Menú

Patricia Adriani y cómo la atrapó el morbo del destape

Ignacio F. Iquino bautizó a María Asunción como Patricia Adriani, un nombre más exótico y con un toque italiano.

Ignacio F. Iquino bautizó a María Asunción como Patricia Adriani, un nombre más exótico y con un toque italiano.
Patricia Adriani | Youtube

Fue Ignacio F. Iquino un interesante director de cine en su primera época, allá por los años de la postguerra y siguientes. Hasta que mediados los 70 y en adelante decidió en sus estudios de rodaje barceloneses dedicarse al cine erótico, aquel clasificado por la censura con la letra "S", y con una "X" si era claramente pornográfico. Ya antes de la Transición fue de los pioneros en filmar dobles versiones, unas para el mercado nacional y otras para el extranjero. Puede suponerse que estas últimas mostraban a sus protagonistas en cueros vivos y en escenas prohibidas que no podíamos contemplar los españolitos en nuestros cines. Pues, bien: aquel Iquino de siniestras gafas oscuras tenía sin embargo "buena vista" para descubrir jovencitas bien dotadas para sus historias de sexo, que él mismo se encargaba de escribir, dirigir y producir, como un perfecto "Juan Palomo" de la cinematografía nacional.

Y uno de esos descubrimientos fue el de una madrileña llamada María Asunción García Moreno, que este domingo, 2 de junio, festeja precisamente sus 61 años. Con esa identidad no parecía adecuado anunciarla y don Ignacio dio en bautizarla artísticamente como Patricia Adriani, que le daba un toque italiano. Acababa de cumplir la mayoría de edad y no tuvo inconveniente en salir en porretas en su debut ante las cámaras: Fraude matrimonial. Puede que la película lo fuera, pero no Patricia, un futuro valor en esas películas del destape. Lógico era que su descubridor la tuviera a sus órdenes en su segundo filme, La máscara, donde juntaba sus labios con los de Rosa Valenty en unas escenas lésbicas de alto voltaje. Miguel Picazo, más intelectual, la llevó al reparto de Los claros motivos del deseo. Tres títulos en un mismo año, 1976. No estaba mal para una principiante.

El morbo estaba presente en sus primeras apariciones en la pantalla. Patricia Adriani, morena, con una mirada entre triste e inquietante, según sus personajes, rodó en los años siguientes películas del mismo corte y condición: Susana quiere perder eso, María la Santa, Desnuda ante el espejo, Diabla, Cuentos eróticos... Hasta que un día cambió de género, dejando las escenas de cama para cuando de verdad pudiera justificarse y no por puro desvarío de guiones lleno de guarradas, sin ton ni son. De igual modo que ya administró más sus apariciones en revistas como Party, Papillón, Yes, o en otras menos procaces, como Interviú, Diez Minutos, Pronto...

Sus primeras apariciones en teatro dejaron bien claro que Patricia Adriani tenía, no sólo buena fotogenia y un cuerpo serrano, sino talento para representar papeles en El rey Lear y La Celestina. Puede que ese giro de ciento ochenta grados a su filmografía estuviera motivado por su relación con Juan Miñón, director y guionista cinematográfico, con quien contrajo matrimonio. Fue con él la protagonista de Kargus, donde se narraban episodios de la guerra civil española hasta la muerte de Franco. Patricia compartió protagonismo con Héctor Alterio y Agustín González. Aquel 1980 fue muy prolífico para la actriz, que apareció nada menos que en Dedicatoria, de Jaime Chávarri, Sus años dorados, de Martínez Lázaro y El nido, de Jaime de Armiñán. De esa misma década fueron también Las bicicletas son para el verano, de Fernán-Gómez, Últimas tardes con Teresa, de Gonzalo Herralde, en el personaje de la criada, novia del chulo Manolo, De tripas corazón, Lulú de noche, Luna de agosto, de nuevo dirigida por Miñón, su marido... Intervino en Guarapo, filme ambientado en tierras canarias junto al infortunado galán de aquellas islas Luis Suárez, guapo y prometedor actor que se publicitaba en Italia gracias a sus amores con la ex-mujer de Marcello Mastroianni, y que murió poco después.

En cuanto a Patricia Adriani fue espaciando sus trabajos hasta retirarse a finales de los 90 con Nada es para siempre. Y ya no volvimos a saber nada de Patricia, suponemos que dedicada a otras labores. En 2013 nos enteramos de la muerte temprana de quien fuera su esposo, Juan Miñón, a la edad de sesenta años. Viuda joven, nunca más quiso saber de su profesión.

En Chic

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Escultura