Esta semana Ali MacGraw ha cumplido 80 años. Nació en los alrededores de Nueva York el 1 de abril de 1939. Primero destacó como modelo. En el cine logró triunfar con una película romántica, el melodrama Love Story, que aún recuerdan muchos espectadores. Hasta los Rolling Stones incluyeron el nombre de la actriz en una de sus canciones, "Star Star". En los Estados Unidos se la considera todavía una especie de mito desde entonces, año 1970. Hoy, ya retirada de la pantalla se dedica a otros menesteres relacionados con la moda. En su modesto hogar, siendo niña, padeció las desavenencias de sus padres, sobre todo del progenitor, adicto a las drogas. Es algo que, con el tiempo, volvió a hacer mella en ella, por culpa de su tercer y último marido, e incluso porque ella misma sucumbió unos años a ese drama, hasta lograr vencerlo.
Sus primeros trabajos, llegada a la veintena, fueron como ayudante de fotografía en la revista Harper's Bazaar y asistente después de una de las directoras de Vogue. Dos importantes publicaciones desde las que saltó a su faceta como modelo en "spots" televisivos y en campañas publicitarias de las mejores marcas, en prensa y en carteles callejeros. Ello la catapultó al mundo cinematográfico, tras probar asimismo como estilista y decoradora. Complicidad sexual fue el título de su debut ante la gran pantalla, sin consecuencias aparentes de la crítica, pero un año después ganó un Globo de Oro por su papel en Good by, Columbus. Y en ese 1970 fue cuando surgió el estallido de Love Story, donde personificaba a una dulce muchachita, Jenny, estudiante de Historia, procedente de una humilde familia, que se enamora de un guapo compañero universitario de la Facultad de Derecho. Celebran pronto su boda, y ella muere al poco tiempo víctima de una enfermedad incurable. Auténtico folletín que la crítica más rigurosa calificó con ostensibles reticencias, en tanto que el gran público lo convirtió en un éxito incontestable de taquilla. La gente salía de los cines a lágrima viva, como yo mismo pude comprobar cuando se estrenó en España.
A Madrid llegaría la estrella hace justamente cuarenta años y tuve la suerte de departir con ella, durante una hora de conversación a solas, en la "suite" que ocupó en un lujoso hotel del paseo de la Castellana. Me fascinó por su altura física: estilizada, de piel morena, ojos azules brillantes, cabellos color azabache. Su naturalidad ante el fotógrafo que me acompañaba era sin duda reflejo de sus años como modelo. Cintura cimbreante, sonrisa pícara, con un gracioso mohín cuando movía los labios. Lo único que me disgustó algo fueron sus uñas postizas, larguísimas, que sólo había visto en una artista española, la cantante de cuplés asturiana Lilián de Celis. Ali MacGraw respondió así a mi pregunta sobre si era verdad que le había disgustado Love Story: "Se ha distorsionado lo que dije por la gran cantidad de entrevistas a las que me he sometido. Recordarás que Love Story se lanzó publicitariamente con el eslogan "Amar significa no decir nunca lo siento". Pues lo que creo haber dicho siempre y que mantengo es que tal frase no me parece acertada. Es posible que haya gente que piense que la historia que se contaba en la película no era profunda. Bien. Pero para mí no era un relato falso". Ali MacGraw me resultó encantadora, accesible en el trato. Se esforzó en decirme algunas frases en español, para agradar sin duda, comentándome que ya conocía nuestro país aunque sólo en una breve estancia, de carácter privado, que hizo a San Sebastián, años atrás, ciudad que le resultó maravillosa.
Espontánea, de buen humor, de exquisita educación, salí de la estancia medio obnubilado. De aquella entrevista recuerdo otros trazos referidos a su vida matrimonial. Intensa, variada, puesto que se casó tres veces. La primera con un compañero de estudios llamado Robin Hoen, que luego se convertiría en un rico banquero, aunque su convivencia sólo duró un año, a partir de 1961: "Era yo muy joven, con bastante inexperiencia en la vida", me confesó Ali. El segundo hombre de su vida resultó ser un importante productor cinematográfico, Robert Evans, su marido engtre 1969 y 1973. Tuvieron un hijo, Joshua. Evans produjo varias cintas en las que intervino su mujer y sucedería que en una de ellas, La huída, fechada en 1972, que por cierto parece que al principio no le apetecía mucho rodar a Ali, ésta se emparejó con su protagonista, Steve McQueen, primero sólo en el entramado de acción argumental y después, encamándose en la vida real, cuando todavía la estrella seguía casada con Robert. Al que puso, sencillamente, los cuernos. Lo que nunca fue obstáculo para que, tras el divorcio, continuaran siendo buenos amigos y él siguiera como productor de otros filmes de la MacGraw.
La verdad es que salvo ese fulminante flechazo por McQueen, Ali MacGraw le había sido fiel a Evans, tenían un hijo en común y además ella cuidaba de un hijastro, que era de un matrimonio anterior del productor, pródigo en su vida de bastantes uniones matrimoniales. "Estuve un tiempo retirada del cine, siguió revelándome la guapísima actriz, porque debía ocuparme de Joshua y de mi hijastro, que tenía doce años, en un momento crítico de la educación de ambos". El enlace de Steve y Ali sucedió en 1973 y duró cinco años. Ella estaba locamente enamorada del héroe rubio de tantas películas, hábil pistolero, arriesgado conductor de coches y motos, galán de mirada turbia e inquietante: un "duro" de la pantalla que, por lo visto, ejercía como tal en su vida privada. Pasados los primeros tiempos de pasión, Steve comenzó a maltratarla: le prohibió incluso trabajar en el cine. Y ella, llena de miedo y de amor al mismo tiempo, le obedeció. Estuvo retirada tres años, que fue cuando se dedicó a sus hijos (el propio y el hijastro) como me contó personalmente. Un machista furibundo el admirado por otros motivos Steve McQueen, al que le dio encima por beber descontroladamente y tomar toda clase de estupefacientes. El final de aquel matrimonio fue que Steve, en uno de sus airados ataques la echó de casa. Y Ali MacGraw, sumisa o atemorizada, ¡vaya usted a saber!, dejó aquel hogar roto, desesperada, sin dinero, con lo puesto y sin saber qué hacer con su vida. Por su parte, el chulo de McQueen se lió con una tal Bárbara Minty, a la que luego convirtió en su nueva esposa.
Cuando le pedí a Ali MacGraw qué podría decirme de su convivencia con Steve, sólo me respondió, muy seria: "Cada pareja es muy diferente. Nosotros tuvimos buenos y malos momentos". Prudente, al no querer hurgar más en la herida que le dejó marcada para siempre McQueen: al enterarse de que estaba a las puertas de la muerte, ella quiso acercarse hasta él, acompañarlo en sus últimos momentos, enamorada como seguía estando de él. Pero McQueen no quiso siquiera despedirse de Ali. La mala suerte siguió acorralando después a Ali MacGraw, pues la casa que tenía en Malibú, su única propiedad, quedó devorada por un virulento incendio forestal. Se marchó a vivir a Nuevo México. Sam Peckinpah le había dado una oportunidad en 1978 para su reaparición en la pantalla en el filme Convoy. Más adelante malvivió con películas de escasa o nula repercusión. Entraría en una vorágine de drogas para huir de una cabalgante depresión. De la que pudo salir tras una dura estancia en la clínica de desintoxicación Betty Ford. Lo contaría todo ello, junto a sus triunfos, descarnada en sus recuerdos amargos, en una autobiografía titulada Moving Pictures. Pasaron siete años ausente del mundo artístico.
Pero no la habían olvidado porque la importante revista People le concedió su portada en 1991 declarándola "una de las cincuenta bellezas más destacadas del mundo". Se aficionó a la práctica del yoga. La contrataron para rodar unas películas de vídeo mostrando sus ejercicios. Y ya en adelante y hasta ahora, se ha venido dedicando a diseñar vestidos de una línea propia, parte de cuyos beneficios los destina a una fundación que vela por los derechos de los animales maltratados. Es muy activista en otras obras benéficas. Ya no quiere saber nada del cine. Está muy cerca de su hijo Josh, que ahora tiene cuarenta y ocho años. Y ella, Ali MacGraw, a sus ochenta primaveras, luce todavía destellos de su belleza, con una cabellera ya cenicienta pero hermosa.