Nacida en Tarrasa, una de las mejores comunicadoras en radio y televisión,
Concha García Campoy hubiera cumplido el pasado 28 de octubre sesenta años.
Falleció hace cinco, en el verano de 2013, víctima de una leucemia. Una mujer
brillante, de trato sencillo y afable, querida por cuantos tuvimos el placer de conocerla,
siquiera algo superficialmente, que fue mi caso, cuando acudí invitado a algunos de sus
programas. Comenzó destacando, ya viviendo en Madrid, con el titulado A vivir que
son dos días, enunciado que parecía ser una premonición de lo que fue su corta vida:
tenía sólo cincuenta y cuatro años al dejarnos. Triunfaría más tarde en las ondas con
La brújula y Días de radio. Lo mismo que prestó su enigmática sonrisa, cual la de
una Gioconda ante los micrófonos, y una dulce voz en la pequeña pantalla, cuando se
inició durante tres temporadas como presentadora de informativos en el Telediario,
entre los años 1985 y 1988. Pero antes de que gracias a su esfuerzo y por supuesto
gran talento se hiciera un hueco entre los más apreciados nombres del periodismo
audiovisual, Concepción García Campoy, natural de Tarrasa, donde vino al mundo el 28
de octubre de 1958, fue protagonista infantil de unos años difíciles, pasando muchas
penalidades junto a sus progenitores y una hermana.
Sucedió en 1962, cuando las intensas lluvias sembraran la ruina de muchos
pueblos catalanes: inmensas riadas que se llevaron por delante más se seiscientas
vidas y anegaron infinidad de casas bajas situadas junto a las ramblas de Tarrasa, en el
caso que nos ocupa. La familia de la futura locura fue una de las muchas que perdieron
su hogar: se quedaron sin nada, desaparecidos o inutilizados todos sus enseres,
completamente arruinados. Los García Campoy se vieron en la necesidad de acogerse
en unos barracones, a expensas para vivir de la caridad pública y de lo que las
autoridades pudieron ayudarles conforme se cuantificaron aquellas desgracias.
Concha era una niña de apenas cuatro años. Nunca pudo olvidar tamaña
tragedia, grabada en su mirada, en sus recuerdos de infancia, al contemplar algunos
cadáveres a su alrededor meciéndose entre las aguas turbulentas, casas derruidas,
llantos y gritos desesperados de sus vecinos y paisanos. Poco a poco, la familia fue
adaptándose a unos años de penuria, sin horizontes a los que asirse. Pero no había
futuro para Concha y sus padres en aquella Tarrasa, aun siendo población industrial
importante. Y el padre tomó la determinación de rehacer su vida en Ibiza, adonde
llegaron con una mano delante y detrás, como suele decirse. En una época en la que la isla pitiusa empezaba a llenarse de extraños y llamativos moradores, al decir de sus
pacíficos habitantes: hippies que fueron encontrando en aguas mallorquinas además
de hospitalidad un sitio donde en completa libertad se dedicaron a fantasear,
imaginando mundos soñados a merced de las drogas y sus cantos de espiritualidad y
paz. El LSD contribuía poderosamente a gozar de esas sensaciones, "viajando" a
paraísos prohibidos en el resto de España. Seguían el espíritu de aquellos otros colegas
que en San Francisco pregonaban en 1968 aquello de "haz el amor y no la guerra".
Concha García Campoy fue conociendo desde su adolescencia y primera
juventud esos ambientes, aunque procuró no participar en ellos, limitándose a tener
constancia de otra manera de vivir aquellos años por parte de muchachos de su misma
generación, que en Estados Unidos fue etiquetada como "beat". En cualquier caso
tuvo cerca esa cultura, el sentimiento de independencia y libertad, que no se daba
fuera de las islas. Se casó con el abogado Jaime Roig Rivera en 1978, matrimonio que
duró justo un decenio.
Cuando aterrizó en Madrid y fue dándose a conocer entre la grey periodística
Concha García Campoy no hizo públicas aquellas penalidades de la infancia. Procedía
de la emisora ibicenca de la cadena Cope. Y en la capital de España frecuentaría los
micrófonos de otras cadenas de difusión nacional. Mujer discreta, llamaba no obstante
la atención en público para quien no la reconociera por su voz, gracias a su elevada
estatura, y desde luego su urgente simpatía nada más cruzar unas palabras con ella,
tan sencilla y ausente de divismo como no hemos conocido a ninguna otra colega de su
tiempo.
Hizo migas con un sociólogo y radiofonista manchego, con aires de erudito de
inagotable verborrea, lo que contrastaba con la prudencia al hablar de ella. De
nombre Lorenzo Díaz. Se casaron y fueron felices mientras duró su unión entre 1992 y
2000, en un confortable hogar desde cuya atalaya podían contemplarse los árboles del
madrileño Parque del Retiro. Allí compartían su dicha con los dos niños que tuvieron,
Berta y Lorenzo. Pero el amor se les acabó y cada uno tomó rumbos distintos,
quedándose con el piso Concha, quien unos meses después inició su convivencia con
un prestigioso productor cinematográfico, el madrileño Andrés Vicente Gómez
(anteriormente unido a la ya fallecida Carmen Rico-Godoy), su pareja desde 2000 hasta
que la muerte se llevó a su compañera en un funesto mes de julio de 2013. Con el
susodicho Díaz, Concha siguió manteniendo un frecuente contacto, sobre todo para
interesarse él por sus hijos. Quien en la actualidad está sentimentalmente unido a la
ministra de Trabajo, Magdalena Valerio.
Diecinueve meses duró el martirio de Concha García Campoy con su
enfermedad. Cuando los médicos le informaron de su estado, anunció a los medios
que abandonaba temporalmente sus quehaceres periodísticos. Viajaba a Valencia para
tratarse de sus dolencias, a base de jornadas duras de quimioterapia. Y allí le
sorprendió la muerte el 10 de julio de 2013. Su nombre ha quedado vinculado desde
hace cuatro ediciones al de un premio de comunicación, que, en varias modalidades, el
Especial le ha sido concedido no hace mucho a Christian Gálvez (Pasapalabra).
Además, como otro homenaje póstumo aparece estos días una biografía de Concha
García Campoy escrita por Miguel Dalmau. Oportuna edición para que no nos
olvidemos de quién fue esta notable compañera de los medios informativos, a la vez que
encantadora y excelente mujer. ¡Qué pena su ausencia!