El calvario persigue desde hace ahora justamente veinticinco años a Vicente Ruiz el Soro, matador de toros valenciano, desde que un toro lo hiriera en la plaza de Montoro al ir a clavar un par de banderillas, su especialidad, y después tuviera también la desgracia de que en Benidorm sufriera otro grave percance que afectó a una de sus piernas, la izquierda. Vive en un constante trasiego por los pasillos de los hospitales, sometido ya ¡a treinta y cuatro operaciones! Con el riesgo ahora de perder uno de sus miembros inferiores. El fatalismo ronda el cuerpo, la vida de este valiente torero, que hizo el paseíllo la tarde del 26 de septiembre de 1984 en Pozoblanco, con un cartel que encabezaba Francisco Rivera Paquirri completado por el joven madrileño José Cubero Yiyo. Harto sabido es que Paquirri murió en ese festejo y al año siguiente Yiyo en una tarde agosteña en Colmenar Viejo. Cartel maldito se ha tildado el de esa terna, de la que sobrevive el Soro, con esa antes comentada mala suerte también, aunque puede contarlo pese a tanta desdicha padecida.
Vicente Ruiz el Soro no ha perdido la cuenta de los percances sufridos a lo largo de su carrera taurina: sesenta y ocho operaciones, contando las de sus cornadas y las derivadas de esas dos cogidas ya mencionadas al principio. Aun así, con esa tenacidad que no le ha abandonado junto con su insobornable afición taurina, Vicente no declinaba en su ánimo en los últimos años para vestirse de luces, aun sabiendo que físicamente era casi imposible. Para no perder sus ilusiones aceptó ser comentarista de Canal 9 durante las retransmisiones de festejos en varias temporadas. Pero él quería otra vez ser protagonista, pisar el ruedo, conquistar a los públicos con sus arriesgados pares de banderillas, en la suerte por él inventada, "la del molinillo". Contó con la inestimable ayuda del eminentísimo doctor cirujano Pedro Cavadas, que ejerce en Valencia, lo que facilitaba la cercanía con el Soro. Ante su insistente proceder, el diestro consiguió que le implantaran una pierna biónica, y ello supuso su reaparición en 2015 en diferentes cosos, aun de tercera categoría, con aparente resultado satisfactorio. Incluso en la temporada siguiente, el Soro vio cumplido su sueño de verse anunciado en Valencia, las corridas falleras. Ahí, a pesar del triunfalismo y emoción del festejo, críticos y aficionados pudieron advertir las notorias deficiencias del arrojado matador. Y ya no volvió a hacer más paseíllos.
Continuaban los dolores. Había permanecido muchas veces en silla de ruedas, de la que pudo al fin librarse. Pero sus males no decaían en el pasado 2018. Se recuperó de un infarto y de tres anginas de pecho. Una infección hace diez meses en su pierna fue una llamada de atención. Su pierna izquierda no tenía el necesario riesgo sanguíneo. Y ahí se detectó la posibilidad de que pudiera ser amputada, riesgo que se mantiene. Para combatirlo se ha hecho preciso utilizar un carísimo antibiótico procedente de los Estados Unidos, gasto que el torero ha de sufragar.
Entre los años 70 y 80 Vicente Ruiz el Soro formaba parte de carteles de postín. Fue siempre un torero de los llamados "populistas". No se distinguió por el clasicismo de su arte, pero sí por su valor, su personal técnica y la ya comentada facilidad colocando banderillas. Muy querido en su tierra levantina. Procedía de la localidad de Foyos, en las cercanías de la huerta. Advertí, al conocerlo, ya como matador de toros, que continuaba llevando en una de sus muñecas una simple goma, anudada, como si fuera amuleto: "Es para no olvidarme de mis humildes orígenes, de cuando recogía lechugas en la huerta valenciana". Estuve en su boda, celebrada en Foyos el 5 de diciembre de 1987. Todo el pueblo se amontonó en la iglesia y en sus alrededores. Hubo tres días de fiesta, que en mi crónica de entonces recordé que parecía una copia de las quijotescas "bodas de Camacho". La novia, Suzette Limón, era hija de un ganadero mexicano. Se conocieron una tarde que él toreaba en la plaza azteca de Aguascalientes y ella estaba con su padre en una barrera. El matrimonio tuvo lugar poco después, pusieron casa en Madrid, tuvieron tres hijos, la vida les iba viento en popa. Vicente ganó mucho dinero.
Todo se vino abajo desde aquel funesto 1993 de Montoro y la tarde benidormí del año siguiente. Posteriormente el carácter de Vicente fue agriándose lógicamente por su situación: ya no podía torear. Sus relaciones conyugales entraron en barrena. Y Suzette, que tanto lo quería y lo admiraba, que incluso iba a verlo cuando toreaba, terminó cansándose y, compungida, ya no aguantó más y se volvió a México. Diecinueve años había durado su unión. Vicente, que antes de su boda había sido novio de la colombiana Patricia Silva, muerta en accidente de aviación, volvía a sufrir emocionalmente por su fracaso sentimental. Con el paso de los años se reencontró con una paisana, amiga de la infancia, Eva Rogel, separada de su marido y madre de una hija, o hijo, no estoy seguro. El caso es que se apoyaron mutuamente tras sus mutuas rupturas para iniciar una relación, que desembocó en ceremonia civil en 2016. Eva es el mejor apoyo que tiene ahora Vicente. Quien, convencido de que nunca más volverá a torear, aconseja últimamente a un joven torero llamado Jesús Chover. Una manera de continuar su gran afición taurina.