La mano negra de los últimos días de Marilyn Monroe
Abandonada por sus amantes, Robert y John Kennedy, Marilyn sigue siendo, sin embargo, un mito que sigue muy vivo.
Han transcurrido ya cincuenta y siete veranos y, cuando llegan estos primeros días de agosto siempre hay medios de información y televisiones que continúan recordando la fecha en que murió el mayor mito femenino del cine, si dejamos a un lado a Greta Garbo. Nos referimos a Marilyn Monroe, cuya causa de fallecimiento nunca quiso aclararse. Una mano negra, intereses mezquinos de la Administración estadounidense, la CIA, el FBI confabulados para hacer creer al mundo que la gran estrella de la pantalla se había quitado la vida por propia voluntad. Cuando aún existen investigadores que jamás creyeron esa patraña y piensan que la asesinaron. Lo que ocurre es que no ha habido forma de poder demostrar esa última teoría. Como tampoco, aunque el dato sea más irrelevante, se conozca la hora exacta o muy aproximada, de la hora de su muerte. Sin duda el forense lo supo, mas no se divulgó, y ha quedado para la historia que se fue de este mundo entre las siete de la tarde del 4 de agosto de 1962 y las tres de la mañana del día siguiente. Por lo tanto, y contando con el cambio horario entre España y los Estados Unidos, suelen publicarse entre nosotros ambas fechas llegada la hora de evocar su triste desaparición.
Que Norma Jeane Baker, nacida en Los Ángeles en 1926 y conocida como Marilyn Monroe terminara siendo una neurótica y depresiva mujer, atiborrada siempre de pastillas que mezclaba con alcohol, no es motivo principal para creer a pie juntillas que murió a consecuencia de un exceso de barbitúricos. Pudo ser, claro. Mas los primeros que llegaron a la casa de la actriz, al conocer la noticia de su fallecimiento facilitada por su ama de llaves, que fueron dos médicos en una ambulancia y unos policías quizás revolvieran más de lo debido en el dormitorio de Marilyn. Al punto de que cuando llegó el doctor Greenson, el psiquiatra que la atendía en los últimos años, advirtió que no había rastro de una botella de agua con la que pudiera haber ingerido las pastillas que solía tomar. El ama de llaves notó asimismo que alguien se había ocupado de cambiar las sábanas de la cama en la que yacía, desnuda, Marilyn. Cuya posición no correspondía con la que debiera en el supuesto de haberse suicidado. Esos y más detalles harían sospechar de que alguien pudo sorprenderla entrando en la casa y quitarle la vida. ¿Con una pistola? No, desde luego, se hubiera sabido inmediatamente. ¿Asfixiada, acaso? ¿Empujada a tomarse una droga que no dejara rastros?
Del informe médico no se obtuvieron conclusiones para determinar que fuera asesinada, por lo que se mantuvo como muy posible el suicidio. ¿Alguien quería quitarse de encima a la estrella con más "glamour" de esos años? Marilyn había conocido a John F. Kennedy mucho antes de que el senador llegara a la presidencia de los Estados Unidos. Los presentó el actor Peter Lawford, cuñado de éste y colega y amigo de Marilyn. A poco de conocerse, habida cuenta de la fama que tenía el futuro mandatario con las mujeres, Marilyn cayó en sus redes. Fueron amantes largo tiempo. Hasta que John llegó a la Casa Blanca. Entonces J. Edgar Hoover, a la sazón director del FBI, le hizo llegar al Presidente la inconveniencia y riesgos que correría de continuar sus relaciones amorosas con "la Monroe". Y, curiosamente, cuando pasaban semanas y meses sin que John respondiera a las llamadas y cartas que le enviaba Marilyn, apareció en su vida Robert Kennedy. El hermano menor del Presidente también fue amante de "la Monroe". Incluso llegó a decirse que estaba dispuesto a casarse con ella, destruyendo el hogar que ya había formado. De nuevo Hoover, que nunca tuvo simpatía por ninguno de los Kennedy, le recomendaría lo mismo que a John: romper definitivamente sus encuentros íntimos con la actriz.
¿Por qué? Dada la posición política de ambos hermanos, claro estaba que la opinión pública no iba a aprobar sus comportamientos, a pesar de que los cotilleos en la prensa ya los habían situado en el círculo de amigos de Marilyn. Mas lo que se temía es que ésta supiera secretos inconfensables de la alta política americana, que en cualquier momento de debilidad de ella, o por venganza cuando ya no sólo la había dejado John, sino asimismo Robert sin explicación alguna, deslizara confidencias a algún periodista amigo. Resultaba muy peligroso para los hombres de la CIA o el FBI que Marilyn Monroe contara cuanto sabía sobre los Kennedy, chismes que pudiera conocer acerca de Fidel Castro y el magnicidio que al parecer querían perpetrar, u otras cuestiones de Estado que en la cama Marilyn escuchara alguna vez de labios de John o de Robert. Ella, desde que John no quiso volver a verla y antes de que entrara en escena Robert, ya se había consolado con otros hombres, especialmente Frank Sinatra, tan asociado a la Mafia, que era otro peligro por el que Marilyn no sólo estuviera en el punto de mira de los políticos y confidentes de la policía, sino también de los capos de la "Cosa Nostra". En fin: agítense esos componentes antedichos y, cual si fuera un imaginario cóctel, piensen que Marilyn Monroe tenía tantos enemigos como para que alguno de ellos fuera el causante de su muerte.
Se había casado tres veces y las tres habían sido un fracaso. Acarreaba Marilyn secuelas del pasado: una infancia difícil con una madre enferma mental. La violaron en dos ocasiones. Se casó, empujada por una vecina, con un policía, James Dougherty, con quien estuvo unida, sin estar verdaderamente enamorada, desde 1942 hasta 1946. Ya en su esplendor cinematográfico, el as del béisbol, Joe Di Maggio se convirtió en su segundo marido, aunque su unión apenas duró un año, entre 1954 y 1955. Al año siguiente, el dramaturgo Arthur Miller, fascinado por ella, no dudó en contraer matrimonio, convirtiéndose hasta 1961 no sólo en su esposo sino en su pigmalion. Hasta que no pudo aguantar el ritmo de vida de la diva. La recordó amargamente en Después de la caída. Los amores que luego tuvo con Yves Montand, Laurence Olivier, Marlon Brando y otras celebridades del celuloide apenas fueron poco más que pasatiempos para una mujer necesitada de cariño y comprensión, más que deseosa de sexo, que sin duda le hacía feliz aunque no tanto como lo que ella aspiró siempre. Sentirse protegida permanentemente, pues padecía pánico, y miedo escénico en su profesión: no se aprendía los guiones, era impuntual, enloquecía a productores, directores y actores, que tenían que soportar sus caprichos, el más habitual llegar seis o siete horas de retraso al rodaje. Y encima con aspecto a veces deplorable por ser insomne, por abusar de las drogas. No era invención de sus enemigos: me lo corroboró Tony Curtis, su compañero en Con faldas y a lo loco.
Los últimos meses de vida de Marilyn fueron, en síntesis, así: el 19 de mayo de aquel 1962 asistió en el Madison Square Garden, de Nueva York, a la fiesta de cumpleaños de John F. Kennedy, al que le cantó "Happy Birthday". Parece ser que aquella noche, estando Jackie de viaje en el estado de Virginia, el Presidente y Marilyn se acostaron por última vez después de largo tiempo de hallarse distanciados. Volvió a Hollywood para incorporarse al rodaje de Something to give, donde compartía un reparto verdaderamente estelar, con Dean Martin y Cyd Charisse (a la que traía ya harta por cuestiones de celos. Una película que nunca terminó, de la que sólo se conservan unas secuencias de ella en una piscina. Marilyn Monroe quería aparecer desnuda en tales escenas y la Fox no estuvo dispuesta a complacerla y disolvió el contrato. Por lo que para la filmografía de la estrella queda Vidas rebeldes como el último filme que estrenó. En el que Clark Gable hizo su último trabajo, a lo que pudo contribuir el trato de Marilyn con todo el equipo incluido él, al punto de que a poco de concluir la filmación, murió.
Sin película a la vista, sin nada en qué ocuparse, la Monroe no dejó de beber a discreción y tomar pastillas a todas horas. Llamaba insistentemente a Bob Kennedy, pero éste había cambiado a propósito de número telefónico. Enfurecida, estaba dispuesta a celebrar una conferencia de prensa donde albergó la intención de contar cuanto sabía sobre el Presidente y su hermano. Nunca llegaría a convocarla. Visitaba a su psiquiatra, lo volvía loco llamándolo a todas horas, incluso de madrugada. Aceptaría posar para Vogue en el que iba a ser su último reportaje, todavía bella, excitante, plena de "glamour" a sus treinta y seis años. Llega el 4 de agosto del mismo año 1962. Enterada de que Robert está en San Francisco, ella desde Los Ángeles trató de localizarlo, sin conseguirlo. Entonces siguió utilizando el teléfono. Conversó con Marlon Brando, con Peter Lawford, con el que se excusó para la cena a la que estaba invitada en casa de éste. El galán de los blancos cabellos intuyó que algo le pasaba a su amiga, que sólo le dijo estar algo indispuesta. Y al colgar el auricular intentó él ponerse de nuevo en comunicación con Marilyn. Por mucho que lo intentó, le fue imposible. El teléfono de la casa de Marilyn Monroe comunicaba ya insistentemente. Lo más seguro es que estuviera descolgado. A partir de aquellos momentos, media tarde del 4 de agosto citado, ya nada se supo de Marilyn Monroe. Sólo que pasada la medianoche el ama de llaves trató de entrar en su habitación, pero estaba cerrada. Se alarmó. La mansión era grande. No pudo escuchar ruido alguno, si es que alguien, como se sospecha, entró en el dormitorio de la estrella. Salió al jardín, contemplando a través de los cristales de su habitación que Marilyn yacía en su cama. Como no respondía a los golpes que volvió a insistir en la puerta, optó por llamar a la policía. Después, lo ya contado.
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