Los cronistas palaciegos de las revistas rosas ya no suelen como sus colegas cursis del pasado recurrir a la expresión "sangre azul" al referirse a quienes ocupan tronos reales y sus descendientes. Infantil ya resultaba, y desde luego puramente indicativa de que tales mortales pertenecían a una clase diferente desde el punto de vista social. Hace ya tiempo que todo eso tiene más ingredientes de cuentos de hadas. Sobre todo cuando se recuerdan historias de algunos antepasados de quienes siguen ostentando títulos nobiliarios. Incluso principescos y reales. Por ejemplo, en Mónaco donde Su Alteza Serenísima Alberto de Mónaco ocupa la más alta magistratura de ese pequeño Principado desde la muerte de su padre, Raniero, padre de tres vástagos de su matrimonio con la actriz Grace Kelly.
La familia Grimaldi, a la que pertenece Alberto II, como asimismo su esposa, Charlene, y sus mellizos que garantizan la continuación de tal dinastía, se inició en 1297 con Francesco Grimaldi, que con sus huestes disfrazadas de monjes franciscanos se apoderaron de la denominada Roca de Mónaco, ocupada por fuerzas genovesas. El tal Francesco no era sino un astuto pirata. A lo largo del tiempo, Mónaco sería objeto de luchas con otros gobernantes. Como no es nuestro interés contarles todos los pormenores históricos del Principado, nos centramos en la época en la que el trono monegasco lo ocupaba Luis II. Soltero, de vida licenciosa que lo llevaría a sufrir una terrible sífilis, tuvo sin embargo antes de que los médicos lo declararan estéril una hija ilegítima, fruto de sus amores con una bailarina llamada Charlotte, cuya vida de cabaretera no fue obstáculo para que, gracias a su relación con el príncipe le fuera otorgado el título de princesa.
Puede imaginarse el escándalo en la pequeña corte monegasca. Cuando su padre falleció en 1949 quien iba a sucederlo sería un nieto de éste, hijo de la mencionada Charlotte. Y aquí es donde surge una historia novelesca digna del mejor de los culebrones. La princesa postiza, como nos sugiere la personalidad de aquella bailarina llamada Charlotte, tuvo una vida alocada. Su padre, Luis II, tampoco por su amoralidad era digno de aconsejarla para que abandonara sus noches de pasión con algunos de sus amantes. Con uno de ellos quedó embarazada, sin saberse la identidad del libertino, lo que tampoco a ella le preocupaba un comino. Sí que los consejeros del príncipe Luis II se mostraron algo incómodos con aquella situación. Por muy ilegítima que Charlotte fuera hija de Luis II, al no tener éste más descendencia, y siendo princesa, aunque de pacotilla, había que tomar cartas en este caso, cuando faltaban pocos meses para que diera a luz. El bebé no iba a tener esa "sangre azul" de los Grimaldi, desde luego. Y quien se ofreció, aun conociendo los antecedentes, en figurar como padre del niño que iba a nacer, fue el conde Pierre de Polignac. ¿A cambio de qué? ¿Por hacer un favor a la dinastía monegasca, siendo él aristócrata cuyo apellido hoy nos lleva a solicitar una buena marca de coñac? Y si no le importaba ser objeto de chistes de mal gusto, al "cargar" con un niño que no era suyo, lo obvio era celebrar un matrimonio con la descocada princesa Charlotte, como así sucedió. Aquel niño "de padre desconocido" iba a ser algún día también Su Alteza Serenísima el Príncipe Raniero III. Esto es, el padre de su sucesor, el hoy príncipe reinante Alberto II. ¿Descendiente de "sangre azul"?
Mónaco se convirtió en un lugar atractivo por su entorno costero limítrofe con Italia y la Costa Azul. También por su casino, uno de los más visitados en su capital, Montecarlo, por personajes de las Cortes europeas después de la II Guerra Mundial. Ya en los años 60 despegó también por los negocios que el multimillonario Aristóteles Onassis amasó, con la anuencia de Raniero, beneficiado principal del asunto. Su boda con Grace Kelly situó a Mónaco en un lugar visitado por millones de turistas. Pero ¿qué había pasado con su madre, Charlotte, que renunció a sus derechos al trono, delegando en Raniero? Pues que continuó con sus costumbres del pasado, la vida galante de una mujer sin prejuicios, porque no provenía precisamente de la alta cuna.
De alguna manera el recuerdo de esta Charlotte ha vuelto a la actualidad, siquiera por una demanda judicial que nos parece algo delirante. Un tal conde Graf Louis de Causans, descendiente de un tío de Luis II, pariente por ello, si es verdad, de Charlotte, es noticia desde el pasado verano al haber reclamado ante un juzgado sus derechos al trono de Mónaco, y a la indemnización de trescientos millones de euros. La cosa tiene su intríngulis pues la demanda no ha sido contra la Corte monegasca, sino la francesa. ¿En qué se basa dicho conde? En que las autoridades galas apartaron a su familia de los derechos a gobernar el Principado, en beneficio de la tantas veces aquí mentada princesa Charlotte. Me temo que la demanda terminará en un cesto de papeles pero, de momento, en nuestro vecino país y en Mónaco es un tema de comentarios.