulsarlo. Lo que había hecho uno de los asesinos. Con lo cuál, el único lugar donde había huellas para poder detenerlos se esfumó, dado que en toda la casa no se encontraron rastros posibles para identificarlos. Debieron utilizar guantes. Eso retrasó la búsqueda y captura de los culpables, que se alargó un tiempo.
En diciembre fue apresado Charles Manson pero otros cooperantes de su secta tardaron en entrar en prisión para ser severamente juzgados. Por ejemplo, la antes mentada asesina de Sharon Tate no fue encontrada hasta tres años después del caso. Roman Polanski nunca se sobrepuso de aquella matanza. Quería mucho a su mujer: por cierto la primera vez que se vieron fue para el "casting" que él preparó con vistas a la elección de la protagonista femenina de El baile de los vampiros. De no ser por los productores, Sharon Tate no hubiera aparecido en el filme. Y luego, lo que son las cosas: se enamoraron, casándose el 20 de enero de 1968. La llegada del primer hijo era la gran ilusión compartida por la pareja. Cuando asistían del brazo a cualquier evento era manifiesta la diferencia de estatura de ambos, a los que bien poco les importaba eso, de tan enamorados como estaban.
Sharon llegó al cine de una manera que parecía premonitoria: contaba sólo seis meses cuando la eligieron miss infantil. Hija de un oficial del ejército estadounidense, con dieciseis años fue portada de un diario militar, Barras y estrellas. Su belleza era patente. Su filmografía se compone de ocho películas y tres series televisivas. Cuando fue asesinada tenía un futuro espléndido. Sólo contaba veintiseis años. Iba a protagonizar, una vez fuera madre y cuidara lo necesario a su bebé, Tess, que Roman, su marido dirigió luego en su memoria. El ojo del diablo, El baile de los vampiros y sobre todo El valle de las muñecas serían las cintas por las que sigue siendo muy recordada. Amén de que periódicamente, sobre todo en estas fechas del aniversario de su muerte, se la evoca con profusión.
Hay películas, documentales, libros, además de miles y miles de reportajes acerca de aquella matanza, y de su inductor, Charles Manson, al punto de que en Estados Unidos se ha conocido una panda de seguidores suyos, que forman parte de un club con su nombre. Ya hay que ser maléficos y descerebrados individuos para mantener esa idolatría. El feroz personaje, de aspecto siniestro y mirada que causaba espanto, con las melenas desgreñadas cuando se divulgó su imagen al ser detenido, falleció cumpliendo su condena a cadena perpetua en el mes de noviembre de 2017, a la edad de ochenta y tres años. Sólo malnacidos como los de ese club pudieron sentir lástima por su desaparición. El mundo se había librado de uno de los peores asesinos en serie que se recuerdan.
Por si fuera poco, Quentin Tarantino ya presentó fuera de concurso en el último Festival de Cannes la que hace número nueve de su filmografía: Érase una vez... en Hollywood, donde recrea la noche fatídica del 9 de agosto de 1969 y desde luego las figuras de Sharon Tate y Charles Manson. Aparte de incluir secuencias y personajes de su invención, aporta una cierta novedad. Se sabía desde luego que entre los invitados a aquella fiesta en casa de los Polanski se esperaba la llegada de Steve McQueen y Bruce Lee, que a última hora disculparon su ausencia. De buena se salvaron, aunque no se sabe cómo hubiera reaccionado Bruce con sus manifiestas virtudes en las artes marciales. El caso es que Tarantino logró para su filme el concurso de Leonardo DiCaprio y Brad Pitt, como reclamo en el reparto. Margot Robbie encarna a la malograda Sharon Tate. Tuve oportunidad de preguntar personalmente a Roman Polanski por Sharon. Me demostró ser una persona tranquila, condescendiente. Sin duda harto de que todos los periodistas le incitemos siempre a recordar la acción de aquellos bestias que acabaron con las vidas de cinco víctimas, entre ellas su mujer y el hijo que esperaban. "A Sharon no he dejado de quererla, de pensar en ella, porque fue mi gran amor, aunque después haya encontrado otras mujeres. Lo que sigo lamentando es que haya publicaciones que sigan ganando dinero a costa de su muerte y del dolor que sigo padeciendo".