El cine de género negro gozó en los Estados Unidos de muchos adeptos. De la factoría de Hollywood surgieron filmes entre los años 40, 50 y parte de los 60, que aún se exhiben en muchas televisiones de todo el mundo. En blanco y negro, naturalmente. Que así resultaban más intrigantes, con escenas de sombras y ambientes, que ya en la época del color tenían otra estética. Y entre los protagonistas de aquellos filmes destacó un tipo de aspecto indiferente, frío. Al que endosaron no pocos papeles de antihéroe, característica en la que se movía con auténtica naturalidad. Pareciera que casi siempre en sus películas "hiciera de sí mismo". Era Robert Mitchum del que este 1 de julio se han cumplido veintidós años de su muerte.
Robert Mitchum rodó cintas que son ya parte de la gran historia del cine norteamericano de acción: Río sin retorno, La noche del cazador, Con él llegó el escándalo, La batalla de Midwey… Hizo de detective en varias ocasiones, encarnando a Phllip Marlowe, personaje creado por el novelista Raymond Chandler, que ya había sido llevado antes a la pantalla por otro actor mítico, Humphrey Bogart.
Robert Mitchum estuvo varias veces en España, tres que yo recuerde. La primera en Barcelona, año 1956, formando parte de una comitiva de la productora de No serás un extraño, filme en el que intervenía. Se las compuso para "irse de putas" por los alrededores de Las Ramblas en cuanto pudo. La última vez que visitó nuestro país fue para recibir un homenaje en el Festival de San Sebastián. Y entremedias, en 1967 para rodar en los alrededores de Madrid y en Almería exteriores de Villa cabalga. Entonces lo conocí, asistiendo a una multitudinaria rueda de prensa en la que confesó, con toda sinceridad, que había estado en la cárcel en once ocasiones; la primera durante un par de meses. "¿Por qué?", le preguntaron. "Por pisar la hierba". Eso fue lo que tradujo a propósito el relaciones públicas Enrique Herreros Jr., pero en su rotundo inglés, pronunció esto: "Por mear en la hierba". Al día siguiente tuve oportunidad de estar junto al actor, con otros dos colegas, durante una hora en un aeródromo donde tenía que pilotar, o simularlo, una avioneta. Junto a él, que medía 1,85 cm, uno se sintió casi un pigmeo. Caminaba resueltamente, de un modo especial, como lo habíamos contemplado tantas veces en sus películas. De anatomía atlética podías creerte que tumbara a cualquiera de sus enemigos en la pantalla.
No en vano, antes de ser actor, disputó veintisiete peleas en la categoría de los pesos pesados. Precisamente advertimos en él que miraba de un modo especial. Uno de sus ojos lo tenía a veces semicerrado. Por eso en muchas de sus escenas daba la sensación de estar adormilado. Ello fue consecuencia de un golpe recibido en sus años de púgil. Se había ganado también la vida como minero, leñador y guardabosques. Llegó al cine de manera circunstancial: al representante de una hermana suya, que era actriz, al conocerlo, le pareció apto para interpretar a tipos duros, rufianes, gentes del hampa. Y así apareció en 1943 por vez primera en el celuloide como figurante en Sabotaje, que dirigió Alfred Hitchcock. Bob Mitchum se sintió muy a gusto, porque hasta entonces su vida era la de vagar de tren en tren, aprovechando que había trabajado en los ferrocarriles. Asimismo estuvo alguna temporada como ayudante de un vividor que se autoanunciaba como "El astrólogo de las estrellas". Le divirtió bastante aparecer travestido en 1944 en "Una chica urgentemente", disfrazado de mujer, con una peluca de rizos dorados.
Con dieciséis años se enamoró de una chiquilla, a la que llevaba tres: Dorothy Clements. Aquel amor de adolescentes acabó en boda el 15 de marzo de 1940. Por lo ya contado, el futuro galán del cine ni pensaba dedicarse a ello ni tampoco tenía muy claro su rumbo profesional. Así es que los primeros tiempos del matrimonio fueron de dificultades económicas. Todo cambió cuando poco a poco dejó de ser un simple "extra" para ir ascendiendo en su cotización artística. Llegó a compartir estrellato con los mejores de Hollywood, caso de Kirk Douglas. Lo que le fastidiaba es que algunas veces sus admiradoras los confundieran. ¿La razón? Ambos tenían un hoyuelo en la barbilla.
Padecía de insomnio crónico. Me confesó que no iba a ver ninguna de sus películas al sentirse incómodo en las butacas de los cines por la longitud de sus piernas. Fumaba mucho, bebía como un cosaco. Pero, a la hora de rodar, era todo un profesional. Cuando pernoctaba en Madrid en el hotel Castellana Hilton no tenía nada más que cruzar la amplia calle e irse a un bar americano lleno de chicas "del descorche" y fulanas de las que luego se han llamado de "alto standing". Le avisaban que tenían que cerrar el local llegadas las dos o las tres de la madrugada. Y él, displicente, pedía al barman diez minutos antes que le llenaran varios vasos de whisky. Luego se encamaba con una o varias de aquellas colipoterras, que diría Cela.
Lo habían llamado "El follador de Hollywood", mote que no osó rebatir, aunque los amigos lo conocían por "Mitch" o "Deadface", sobrenombres que lo retrataban, aunque para su mujer siempre fue Bob. Sorprende la comprensión infinita de Dorothy, por no aplicarle el rotundo adjetivo de cornuda, sabedora de los cientos de veces que él le era infiel. Pero lo esperaba en su casa de Los Ángeles, pacientemente. O lo acompañaba en algunos rodajes, como hizo en Madrid, en donde él tuvo que fingir algunas veces que tenía algún compromiso con los de la productora, teniendo en un apartamento que le proporcionaron, esperándolo, a la fulana de turno. Y es que lo mismo se llevaba "a la piltra" a cualquier mujer que a las más grandes estrellas, que no se resistieron a sus encantos. Dorothy, su rendida esposa, llegó a sacarlo alguna de un bar donde, embriagado, se estaba peleando con otro cliente, aunque tuvo que hacerlo aupada en las espaldas de Bob, dada su envergadura, para llevarlo a casa "a dormir la mona".
Así, se sabe que mientras rodaba Río sin retorno con Marylin Monroe, fechada en 1954, por las noches acababa abrazado a la despampanante rubia. Lo mismo hizo con Shirley McLaine, que en 1962 fue su compañera en "Cualquier día, en cualquier esquina". Shirley se enamoró locamente de Bob; rumoreándose que podían casarse… pero Mitchum siempre volvía a su hogar, seguía queriendo a Dorothy, pese a sus escandalosos amoríos. Aumentó la lista con otras estrellas: Ava Gardner, Rita Hayworth, Carroll Baker (a la que se ligó durante una edición del Festival de Cannes), Brenda Vaccaro y un largo etcétera. La muy dulce Sarah Miles fue otra de las actrices que se derretía cuando coincidieron en La hija de Ryan, y del argumento pasaron a la intimidad cuando terminaban sus jornadas de rodaje… para seguir rodando en la cama.
Robert Mitchum tuvo dos hijos con su única esposa, James, nacido en 1941, y Christopher, en 1943. A éste último lo conocí cuando vino a rodar una película a España. Fue pareja de Olivia Hussey en una versión de Romeo y Julieta. Alto, rubiasco, muy simpático cuando lo entrevisté. Siguió en el cine, aunque ya no como actor, sino trabajando detrás de la cámara como ayudante de dirección. Robert también tuvo una hija fuera del matrimonio, llamada Petrina, nacida en 1954.
Hay una faceta del gran actor poco conocida: la de cantante de calypso y música country. Llegó a grabar dos o tres álbumes, muy difíciles de encontrar ya. Se contaba que estando un día en un club de jazz con su esposa, a principio de los años 50, pasaron una grata velada escuchando a un chico alto, con un tupé llamativo, que parecía estar dominado por un extraño "baile de San Vito", contoneándose constantemente, que les llamó la atención por la manera de cantar. Era Elvis Presley. Lo recomendaron a un productor, el célebre "coronel Parker", quien es sabido lo lanzó al estrellato en una potente productora de Momphis, la Motown.
Robert Mitchum estuvo trabajando hasta poco antes de su muerte. Ya desde luego en teleseries, donde su nombre continuaba siendo un buen reclamo por su leyenda. Se fue de este mundo a consecuencia de un cáncer de pulmón, ya queda dicho al principio, el 1 de julio de 1997. Contaba setenta y nueve años. Bien estirados, bien vividos. Su esposa le sobrevivió hasta 2014, cuando murió a los noventa y cuatro años. El nombre de Robert Mitchum, como el de otros grandes ídolos de la pantalla, sigue siendo objeto de culto por algunas de sus ciento treinta películas, para los cinéfilos de pro.