Colabora

La solitaria vida de Carmen Alborch, una mujer enamorada

Alborch antepuso a su felicidad completa más de una vez su tendencia a la soledad.

Carmen Alborch | Cordon Press

Carmen Alborch fue una mujer maravillosa, llena de vida, de ideología liberal y por supuesto socialista, no en vano fue Ministra en la V Legislatura presidida por Felipe González, luego senadora y últimamente de vuelta a la Facultad de Derecho, en Valencia, donde había impartido clases antes de dedicarse a la política activa. Dotada de un gran sentido del humor, era independiente en su ideas, la conducta de una feminista que antepuso a su felicidad completa más de una vez su tendencia a la soledad. Parecerá un oxímoron, lo de vivir sin compañía en su casa de Valencia cuando en distintas etapas de su existencia no le faltaron amores. Sabía compartirlos, siempre que cada uno tuviera su propio nido.

En cualquier caso, Carmen, encantadora siempre en el trato, sencilla hasta en su trato con desconocidos, sabía muy bien guardar para sí sus historias sentimentales. Había nacido en un pueblecito valenciano, Castellón de Rugat, adonde volvía siempre que le era posible para recordar su niñez y adolescencia, los días de fiestas verbeneras, de trato con sus vecinos, comportándose lejos del protocolo que le imponía ser Ministra y después senadora. Le gustaba esa espontaneidad, sin ataduras, cuando se reunía con sus amigos de siempre. De jovencita, sus compañeras de colegio la llamaban "Sofi", aduciendo su parecido físico con "la Loren". Conforme fue haciéndose mayor y lucía una espléndida cabellera rojiza más bien podía compararse con Rita Hayworth. El cine, por cierto, fue siempre una de sus mayores aficiones, junto a la lectura, el teatro, la escritura. Publicó varios libros, en uno de los cuáles, Libres, dedicaba unas páginas "a los hombres de mi vida".

Tuvo varios. Pero mientras pudo ocultó sus identidades a la curiosidad pública. El primero de sus novios fue un compañero en la Facultad de Derecho. Coqueteaban. Y justo al concluir la carrera, Carmen lo dejó. No deseaba formalizar esa relación para casarse tempranamente, en aras de la independencia que siempre quiso. Pero luego volvió a enamorarse. Y esta vez ya dio el sí con todas sus consecuencias. Un marido que, al principio, la hizo feliz, aun con problemas en su vida marital. Era un sociólogo llamado Damián Mollá. Carmen Alborch contaba veinticinco años. Tuvo que llevar las riendas económicas del hogar con su sueldo de profesora, porque su marido fue depurado en la Universidad por su pasado político. Por esos problemas económicos y sin duda culpa de otras divergencias que desconocemos, la pareja se divorció. No tuvieron hijos, ni tampoco hasta el final Carmen Alborch alcanzó la maternidad. ¿Por decisión propia? Es posible.

Carmen Alborch | Cordon Press

En adelante, Carmen tuvo más amistades íntimas, aunque la más conocida fue con un excelente periodista, desgraciadamente fallecido, José Luis Gutiérrez, que fue director de El Mundo. Procuraban aceptar con naturalidad la relación que los unía, incluso en actos públicos, pero no daban detalles alguno de su convivencia. Notoria era ésta entre los colegas del novio. Mas Carmen Alborch, siempre manteniendo esa ya repetida independencia que presidía su pensamiento, decía vivir sin compañía alguna. No sé si rompieron antes o la muerte de José Luis truncó aquellos amores. Los de dos seres muy compenetrados en sus ideas, cultos y comprometidos políticamente.

Fue en 1993, contando Carmen Alborch cuarenta y seis años, cuando crucé con ella una breve conversación, siendo Ministra de Cultura. Estaba en un grupo, pero me atendió con su afabilidad acostumbrada. Circulaban rumores de que había vuelto a enamorarse, esta vez de un abogado de cuarenta años, separado, padre de una hija, llamado Vicente Zaragocín. Se habían publicado imágenes de ambos, juntos y en actitud muy cariñosa en la localidad alicantina de Altea. La Ministra me contestó así: "Sepa usted que me achacan muchos novios. Esas fotos que me mencionan se obtuvieron en una reunión de amigos comiendo una paella. Todos los reunidos somos amigos de hace más de diez años. Y ése que ha mencionado es compañero mío de los tiempos de la Facultad, bastante más joven que yo, y tan amigos como los demás de ese grupo. A mí me gusta "festear", que es lo que llamamos los valencianos a pasárnoslo bien riendo en grupo, bromeando. Tenga usted en cuenta que trabajo doce horas diarias y aún así dicen que me paso el tiempo "piruleando". No sé de dónde podría sacar tanto tiempo de ser verdad los noviazgos que me atribuyen. A mí no me gusta jugar con esas cosas serias del amor, pero paso de todo, digan lo que digan..." Segundos antes de despedirnos, le inquirí: "Entonces... ¿soltera y sin compromiso?" A lo que respondió: "Permítame que le rectifique: divorciada y sin compromiso". Y me sonrió con su llamativa dentadura, sin mostrarse incomodada en ningún momento de la pequeña charla. Soltera le ha sorprendido la muerte. Pero en la última entrevista que sostuvo no hace mucho con una redactora del diario Las Provincias, declaraba que no había renunciado a enamorarse. Pero continuaba viviendo en soledad.

Temas

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario