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La vida secreta que el 'señor Galindo' ocultó a cal y canto

Personaje entrañable y querido a más no poder, ha habido incontables muestras de cariño al señor Galindo tras su muerte.

Personaje entrañable y querido a más no poder, ha habido incontables muestras de cariño al señor Galindo tras su muerte.
Martí Galindo | EFE

Hay personajes, aparentemente sin una vida intensa, pero que muy apreciados por la gente, cuando se van de este mundo, reciben incontables muestras de cariño. Es el caso ahora del conocido como señor Galindo. Su muerte ha sido recogida por todos los medios de comunicación nacionales con una amplitud que no recordamos ahora mismo se le dedicara a otros actores, acaso de mayor proyección artística. Tal reacción sin duda obedece al recuerdo que aún perdura entre millones de españoles por sus colaboraciones en aquel programa nocturno o "late show" titulado Crónicas marcianas. Participó en él desde 1997 hasta 2003, en las noches, de lunes a viernes. Ni antes ni después el nombre del señor Galindo mereció tamaño interés. Y, como paradoja para cualquier informador, interesado en conocer aspectos de su vida ajena al mundo del espectáculo, ni siquiera tras una intensa investigación hemos podido registrar detalles de cómo vivía, si había convivido con alguien... Nada, ningún rastro.

Puede que ningún reportero se atreviera nunca a desentrañar su pasado íntimo, sentimental, por el respeto que él siempre se ganó con todo el mundo. La prueba de cuanto les digo es que ninguna publicación rosa, ávida siempre para auscultar cuánto de privado rodea a los personajes populares, contó nunca nada al respecto de Martí Galindo i Girol, que así se llamaba el pequeño gran actor que acaba de dejarnos a los ochenta y un años.

Nació en Barcelona el 21 de mayo de 1937. Se ignoran datos familiares. Lo único que hemos sabido es que tuvo un parto prematuro pesando al nacer sólo un kilo y setecientos gramos. En aquel tiempo no había incubadoras, así es que quienes asistieron a su madre tuvieron que servirse de una caja sobre la que depositaron al bebé al que aplicaron bolsas de agua caliente, casero remedio por el que consiguieron que sobreviviera. "Nadie daba un duro por mí", confesaría ya adulto "el señor Galindo". Tampoco se tienen noticias de sus estudios, de su juventud: sólo que le atraía el teatro, formando parte de algunos cuadros de aficionados, de los muchos que abundaban en Barcelona entre los años 50 y 60. Aquel parto prematuro le pasó factura, midiendo apenas un metro y poco más.

Precisamente esa estatura llevaba a muchos, al menos tiempo atrás, a enrolarse en compañías de espectáculos cómico-taurinos. El señor Galindo prefirió el teatro, y como actor profesional debutó en octubre de 1963 en el escenario del Calderón barcelonés, en la compañía de un maestro del verso, Alejandro Ulloa, con la obra de Luigi Pirandello El hombre, la bestia y la virtud. Continuó actuando en la sala Villarroel, de gran prestigio en la capital catalana. Cuando no lo contrataban como actor, oficiaba de regidor. Se ignora si pasó o no apuros económicos pero, conociendo la existencia inestable de los cómicos no es difícil suponer que atravesó duros momentos en la profesión que se había visto obligado a ejercer, aunque le apasionaba por otro lado.

Fue a finales de la década de los 70 y en las siguientes cuando le irían mejor las cosas, apareciendo en diferentes espacios televisivos, tanto en catalán como en castellano. En aquellos viejos estudios de Miramar el señor Galindo compareció en varios programas protagonizados por la sin par Rosa María Sardá, en uno de los cuáles ella interpretaba el papel de su madre. Galindo se caracterizaba de niño, lo que no le era difícil dado lo que medía, vistiendo pantalones cortos y haciendo toda clase de diabluras en Ahí te quiero ver. Realizaba juegos de manos ante un grupo de señoras, a las que después desvalijaba con hábil disimulo. O bien se disfrazaba de piel roja para que visitas molestas en su casa huyeran despavoridas. En Planeta imaginario, de Televisión Española, era Morgan, un vampiro que se alimentaba comiendo libros. Fue también fantasma ocasional en otro espacio. Y así, Galindo iba ganándose buenamente la vida, porque era un buen actor. En una serie de cuentos televisados, como El rey Midas y en un montón en general de scketchs donde, sobre todo, destacaba por su comicidad. Sobado ya resulta a día de hoy, cuando nos leen, que recurramos a su paso por Crónicas marcianas, que fue el programa donde su notoriedad se disparó en todos los hogares españoles.

A esa hora de la medianoche, Xavier Sardá consiguió audiencias elevadas a partir de 1997, con un plantel que serviría para catapultar a Boris Izaguirre, Carlos Latre, Mary Paz Padilla... y el señor Galindo, que venía a ser el contrapunto de lógica y filosofía de andar por casa frente a los demás, comenzando por el papel que se adjudicó el mentado Xardá. Contrató a Galindo a través de su hermana, Rosa María, quien le dedicó sus mejores elogios. Bajó poco a poco el share de Crónicas marcianas, Xavier "hizo limpia" entre sus colaboradores y con buenas palabras dio "la patada de Charlot" al pobre señor Galindo, que se quedó en el paro, dos temporadas antes de que finiquitara el programa que tanto quería, que lo había convertido en un ser entrañable, inteligente, algo cascarrabias, pero muy querido por sus compañeros y por los telespectadores. Tras las cámaras sabemos que se comportaba muy cariñoso, portando casi siempre un cucurucho de patatas fritas, mientras repasaba su guión. Cuando se marchó, cabizbajo ya en la calle, no sabía qué sería de su vida. Su magnetismo había calado en la opinión pública española. Mas, muy digno, eludió dar pena a nadie, refugiándose en su piso barcelonés del barrio de Gracia. Se dedicaba, a sus sesenta y cinco años, a leer, ir al teatro, escuchar ópera y, sobre todo, ver toda la televisión que podía hasta bien avanzada la madrugada. Porque él trasnochó siempre, como ha sido costumbre en el mundo del espectáculo. Por eso le fastidiaba madrugar. Y la única cláusula que le impuso a Xavier Sardá cuando le habló para contratarlo en Crónicas marcianas fue la de que no contara con él hasta bien pasado el mediodía.

En fechas posteriores sólo intervino en algunos programas de Qué tiempo tan feliz, en Televisión Española, y La ventana, de la Cadena Ser. Otra vez pensamos que recurriría servirse de sus ahorros, para ir tirando. E insistimos en que no hallamos declaración alguna suya donde se quejara de su situación. Tampoco lo molestaban para saber qué era de su vida. Si en aisladas ocasiones fue requerido para alguna entrevista ocasional, apenas dijo nada de cómo transcurrían sus días. Únicamente supimos que le costaba un poco caminar. Galindo, todo un señor, se ha llevado a la tumba un montón de secretos sobre su vida.

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