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Mirta Miller siempre pensó que el duque de Cádiz, su gran amor, fue asesinado en una estación de esquí

Mirta Miller, la mujer que ocupaba el corazón del finado, a instancias de los periodistas, siempre pensó que el Duque fue asesinado.

Mirta Miller, la mujer que ocupaba el corazón del finado, a instancias de los periodistas, siempre pensó que el Duque fue asesinado.
Mirta Miller | Gtres

El 30 de enero de 1989, minutos antes de las doce de la noche, hora española, casi las cuatro de la tarde en el Oeste de los Estados Unidos, moría decapitado don Alfonso de Borbón Dampierre, Duque de Cádiz, a consecuencia de un violento choque mientras esquiaba en las pistas nevadas de la estación de Beaver Creek, Vail, estado norteamericano de Colorado. El Duque se había deslizado a gran velocidad por una de las pistas, no escuchó la advertencia de otro esquiador, y se empotró contra un cable de cuatro milímetros de diámetro que le seccionó el cuello. Murió instantáneamente. Omitimos cuantos detalles rodearon inmediatamente después el trágico suceso para centrarnos en las muy razonables dudas que surgieron a la muerte del infortunado don Alfonso. Que era un esquiador avezado, nada imprudente, y que nadie de los que inspeccionaron el lugar pudieron explicarse el motivo del por qué aquella cuerda metálica se hallaba a aquella hora fatídica en la meta de ese circuito de nieve. Y era un día de espléndida luminosidad. ¿Cómo no pudo advertir ese obstáculo el Duque de Cádiz?

Tuviera o no gran o menor culpa por ello, los responsables de la estación de esquí se cuidaron de que los empleados que pudieron contemplar el accidente se libraran de testificar ante las autoridades encargadas de la investigación. Los litigios sucesivos que emprendió la familia Martínez-Bordiú, representando al hijo del desventurado don Alfonso, al ser menor, concluyeron al aceptar una indemnización cercana a los cien millones de pesetas, con destino a Luis Alfonso de Borbón y Martínez-Bordiú. Familiares, personas cercanas a don Alfonso mantenían sus dudas acerca de si aquel accidente pudo o no ser provocado. Desde luego quien no dudaba al respecto era Mirta Miller, la mujer que ocupaba el corazón del finado quien pronunciaría varias veces, a instancias de los periodistas (a mí me lo dijo también) que "pensaba que el Duque fue asesinado". ¿En qué se basaba la actriz argentina para estar muy segura de aquella confesión?

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El duque de Cádiz, en 1970 | Gtres

Desde luego en la pericia de don Alfonso como esquiador. En comentarios de algunos de los presentes aquellos días en las pistas de Beaver Creek. Y quién sabe si también en conversaciones privadas en las que su enamorado parecía tener temores respecto a su vida, lo que por supuesto nunca se supieron, ni por él cuando vivía, ni luego por ella. Mirta Bugni Chatard conoció a don Alfonso de Borbón Dampierre en una fiesta celebrada en 1973. Siete años después, cuando el Duque ya estaba separado de su esposa, María del Carmen Martínez- Bordiú, reanudaron aquella superficial relación, convirtiéndola en periódica. Fue una pasión mutua, que procuraron llevar en la más absoluta intimidad. Cada uno residía en su propio domicilio, pero se veían casi a diario en una u otra vivienda; pasaron juntos vacaciones fuera de España, en el barco de Robert de Balkany, casado entonces con una princesa de los Saboya, o esquiando en algunas estaciones donde pudieran pasar inadvertidos. Y esa convivencia la mantuvieron, salvo un breve periodo durante cierta crisis, hasta la inesperada muerte del Duque.

Cuando acudían a algún evento en Madrid, puedo atestiguar que llegaban al lugar por separado y al saludarse, nunca se tuteaban. Estaba al lado de ellos una noche en la sala Scala, del hotel Meliá-Castilla, cuando don Alfonso la trató de usted, y desde luego ella hizo otro tanto. A esa situación llegaba la rígida discreción del primo hermano de don Juan Carlos, con quien mantenía una cierta distancia dentro de la famiiaridad que los unía. No hay que olvidar que don Alfonso tuvo siempre la pretensión de sentarse en el trono de España, lo que se hizo más patente en él al casarse con la nieta de Franco. Luego se desilusionaría, al ver desvanecido su sueño, porque el Jefe del Estado nunca quiso retractarse de lo que ya las Cortes españolas habían aprobado. Don Alfonso de Borbón, en el plano personal, nunca fue avaricioso con el dinero, pues le importaba más mantener su dignidad principesca. Y se avino a ganarse la vida a base de un sueldo, bastante modesto dada su alcurnia, en el puesto que aceptó en un Banco, gracias a la ayuda de algunos amigos, sobre todo de quien fuera vicepresidente del Real Madrid, Raimundo Saporta.

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Mirta Miller, en 2008 | Gtres

Luego, en su vida íntima, quien recibiera el Ducado de Cádiz por expreso designio de Franco (con la anuencia también del entonces Príncipe de España, su primo) no tuvo reparos en relacionarse con mujeres que no eran de "sangre azul", como la actriz Marilú Tolo (que se sonrojó un poco cuando en una entrevista le hablé de sus líos amatorios), Mía Acquaroni, Nonny Phipps, Peggy Duff Scott y un largo etcétera. En Italia, sobre todo, don Alfonso gozaba, a pesar de su timidez, de noches alegres encamado con alguna desenvuelta aspirante a casarse con él. Pero no cayó en las redes hasta que el marqués de Villaverde fue con su hija Mari Carmen a pasar unas vacaciones a Estocolmo, donde don Alfonso oficiaba de Embajador de España. Lo que pasó después, es harto sabido. La familia de don Alfonso (su madre, su hermano Gonzalo) "querían casarlo" con alguna princesa o aristócrata que fuera de su gusto. Y a tal fin movieron los hilos para que dejara a Mirta Miller y aceptara matrimoniar con Ana Laura de Bourbon Busset. Incluso apenas unas semanas antes de su muerte, la prensa europea publicaba la noticia de que don Alfonso iba a contraer nupcias con una nieta de los emperadores Carlos y Zita de Austria, Constanza de Habsburgo.

Entre tanto, don Alfonso y Mirta Miller proseguían sus encuentros sentimentales. Sin embargo, en el funeral celebrado en Madrid, en el convento de las Descalzas Reales, donde descansarían para siempre los restos del infortunado Duque de Cádiz, quien se presentó poco menos que como viuda desconsolada, fue la mentada Constanza. Mirta Miller, lógicamente postergada, tuvo que soportar el dolor por la pérdida de su gran amor, en la soledad de un rincón. Soledad en la que treinta años después se encuentra, sin poder olvidar al hombre que tanto quiso, quien por cierto llegó a pedirle que tuvieran un hijo. Pero ella se negó.

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