Ahora Jorge Sepúlveda sería centenario. Un valenciano nacido en diciembre de 1917, que entre mediados los años 40 y la siguiente década fue uno de los intérpretes más conocidos, gracias a sus románticas canciones, la mayoría a ritmo de bolero o pasodoble: "Mirando al mar", "Santander", "Santa Cruz", "No te puedo querer", "María Dolores"… Con su bigotito, tan de moda aquellos años de la postguerra. Elegante, luciendo vistosos esmóquines o incluso fraques. Las mujeres suspiraban, discretamente desde luego, con sus melodías sentimentales y, al concluir sus actuaciones, le solicitaban más o menos tímidamente, un autógrafo, estampado a veces en las varillas de sus abanicos.
Luis Sancho Monleón formó varios dúos hasta convertirse en solista a partir de los años 40. Tenía una voz precios, aunque engolada. El estilo de la época, mimético al de otros vocalistas, que bebían sus fuentes, con las debidas distancias, a los "crooners" americanos de las grandes orquestas. Jorge Sepúlveda, que adoptó ese sobrenombre que sonaba muy eufónico y, de paso, le servía para que las autoridades franquistas no le complicaran la vida por su pasado republicano durante la guerra civil, podía ser tildado de cursi por su repertorio y la manera de ejecutarlo, mas era un músico dotado de amplios conocimientos. A través de algunos de sus programas radiofónicos dio a conocer piezas de jazz, género prácticamente desconocido entonces a nivel popular. Pero se adaptaba a los gustos del público y, versátil, lo mismo cantaba boleros que pasodobles, foxtrots que tangos o mambos, también chotis o marchiñas. Como la mayoría de los llamados vocalistas en años posteriores. Sólo que él tenía mucha personalidad y hasta compuso algunos de sus éxitos.
Con la llegada de los nuevos ritmos procedentes de Francia, Italia e Inglaterra, a partir de los años 60 Jorge Sepúlveda comprendió que su estilo iba pasándose de moda. Apuró su vida artística cantando incluso en algún puticlub de la madrileña calle de la Ballesta. Abrió también un bar en el barrio obrero de Carabanchel. Pero siendo consciente de que como cantante ya "no tenía sitio" ni tampoco le sonreía la fortuna en los negocios, se marchó a Palma de Mallorca y allí rehízo su vida como "disc-jockey" de una emisora y ejerciendo de agente publicitario.
Poco se sabía de su vida íntima, porque en los años de su popularidad las revistas de información general no publicaban historias sentimentales sobre los personajes públicos. Y Jorge Sepúlveda, que además era muy discreto, ocultó que había sido padre de un niño, fruto de sus relaciones con una cantante polaca. Bebé al que impusieron el nombre de Roberto tras nacer en 1940 en Valencia. Vivió su infancia con los abuelos paternos. Cuando su madre se encontraba muy sola, porque Jorge vivía en Madrid pendiente de su carrera artística, se marchó a París definitivamente. Y Roberto, que entonces contaba once años, no tuvo nunca un verdadero calor hogareño. Cierto es que, ya mayorcito, veía de vez en cuando a su progenitor cuando éste recalaba en Valencia. Mas en la vida del muchacho faltó sin duda una relación más continuada con su padre, al que siempre respetó y admiró. Y no digamos con su madre que rehízo su vida en Francia.
A principios de 1955 Jorge Sepúlveda matrimonió con una malagueña llamada Angelines Labra en las carteleras, pues era "vedette" de revista, a la que aquél tuvo en su compañía de variedades. Una rubia muy alegre que permanecería a su lado hasta que la muerte los separó. Eso sería en junio de 1983 cuando aquejado de una bronquitis crónica, el cantante dejó de existir en la capital palmesana. Dejó dicho que lo enterraran en una fosa común del cementerio de Palma de Mallorca. Y su hijo y su esposa respetaron aquel extraño deseo.