Entre 1965 y el presente Claudia Gravy ha acumulado una interesante y diversa filmografía, larga en el tiempo, distinta en géneros. Sin ser una actriz especialmente etiquetada en el cine del destape en la época de la Transición y aunque participara en películas de calidad, no menos cierto es que también enseñó lo suyo en otras que rozaban o pertenecían literalmente al género erótico. ¿Por qué lo hizo? Imagino que por necesidad. El gran José Isbert comentaba que eran "películas alimenticias". Muchos actores vivían gracias a ellas. Y Claudia Gravy admitía, según leímos en el libro de José Aguilar Las estrellas de la transición que "los productores me pedían que enseñara el culo y las tetas", que era lo que vendía, pero insistía que de ahí no pasó. Tampoco en las revistas que le pedían posar en actitudes "sexy", lo que hizo para beneficiarse publicitariamente en Interviú (donde además le pagaban) y en otros semanarios más familiares como Diez Minutos mostrando muslamen para delicias de los camioneros, que colocaban esas páginas en las cabinas de sus vehículos.
Marie-Claude Perín nació el 12 de mayo de 1945 en Boma, lo que era entonces el Congo Belga, porque sus padres trabajaban allí en un hospital, él como médico y la madre de enfermera. Adolescencia y primera juventud las vivió en Bélgica e Irlanda, interesándose por las Bellas Artes. La vida en Bruselas se le hacía aburrida por lo que pensó tomarse unas vacaciones en Madrid, adonde llegó en 1965, sin conocer absolutamente a nadie y entendiendo, más que hablando, muy escaso español. Tomó habitación en una pensión cercana a Atocha y quiso después darse una vuelta por el centro de la ciudad, entrando en una cafetería que hacía esquina a las populosas calles de Alcalá y Gran Vía. Al poco de estar allí dos hombres se acercaron a ella quienes, tras una breve conversación, le propusieron intervenir en una película. Claudia los tomó o por unos ligones o quién sabe si pertenecientes a una banda de trata de blancas. Como el asunto se retrasó unos meses, Claudia tuvo tiempo de investigar y conocer la identidad de aquellos dos señores. Eran el realizador cinematográfico Jorge Grau y el director teatral Miguel Narros. Claudia entró en el mundo del cine, sin que por su mente pasara nunca la tentación de ser actriz, como protagonista de Acteón en el papel de la diosa Diana cazadora seducida por el dios que daba título a la película. Desde entonces cambió su apellido, siendo al principio Lía Gravi, apellido que rescató de su abuela y en adelante cambió para ser Claudia Gravy, con y griega, pues decía que resultaba mejor.
En esos primeros meses de su estancia en Madrid, ciudad en la que definitivamente sentaría sus reales, olvidándose de regresar a Bélgica, se ganó la vida al principio como traductora e intérprete de francés, una vez que fue ya dominando la lengua castellana y de inglés. A su llegada tenía un físico con exceso de kilos, de los que se libró a poco de que le fueron llegando más ofertas cinematográficas, ya espigada, alta, de aire elegante, algo sofisticado su acento de resonancias fonéticas del idioma francés. Aquel mismo año de su viaje a Madrid hizo papelitos en Ninette y un señor de Murcia, la comedia teatral de Miguel Mihura llevada al cine por Fernando Fernán-Gómez, y Un vampiro para dos, de Pedro Lazaga. A Claudia tenían que doblarle la voz dado ese "deje" galo.
Conocí por entonces a Claudia durante una fiesta celebrada en el madrileño hotel Palace, en el transcurso de la cuál un jurado compuesto por personalidades de la vida artística y social elegía la Guapa con Gafas, concurso patrocinado por un óptico muy conocido, el señor Cottet. Quedaron tres finalistas, de las que salió ganadora Massiel, que aún no había debutado como cantante, y en los puestos siguientes la recientemente fallecida modelo y actriz Paloma Cela y Claudia Gravy, quien en la segunda mitad de los 60 apareció en una docena de filmes, aunque fueran siempre en cometidos breves. Como su filmografía alcanza un centenar de títulos, sólo nos referiremos a los más sobresalientes y también a aquellos en los que exhibió parte de su bella anatomía, como apuntábamos al principio. En Italia pasó un par de temporadas a partir de 1970, donde la contrataron para Mátalo y Los tigres de Mompracem. En 1971 se casó con un fotógrafo italiano, aunque Claudia no tenía mucha fe en el matrimonio ni tampoco albergaba creencias religiosas. Un año les duró apenas la felicidad tras lo cuál él le insistió que debían tramitar la nulidad de su unión, lo que a ella le importaba bien poco, pero no puso pegas a su "ex".
"Los nuevos españoles" es la cinta de la que más satisfecha se siente Claudia Gravy. La dirigió Roberto Bodegas, que había sido ayudante de dirección en Francia del hijo de Luis Buñuel. Está fechada en 1974. Un año antes también Claudia rodó a sus órdenes Vida conyugal sana, que fue cuando se enamoraron. Convivieron a lo largo de trece años. Claudia Gravy sostenía que siendo pareja de un director de cine, éste iba a procurar separarla de muchos proyectos para más o menos tenerla a disposición en casa. Y por ahí vinieron al final parte de sus desacuerdos hasta separarse.
Cuando Claudia no tuvo ofertas más interesantes hubo que transigir con los desnudos, interviniendo en filmes de dudosa calidad. No hay nada más que recordarlos por sus títulos, tan significativos: Makarras conexion, La llamada del sexo, La violación, El señor está servido, Escándalo en el convento, El demonio del incesto, La playa de las seducciones, La amante ambiciosa, La espuela, Marqués de Sade; Justine… De El miedo a salir de noche, de Eloy de la Iglesia, siempre tan dispuesto a rodar secuencias de dudoso gusto, recordaba Claudia una escena en la que le arrancaban un pezón. Pero añadía que por supuesto no tuvo que someterse a semejante barbaridad, pues aun utilizando imágenes de su busto, aquello se resolvió con un efecto especial, imaginamos que con una muñeca de látex o algo parecido.
Claudia Gravy no intervino apenas en películas de doble versión: ya lo he contado otras veces, una de ellas para el extranjero cuando aquí la censura era implacable. Pero conserva un rico anecdotario de situaciones violentas para cualquier actriz que se resistiera a valerse sólo de su cuerpo sin que los directores tuvieran en cuenta el talento interpretativo. Había rodajes en los que, metida en la cama con el amante de turno, según el argumento, poco a poco alguien del equipo técnico iba tirando de la sábana para que pudiera contemplarse al menos medio cuerpo, en este caso, de Claudia Gravy. Y así con muchas otras colegas. Igual que en esos años del destape en la Transición también había "madames" que mostraban lo que en el argot de las modelos se llama "book". Un libro, sí, con fotografías de actrices algunas conocidas, para encamarse con el caballero que pagase a buen precio "el servicio". Contaba Claudia que a ella le ofrecieron un dineral si se avenía a entrar en ese negocio, negándose rotundamente. Y decía que en esos "books" había imágenes de actrices que ignoraban ser utilizadas para tales fines. Incluían tales fotos como reclamo, malicioso y supongo delictivo modo de atraer a varones con el atractivo falso de tener en ese catálogo a muy conocidas estrellas de nuestro cine y televisión. Unos canallas quienes montaban esos sucios negocios recurriendo a tamañas tretas.
Quienes se prestaran a ser "conejillos de Indias" en esos prostíbulos de lujo quizás eran actrices fracasadas, sin trabajo, necesitadas de dinero, entre las que por supuesto existieron algunas que gozaban de cierta popularidad. Una pequeña lista entre la mayoría de las que dignamente nunca cayeron en circunstancias tan degradantes.
Claudia Gravy alternó en películas de terror, del Oeste , policíacas… También hizo teatro a las órdenes de Miguel Narros, aquel gran director que conoció nada más llegar a Madrid. Y series de televisión, de las últimas, El Caso. Crónica de sucesos, en 2016. Para la pequeña pantalla también intervino en una serie que la llevó a las lejanísimas tierras de Australia. Ella, que ya había viajado bastante en su juventud, lo haría también a lo largo de su actividad cinematográfica. Su dominio de varios idiomas la ayudaron mucho. En Grecia vivió una situación chusca cuando fue a rodar con Pepe Martín en 1982 La amante ambiciosa. Los dos de suficiente cultura, aprovecharon los días que no se filmaba para conocer Atenas y especialmente la Acrópolis. Le contaban a la protagonista femenina, que era española y muy conocida todavía, cuyo nombre omitiremos, que habían contemplado los ricos tesoros del Museo, piezas de valor incalculable, de oro y piedras preciosas. La ignorante estrella, muy amiga de coleccionar joyas de sus amantes, les preguntó a Claudia y a Pepe: "¿Y a mí podrían venderme alguna de esas piezas…?" Y ellos se quedaron… de una pieza, conteniendo la risa.
Para Claudia Gravy, su profesión le ha servido, aparte de un medio para vivir con ciertas comodidades hasta el presente, la posibilidad de interpretar muchos personajes, adquirir muchos conocimientos y participar de aventuras que no podía imaginar aquella tarde de su primera jornada madrileña cuando se tomaba un refresco en la ya desaparecida cafetería Dólar. Parte de esas vivencias las trasladaría a su libro de memorias Cuando me bajé de Baobab.