Hubiera llegado a centenaria este 17 de octubre. Se llamaba Margarita Carmen Cansino pero todo el mundo la conoció como Rita Hayworth. Un "sex-symbol" de la pantalla. "La Diosa del Amor" fue asímismo motejada. Un de sus más populares interpretaciones fue en Gilda, película que desde su estreno en 1946 se repone a menudo en las televisiones. Si el cine le proporcionó fama y dinero, en cambio tuvo una vida inestable sentimentalmente. Se casó en cinco ocasiones, las que derivaron en divorcio. Tuvo dos hijas: la última, Yasmine, la acompañó hasta su dramático final en 1987, a sus sesenta y ocho años, vencida por el alcohol, los barbitúricos y un implacable alzhéimer. Y en el fondo de su alma, en un rincón perdido de su memoria, quedó el horrible recuerdo de haber sido violada por su propio padre, un bailarín sevillano llamado Eduardo Cansino.
Probablemente todavía queden vivos algunos lejanos parientes de aquella diva en el pueblo de Castilleja de la Cuesta, a pocos kilómetros de la capital de la Giralda. Yo conocí a una prima suya, Pilar Cansino, que fue bailarina y actriz. Pero no me consta que Rita Hayworth se ocupara nunca de esos ancestros. Había nacido en Nueva York el 17 de octubre de 1918 en el hogar de un emigrante español llamado Eduardo Cansino y una norteamericana, Volga Haworth (de quien heredó su apellido artístico intercalándole una y griega). El padre era bailarín, bastante feo por cierto, con una amplia dentadura que exhibía al sonreír para algunos de los documentos gráficos que se conservan, donde se advierte también una despejada frente, inicio de segura alopecia. Habrá que pensar que su hija heredó la belleza de la madre. Un tipo desagradable este Eduardo Cansino, empeñado en que Margarita Carmen aprendiera baile español, a lo que ella se negaba. Entonces recurría a la violencia para terminar algunas noches acostándose con la niña, sin que la madre pudiera impedirlo. La deshonró y la violó en varias ocasiones. Puede suponerse el trauma que padeció la futura Rita Hayworth. No quedó ahí la cosa. Ya que no le iban bien sus contratos, el padre obligó a la pequeña, cuando contaba trece años, a marcharse a California en pos de mejores horizontes. Lo que significaba que se convertía en pareja artística suya, bailando lo poco que había aprendido.
Las andanzas de los Cansino por Los Ángeles y alrededores tenía por objeto acercarse hasta Hollywood, con la esperanza sostenida por el odioso padre de que a su hija la fichara algún estudio importante de aquella Meca del cine. La advirtió severamente para que no se le ocurriera decir que eran padre e hija, y así, en sus actuaciones más o menos sensuales con fondo musical de rumbas flamencas, o algunos otros bailes regionales españoles, el público llegó a creer que eran amantes. ¡Ya se necesita tener una mente retorcida…! En una de sus apariciones en un local de Tijuana, en la frontera mexicana, lugar frecuentado por gentes del cine, cierto magnate se fijó en la bailaora. Y de acuerdo con Eduardo Cansino la llevó hasta Darryl F. Zanuck, el hombre fuerte de la Fox. Ahora que tanto se habla y escribe de ese movimiento conocido como MeToo, ya por aquellas calendas, finales de los años 20, quien podía usaba a la mujer como si fuera su dueño. Pero Carmen Cansino sacó su genio y no se dejó seducir por el baboso señor Zanuck. Consecuencia: no hubo contrato entonces en Hollywood, lo que a Eduardo, su padre, le sentó a cuerno quemado. Encima, le echó una bronca morrocotuda a su pobre hija.
Cansada de la vida que llevaba al lado de su progenitor pensó que, para independizarse de sus garras lo mejor sería casarse. Y al enamorarse precipitadamente de un vivales llamado Edward Judson, logró su propósito. Pero lo pagaría caro durante los cinco años que duró su matrimonio. Si bien al principio ella creyó haber conocido a un hombre que podía hacerla feliz resultó que al tipo lo único que le interesaba era hacer negocio con ella, sin importarle si se acostaba o no con algunos de los ejecutivos de Hollywood a los que se la presentaba, pues gozaba de algunos importantes contactos. Sexualmente, no podía ser feliz con aquel marido, que tenía muchos más años que ella, el doble. En esas gestiones fue contratada por la Columbia, cuyo todopoderoso productor Harry Cohn no perdió ocasión de intentar también conquistarla. Sin éxito, porque quien ya había sido bautizada como Rita Hayworth se negaría sistemáticamente a complacerlo en sus delirios sexuales.
Hay que ser justos a la hora de reconocer que aquel Edward Judson, a pesar de su codicia, fue quien transformó radicalmente el físico de su esposa, comenzando por el cambio de nombre y siguiendo con sus nuevos peinados, el color del pelo rojizo y los elegantes y deslumbrantes modelos que eligió para que los exhibiera con aquella sensualidad que nunca le abandonó a Rita. Tras su aparición en la pantalla en Solo los ángeles tienen alas, su estrellato comenzó a nacer cuando interpretó el personaje de doña Sol en Sangre y arena, la película basada en una de las novelas del valenciano Vicente Blasco Ibáñez, el primer escritor español que verdaderamente puso una pica en Hollywood. Y ya con Gilda, llegó la explosión, con aquella bofetada que le propinó su antiguo amante, el que personificaba Glenn Ford, que ya es historia del cine. Película que la censura de algunos países, sobre todo España, se empeñó en mutilar. Un escándalo para muchas mentes bienpensantes. Donde la Hayworth daba rienda suelta a sus fantasías sexuales cantando "Love me forever" (que entre nosotros se conoció como "Amado mío") y "Put the Mame on Mame".
Tras cansarse de Edward Judson entró en la vida de Rita Hayworth nada menos que Orson Welles, fascinado al verla fotografiada en una revista. Otros cinco años duró la pareja. De aquella unión nació una niña, Rebeca. Cierto que con Welles Rita Hayworth logró quizás su interpretación más brillante, en La dama de Shanghai. Pero eso no le satisfacía solamente. Esperaba en vano muchas noches a su segundo marido… pero Orson se divertía con otras o andaba de aquí para allá buscando algún productor que le patrocinase sus ambiciosos guiones. En definitiva, Rita rompió con aquel genio.
Lo que nunca podía soñar era convertirse en princesa. Y lo fue al matrimoniar con Alí Khan, el príncipe de los ismaelitas. Líder de esa comunidad cuando murió su padre, el Aga Khan. Una familia fastuosa. ¡Qué lejos quedaban entonces los tiempos en los que Rita y su desdichado padre pasaban penurias! Ahora ella viviría a todo lujo. Y las revistas y noticiarios de la época se hicieron eco de la grandiosa ceremonia nupcial celebrada en la Costa Azul, en el pueblecito de Vallauris, donde se instaló un día Pablo Picasso, famoso el lugar por las cerámicas. Ali Khan estaba hechizado por Rita y no dudó dejar a su mujer, Bárbara Yarde-Buller cuando se enamoró de la estrella cinematográfica. Tuvieron una hija, Yasmine, que nunca abandonó a su madre hasta el día de su muerte. Pero tampoco Ali Khan, por mucho que manifestara su amor por ella, supo hacerla feliz. O al menos, ella así lo manifestó.
Y ya, a partir de aquel tercer matrimonio, los dos siguientes no fueron sino intentos baldíos para no sentirse sola. Y ni el actor-cantante Dick Haymes ni el director James Hill complacieron a la diva del cine, cuya cotización fue paulatinamente decayendo, sustituida en Hollywood por otras más jóvenes actrices. Aunque el sello, la manera de actuar de Rita Hayworth dejaron huella y hoy, al cumplirse cien años de su nacimiento aún sigue siendo una leyenda, al menos para los cinéfilos que la recuerdan con nostalgia.
La relación que Rita Hayworth tuvo con España, aparte de la filiación sevillana de su padre se establece por estos motivos. Aquí rodó tres películas, la más importante El fabuloso mundo del circo, al lado de John Wayne, con escenas filmadas en el madrileño Parque del Retiro. En Madrid vivió días felices, entre toros y flamenco, bien acompañada por el Conde de Villapadierna, atractivo caballero con quien intimó mucho. La última visita fue en enero de 1976, invitada al programa "Directísimo", que presentaba José María Íñigo. Para entonces, Rita ya estaba alcoholizada. Su rostro, aun con destellos de quien fue una reina de la belleza, evidenciaba la mala vida que llevaba desde hacía unos cuantos años. La demencia senil acabó con aquel mito de la pantalla un lejano día de 1987.