Alcanza Victoria Abril los sesenta años este jueves, 4 de julio. Nacida en Madrid, vivió su infancia en tierras malagueñas. No llegó a conocer a su padre. Su madre siempre le dijo, desde que tuvo uso de razón Victoria, que había muerto. Esa ausencia del progenitor sin duda marcó los primeros años de vida de la futura gran actriz. Una niña rebelde que iría demostrando un carácter decidido, hasta desembocar en la joven decidida que conocimos cuando en 1976 y durante dos años fue azafata del programa-concurso Un, dos, tres... Recuerdo haberla entrevistado al final de una sesión de baile en la academia de danza a la que asistía por entonces con el afán de dedicarse algún día a ser una émula de Margot Fonteyn, lo que al final no sucedió. Esa academia, por cierto, estaba sita en una calle poco recomendable en ese tiempo, la de la Ballesta, en el Madrid a espaldas de la Gran Vía, sede de clubs de alterne y puterío barato, muy frecuentado por borrachos norteamericanos de la Base de Torrejón de Ardoz.
Pero a lo que íbamos: pizpireta, graciosa, con unas enormes gafas que Chicho decidió que llevaran esas azafatas, Victoria Abril llamó pronto la atención de directores de cine. Ya había en 1975 debutado ante la gran pantalla en el filme Obsesión. Olvidándose poco a poco de los cinco años que llevaba estudiando ballet, aceptó un papel que le ofreció nada menos que Richard Lester para ser reina adolescente y sobre todo, "más puta que las gallinas". Y eso que todavía no había alcanzado la mayoría de edad la actriz, y ya parecía en todo más adulta de lo que realmente era. Y con diecisiete años, junto a un travesti por entonces llamado Manolo pero con el sobrenombre de Bibi Andersen, fue coprotagonista de Cambio de sexo, a las órdenes de Vicente Aranda, el director que la moldeó, como un Pygmalión, convirtiéndola en la más aprovechada estrella de cine de su generación, compitiendo en ello con otra primeriza, Maribel Verdú. Aranda la tuvo a sus órdenes también en Amantes.
Victoria llevaba por apellidos Mérida Rojas, pero la bautizaron artísticamente con ese apellido tan primaveral, Abril. Con esos principios cinematográficos y televisivos, alabada por la prensa, su ego fue creciendo. Y con ello sus prisas por tener independencia casera, aun antes de cumplir los dieciocho años. Y uno antes se empecinó en casarse con un futbolista chileno llamado Gustavo Laube, tipo con el que mantenía relaciones de amor-odio, como comprobé más de una vez, incluso en público, en alguna discoteca. Se amaban, pero llegaron a ser como el perro y el gato después de casarse a espaldas de su madre, a la que le sentó como un tiro que Victoria se emancipara. Y más con aquel Gustavo que no daba un palo al agua. Se convertiría en su representante. Hasta que ella se cansó de mantenerlo, separándose a los dos años de unión.
Victoria Abril se llevaba bien con su abuela materna. La que un día, cuando la actriz le inquiría detalles sobre el padre que no había conocido y creía muerto, le confió esto: "Tu padre vive. No quiso saber nada de tu madre ni de ti. Y se fugó...". Desde aquel momento la obsesión de la actriz no cesó en su afán por conocer a su progenitor. A punto estuvo de conseguirlo. No quiso revelar a ningún periodista aquella tragedia personal. Buscó, investigó, tal vez se ayudó contratando a un detective privado, como si fuera el argumento de una película con Philip Marlowe. El caso es que llegó a saber que, en efecto, su padre estaba vivo, que era ingeniero y prestaba sus servicios en el Ministerio de Trabajo. Hasta allí se encaminó. Logró sortear pasillos hasta enterarse, en uno de los despachos, que su padre había fallecido unos días antes. La cara que se le puso a Victoria Abril puede imaginarse. De sorpresa, estupor, indignación, dolor… Por muy poco hubiera podido abrazar al autor de sus días, saber de sus propios labios por qué dejó el hogar, por qué ni siquiera quiso saber nada de ella.… Para más sensación de rabia pudo saber también que ese padre, separado de la madre de Victoria, hacía tiempo que rehízo su vida, casándose de nuevo.
Como un folletín. Y en adelante Victoria aumentó su rencor hacia la madre, por no haberle contado toda la verdad. Dentro de sí es posible que almacenara odio, deseos de venganza, rechazo en una sociedad un tanto falsa donde se movía interpretando personajes diversos en el cine. Decidió que su vida tenía que ser libre, sin imposiciones de ningún tipo. En España tenía mala fama entre la clase periodística: Repetía: "Ya sé que me toman por borde". Y asentía. Una actriz "que lo daba todo" en la pantalla, sin importarle nunca rodar escenas de sexo explícito. Fue la protagonista perfecta de tres filmes de Pedro Almodóvar: Átame, Tacones lejanos y Kika. En la primera de las citadas hizo buenas migas con Antonio Banderas, con quien se encamó ante las cámaras viviendo con pasión sus encuentros eróticos. Más adelante confesaría que el actor con quien simuló mejor tener más de un orgasmo en el cine fue con Javier Bardem. Respecto a Tacones lejanos anunció antes de quedarse en bolas frente a Miguel Bosé, que iba a hacer todo lo posible porque ambos gozaran a la vez. Muy fina, siempre, pues utilizó otros vocablos propios del acto sexual. La verdad es que no le hizo nunca ascos a ello contando con un guión a su gusto y un realizador de prestigio. En Francia tampoco le importó implicarse en una historia de lesbianas, Gazon maudit, escrita y dirigida por Josiane Balasko.
Harta de ser perseguida por los reporteros y de responder a preguntas sobre su vida íntima se fue a París, donde no era aún muy conocida. En esa decisión influyó que se había enamorado de un ayudante de dirección francés, Gérard de Battista, con quien tuvo dos hijos: Martín, que ya tiene veitinueve años y Félix, dos menos. La pareja se separó después de quince años de vida en común. Victoria Abril siempre ha llevado muy en privado sus relaciones con todos los hombres que ha amado. En La Habana, de manera circunstancial, conoció a otro francés, el empresario Pierre Edelman, cuando ambos iban a tomar un taxi. Cedió muy caballero el galo insinuándole que podía llevarla adonde quisiera. Y de ese encuentro fortuito, pasaron a mayores. Ha sido su compañero durante los últimos veinte años. Después no se ha sabido nada al respecto sobre los amores de nuestra compatriota, que desde 1980 se afincó en la Ciudad Luz. He rastreado la prensa francesa, desde París-Match hasta semanarios más frívolos, sin encontrar últimamente indicios de quién comparte hoy su apartamento. Tiene otro en Madrid, adonde viene de vez en cuando. Victoria se ha encontrado muchas veces en París con Carmen Maura y Rossy de Palma, colegas del pasado en tiempos del Madrid de la movida, que también habitan muchas temporadas en la capital francesa.
Cerca de cien películas y algunas obras teatrales forman parte de la muy interesante biografía artística de Vicoria Abril, a la que recordaremos, entre otras felices interpretaciones, en El Lute, camina o revienta, Amantes y Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Por su trabajo en ellas fue premiada en España y Alemania. Desde que se afincó en Francia, hace de esto como decíamos casi cuarenta años ya, ha trabajado más en el vecino país que entre nosotros. En parte porque aquí dejaron de interesarse por ella los productores, porque no le interesasen ciertos guiones y porque cobraba la tercera parte de su caché. Ni siquiera Pedro Almodóvar se ha acordado de contar con ella después de las tres veces que lo hizo.
En la televisión gala Victoria Abril estuvo ocho temporadas con un papel principal en la serie Clem. Que siguió luego, pero ya sin contar con ella, quien al parecer exigía ciertos privilegios que la productora no le consentía. Firmó luego otro contrato para la serie Días de Navidad. Lo que hace todos los años, en mayo, cuando se inaugura el Festival de Cannes, es dar siempre la nota con algunos de sus arriesgados modelos, que llevan la firma de Jean Paul Gaultier; vestidos donde exhibe sin disimulo sus pechos tras un corpiño transparente, o bien un curioso esmoquin con el trasero al aire, luciendo su "pandero" para gozo del centenar de fotógrafos apostados ante las puertas del Palacio del Festival. Cuando no con un kimono que le llegaba hasta los pies complementado en la cabeza con un extraño gorro, que parecía estar hecho con un montón de esparto. En las pocas entrevistas que ha concedido últimamente dice que ya no es la rebelde de ayer, a lo que ha contribuido su acercamiento al budismo zen. ¡Que siga disfrutando de los placeres de la vida a sus sesenta años!