¡Ay, si viviera Paquirri…! Lo dicen quienes saben lo que Cantora significó para él. La finca soñada, después de tantos años de tesón y angustia ante los toros, cuando pudo ahorrar lo suficiente para comprarla. Y ahora resulta que puede salir en pública subasta, cuando pesan sobre ella cuatro millones de euros, en deudas, que ni Isabel Pantoja ni su hijo Francisco pueden pagar. Por eso este último, Kiko, ha vuelto a la cadena Telecinco para ver si en unos cuantos programas, contando miserias y secretos de su entorno le pagan lo suficiente para hacer frente a cuanto deben.
¿Por qué se ha llegado a ese punto? Dos años hará que Isabel Pantoja, entonces más ahogada económicamente que ahora, con su condena carcelaria por aquella operación Malaya y sus líos con el exalcalde de Marbella, puso en venta Cantora por siete millones de euros. Nadie acudió a la oferta. Todos esos embrollos se los podía haber ahorrado Isabel de haber llevado una contabilidad ajustada a sus necesidades. Ya se fue librando del ganado que tenía. Pero los gastos de la finca eran superiores a las pocas ganancias que pudiera obtener en la finca. Y por otro lado, entonces, los que también le suponían su casa frente al ferial sevillano y su chalé madrileño. Todo aquel lujo en el que vivía, la burbuja de artista millonaria, me hizo recordar cuando conocí la primera casa que tuvo en Madrid, en la calle O´Donnell, años 70, vivienda de menos de cien metros cuadrados, muy modesta, donde habitaba con su madre.
Isabel, a comienzos de la década de los 80, ya había ganado un buen dinero. Pero el millonario era Paquirri, cuando se ennoviaron. Me permitieron fotografiarlos juntos por vez primera, posando en exclusiva en la barra de un restaurante, luego venido a menos, La Dorada. Y permitieron que entrara en Cantora, antes de casarse, lo que hasta entonces habían impedido a cualquier periodista. La finca era un capricho del torero y a su vez, insisto, producto de cuanto había ganado jugándose la vida. Y allí vivió algunos encuentros amorosos furtivos. Hasta que apareció en su vida Isabel Pantoja una tarde de la feria taurina de Jerez de la Frontera, presentados por un fotógrafo de ¡Hola!, Manuel Gallardo. Y cuando ya la había conquistado, Paquirri la llevó a Cantora, donde vivió una corta temporada, vigilada la pareja de cerca por doña Ana, la madre de ella. Aunque el torero, a escondidas de ella, buscaba el momento preciso para mostrarle a Isabel cuánto la quería y deseaba.
Cantora está situada entre Medina Sidonia y Vejer, en plena ruta del toro, provincia gaditana donde se contemplan los pueblos blancos. Hay ciento y pico metros desde la entrada de la finca hasta la entrada de la casa. Quinientas hectáreas de dimensión y dos mil metros construidos. Con una placita donde Paco entrenaba. Y un picadero lleno de caballos. Antes de franquear la amplia salita de estar del complejo, Paquirri me hizo notar un azulejo donde había mandado grabar esta leyenda: "Aprende a ser yunque antes de ser martillo". No era necesario que me explicara su significado: él había vivido de chico una vida durísima, le costó llegar a figura del torero y entonces ya pudo mandar en lo suyo. O sea, convertirse en martillo. Pero sin odios, ni revanchas: noblemente. Simpatizamos en seguida. Y eso que Paco no era muy dado a las entrevistas.
Lo demás, ya es sabido: boda, muerte, nacimiento de quien entonces la prensa del corazón apodaría Paquirrín, con gran enfado de la que pasó a ser llamada "la viuda de España". Isabel Pantoja me confesó una tarde en Caracas, con la promesa de no publicarlo, algo que ahora ya carece de misterio: "Cuando murió Paco fui a la finca y la caja fuerte donde había papeles, dinero y joyas, estaba abierta...". No supo decirme de quién sospechaba. El caso es que en adelante, puso una distancia entre ella, su hijo y la familia del marido muerto. Los dos hijos de Paquirri habidos en su matrimonio con Carmen Ordóñez le reclamaron algunos objetos de su padre: vestidos de torear, muletas, algún estoque… Isabel nunca se los devolvió a Francisco y a Cayetano. Hubo dos robos en Cantora. Parece que desaparecieron. No tenían más valor que el sentimental. Francisco Rivera Ordóñez, que en sus últimas temporadas, antes de retirarse, se anunciaba como su padre en los carteles, Paquirri, dijo que Isabel, cuando estaba con su marido, era muy cariñosa, pero sin la presencia de éste, era cual la madrastra de Blancanieves. Madrastra, desde luego, lo era por derecho. Y nunca se han vuelto a reunir en ningún momento, ni siquiera en los aniversarios del fallecimiento del torero, hace ya treinta y tres años.
La vida desde entonces de Isabel Pantoja, profusamente contada en televisiones y revistas, es todo un culebrón. Piensa este año contarla en una serie de Telecinco, en guiones supervisados por ella, con una actriz-cantante que sea de su aprobación. Merced a un acuerdo firmado de millones, en un lote que también se incluirán algunas galas. Con la multinacional del disco que la tiene contratada piensa presentar también en este 2019 un nuevo disco. Y así, completando sus proyectos con viajes a varios países de Hispanoamérica, pudiera salir del atolladero en el que se encuentra. ¿Se salvará Cantora, al fin? Así se lo deseamos a madre e hijo, más unidos que nunca.