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Isabel Preysler cumple 68 años: las claves de un mito

Isabel Preysler no ha perdido un ápice de su condición de "reina de las revistas del corazón".

Isabel Preysler no ha perdido un ápice de su condición de "reina de las revistas del corazón".
Isabel Preysler | Archivo/Bernardo Paz

El 21 de febrero de 1969, es decir hace exactamente medio siglo, una joven filipina llamada Isabel Preysler Arrastia aterrizaba en Madrid, procedente de la capital tagala. Su familia le había aconsejado pasar una temporada en España, en casa de unos tíos, para alejarla de un novio nada recomendable sobre el que pesaba un historial delictivo. Comenzó unas clases de secretariado. Se aburría. Hasta que en una fiesta se vio cortejada por un cantante conocido, aunque aún muy lejos de ser el ídolo que acabó siendo.

Cuarenta y ocho años después de casarse con Julio Iglesias, Isabel Preysler no ha perdido un ápice de su condición de "reina de las revistas del corazón", de la que no ha sido desplazada. Es más: cualquiera de sus apariciones en público son hoy valoradas en esas publicaciones como un acontecimiento social. Y ya lleva más de cuatro décadas ostentando ese hipotético reinado. Todo ello cuando cumple sesenta y ocho espléndidos años este 18 de febrero.

Isabel Preysler se dedicó a partir de 2015, cuando ya había enviudado de Miguel Boyer, a promover una nueva línea de cosmética, "My Cream". Ello vino a confirmar el cuidado que siempre ha prestado a su físico. No condicionada por ningún trabajo, salvo los pertinentes de ocuparse de sus hijos y al mantenimiento de su hogar, no ha vacilado en retocarse sobre todo el rostro, someterse a infiltrados de vitaminas y a visitar periódicamente centros de belleza. Ni qué decir con una permanente solución para esas ojeras que a cualquier mujer atormentan, en particular si la noche anterior no se ha descansado lo suficiente. Sus cabellos también han precisado de estar en manos de buenos profesionales. Para mantener la firmeza de sus brazos declaraba aplicarse cremas y aceites regeneradores.

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Una jovencísima Isabel, junto a Julio Iglesias

En plena forma, Isabel Preysler nunca ha dejado de practicar ejercicios gimnásticos, al menos un par de días por semana, sin salir de casa. Contando incluso, en ocasiones, con un entrenador. Tiene un régimen que lleva a rajatabla. Consiste, nada más levantarse, en tomar un vaso de agua con unas gotas de limón. Y en el desayuno no le faltarán unas determinadas vitaminas de calcio y magnesio. Cuanto come y cena está siempre presidido por la moderación, aunque se permite de vez en cuando saltarse esas prohibiciones que todos tenemos si queremos estar más sanos, con algún perrito caliente y hamburguesas, que le encantan. Y hasta se atreve a tomar chocolate negro y helados, que le chiflan.

Sus ingresos económicos son elevados, estando vinculada a la firma Porcelanosa, que le ha reportado asistir desde hace unos años a una recepción seguida de cena en Londres, con la presencia del heredero de la Corona, Carlos de Inglaterra. Con hábil perspicacia comercial, los dueños de Porcelanosa en colaboración con la revista ¡Hola! contribuyen a la Fundación social que preside el príncipe británico, encantado de ser el anfitrión de esa velada. A Isabel Preysler la han acompañado en las últimas ocasiones varios personajes de la vida social española, modelos, y hasta dos toreros: los hermanos Francisco y Cayetano Rivera. Todo el grupo luciendo sus mejores galas, ellas de largo, ellos de etiqueta. Isabel, como siempre, deslumbrante.

Todo ello nos reafirma en que su condición de "mito del papel couché" permanece intacto. La pregunta que cualquiera se ha podido hacer en los últimos años o ahora mismo sería más o menos ésta: ¿Cuál es la clave, o en plural si se quiere, del triunfo social de esta mujer?

El apellido Preysler es de origen austriaco. Los primeros Preysler que llegaron a España buscaron su asentamiento en Andalucía. Un bisabuelo de Isabel, llamado Joaquín, era un campesino que con su esposa, Natalia, emigró a Filipinas y allí se ganó la vida trabajando en una plantación tabaquera. De esos ancestros humildes desciende la hoy protagonista de nuestra historia, cuyo progenitor era gerente de una compañía aérea en Manila y delegado de Banesto. Familia de clase media acomodada, pero no millonaria como se ha contado alguna vez en textos hagiográficos sobre Isabel.

Su noviazgo con Julio Iglesias apenas tuvo repercusión periodística. A recordar su precipitada boda, ya embarazada de Chabeli. Ella no quería casarse, sino marcharse a San Francisco y tener allí al bebé, pero el cantante insistió en el enlace. Cuando se separaron en 1978, Isabel le recordó: "No fui yo la que se empeñó en nuestra boda, sino tú". Julio, con sus constantes giras –pasaba diez meses fuera de España– la engañaba cuanto podía, y ella acabó devolviéndole la jugada al conocer a Carlos Falcó, marqués de Griñón. La idea de convertirse en aristócrata la deslumbró. Como su formación religiosa así lo aconsejaba, se encargó de solicitar la nulidad eclesiástica en la sede arzobispal de Boston para volverse a casar por la Iglesia. Compró el piso madrileño de Arga, 1 para vivir en él con el marqués, todo un caballero, con quien acabó aburriéndose tras cinco años de matrimonio. Por cierto: como ella ingresaba mucho dinero en su cuenta corriente, procedente de sus contratos publicitarios y sus colaboraciones en ¡Hola!, pudo prestarle a su marido veintiún millones de pesetas, que los necesitaba con urgencia para solventar unos créditos bancarios.

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Preysler y Boyer

Antes de su ruptura ya se conocían sus devaneos con el todopoderoso ministro de Economía y Hacienda, Miguel Boyer. Pero los diarios y revistas se guardaban muy bien de no publicar nada, no sea que inesperadamente recibieran a algún inspector de su departamento. El marqués de Griñón hacía oídos sordos a las habladurías, hasta que ella misma le hizo ver que estaba enamorada del político socialista. En los primeros años de su matrimonio con Miguel Boyer tuvieron serios problemas; discusiones por la vida millonaria que quería mantener ella, en tanto él, por su ideología de izquierdas y su posición en el Gobierno, quería convencerla de la improcedencia de su conducta. Pero Isabel Preysler, instalada ya en su lujosa residencia de Puerta de Hierro (bautizada por Alfonso Ussía como Villa Meona) acabó ganando la partida y su marido dejó la cartera ministerial. Ahí finalizó su hasta entonces brillante carrera política.

Parecía que su viudedad iba a enclaustrar en su chalé a Isabel Preysler, y convertirse en una enlutada mujer, ajena ya a todo lo que fuera glamour. Gran equivocación si alguien aventuró ese futuro para Isabel. Qué duda cabe que sus orígenes orientales la diferencian de nosotros, los latinos. Con un gran poder de seducción. Siempre atendió amorosamente a sus tres maridos. Se preocupó de la educación de sus cinco hijos. Con la prensa, con cualquiera que se haya acercado a ella, siempre se ha mostrado gentil, educadísima. Calculadora, muy tranquila, sin perder nunca el autocontrol. Se pasa horas arreglándose cuando tiene una cita en público. Eso sí: es impuntual, con una media de tres cuartos de hora de retraso. Pero, entonces, ella aparece fascinante. Y sin perder su eterna sonrisa, como un imán, sigue conquistando a los presentes.

Porque la muerte de Migue Boyer logró superarla con discreción, por supuesto. Para reaparecer a los pocos meses, cuando empezaba a rumorearse su amistad con Mario Vargas Llosa. Ese amor compartido con el premio Nobel ha rejuvenecido aún más a Isabel Preysler. Anecdótico resultaría que fuera Vargas Llosa uno de los primeros personajes que ella entrevistó para ¡Hola!, hace ya unos cuantos años. Como mucho más curioso que fuera Miguel Boyer quienes los hubiera presentado en Marbella, un verano en el que el Premio Nobel estaba siguiendo en Incosol un periodo de adelgazamiento con su entonces segunda esposa.

Ahora, la incógnita es cuándo se casarán. Parece que será durante el transcurso de este 2019. Probablemente, para evitar el acoso informativo, lejos de España. Con exclusiva por medio, suponemos, con el semanario con el que ella mantiene relaciones profesionales. En cualquier caso, un acontecimiento que no pasaría inadvertido para nadie, con esta feliz abuela, que siempre sonríe a la vida sin que los años le pasen la factura que a otras féminas. Ella sabe muy bien cómo afrontar el transcurso del tiempo.

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Preysler y Vargas Llosa

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