De cotizada modelo, perteneciente a una distinguida familia, Marisa Berenson pasó a ser en la década de los 70 y 80 una elegante actriz, a la que alguien, exageradamente desde luego, llegó a comparar con "la nueva Greta Garbo". Pero ya era indicativo de su talento, no en vano Luchino Visconti la había dirigido para debutar en Muerte en Venecia, Stanley Kubrick se fijó en ella para protagonizar Barry Lyndon y Bob Fosse la tuvo a sus órdenes en Cabaret. Al menos los dos primeros títulos citados ya nos sirven para presentarla como una estrella relevante, aunque ha estado retirada un largo tiempo de la interpretación. Precisamente reaparece ahora en una serie rodada en nuestro país, Velvet Colección, que se estrena, en una nueva temporada, a mediados de este mes de septiembre. Si bien no se queja de su acontecer artístico, en cambio se siente fracasada en el amor, tras dos matrimonios fallidos.
De manera fortuita, pues ya indicamos que llevaba largo tiempo sin colocarse ante unas cámaras, hallándose en Madrid para asistir a una gala en la que era premiada, tuvo ocasión de conocer a los productores de la mencionada serie de Movistar, quienes le ofrecieron el papel de psiquiatra, encargada de asistir clínicamente al personaje interpretado por Manuela Velasco. Marisa Berenson, tras reponerse de la sorpresa de tan inesperado contrato, aceptó complacida.
La conocí en sus años de esplendor, aunque ahora, a sus setenta y un años, luzca todavía destellos de su belleza e innata elegancia. Fue en Roma, en el Grand Hotel, donde estuvimos charlando durante una hora. Nacida en Nueva York, hija de un diplomático y naviero y de la marquesa Cacciaputo di Giuliano, al quedar huérfana de padre y casarse de nuevo su madre, optó por alejarse de ésta, comenzando a trabajar como modelo de alta costura de la firma Yves Saint-Laurent. Para una joven de noble familia ese trabajo se consideraba entonces poco menos que un descenso social. Tenía diecisiete años y ello no podía importarle. Además, recordaba que su abuela, Elsa Schiaparelli, había sido una notable diseñadora de moda, sobre todo en lo concerniente a zapatos. Era muy amiga de Salvador Dalí y en cierta ocasión en la que Marisa veraneaba con sus padres en Cadaqués se acercaron a saludar al extravagante y gran pintor ampurdanés, quien al momento de conocer a la muchacha quiso que posara para él, con la condición de que fuera desnuda. Naturalmente sus progenitores pusieron el grito en el cielo y la Berenson lamentó con el paso de los años aquella decisión paterna.
Ya al comienzo de la década de los 70 Marisa Berenson era portada de la revista Vogue, donde, por cierto, trabajó su hermana Berry, quien se casó con el atormentado y bisexual Anthony Perkins. Marisa me contó de qué manera entró en el cine, sin ella proponérselo: "Vivía yo invitada en su casa de Ischia pasando unas vacaciones cuando repentinamente Luchino Visconti me propuso un papel para la película que estaba preparando, Muerte en Venecia. No se lo tomé en serio mas insistió y acabé debutando como actriz cinematográfica como esposa de Dirk Bogarde. A Visconti yo lo había conocido gracias a mi amistad con Helmut Berger, tan íntimo suyo como mío". En efecto: sabido es que Luchino lo había elegido como amante, y el caso es que Marisa me confió que estuvo dos años con Helmut de relaciones. No le insinué que ello podía parecer "un ménage à trois", aunque ya parecía rara la cosa. Creyéndola sincera, me añadió esto: "Me enamoré de Helmut cuando vi La caída de los dioses. Dije para mí que tenía que conocerlo, como así sucedió, dos semanas después, en Nueva York. Lo que no me gusta es que siempre me pregunten lo mismo. Tiene muchas cualidades, por ejemplo, la de ser muy sensible y desde luego es introvertido, muy cerrado y le gusta chocar con la gente".
Con exquisita amabilidad Marisa Berenson me hizo ver que no le agradaba hablar sobre asuntos privados, aunque aceptó contarme qué le ocurrió cuando era novia de David Rothschild. Se dijo que la familia de este rico heredero se oponía a la boda. "No, eso no fue así; simplemente rompimos el compromiso por nuestra cuenta". También se habló de otro posible enlace, con Ricky von Opel, perteneciente a los propietarios de la fábrica de automóviles: "No pasó nada entre los dos, lo dejamos, y mantuvimos luego una sincera amistad". El nombre que le cité a continuación, James Randall, puso en guardia a Marisa Berenson, quien en principio se sorprendió de que lo uniera con el suyo. Había leído yo un comentario en la prensa británica donde se aseguraba que el tal Randall le había regalado un diamante de seis quilates, lo que podía llevar implícito una petición de matrimonio. La verdad es que, sonriéndome y "haciéndose la tonta", quitó veracidad a tal rumor. Poco tiempo después supe de su boda con el mentado James Randall, el año 1976. La pareja sólo duró dos años. Tuvieron una niña, Starlite.
El mundo en el que se había desenvuelto Marisa Berenson era el del "glamour", las grandes fiestas en los mejores salones de Europa, y asimismo los de Nueva York, que era su ciudad, a la que viajaba a menudo. Si como modelo quedó entronizada entre las mejor pagadas, como actriz tuvo más oportunidades interesantes después de su debut con Visconti. En Cabaret hizo buenas migas con la protagonista, Liza Minnelli. Para rodar Barry Lyndon, Stanley Kubrick, su director, obligó a Marisa Berenson a permanecer unas cuantas semanas encerrada en un castillo. ¿La razón? El célebre realizador quería que su protagonista apareciera pálida, sin el auxilio de ningún maquillaje.
Se la relacionó con Ryan O´Neil, su compañero en Barry Lyndon, aunque la actriz me dijo simplemente que se hicieron buenos amigos. "No suelo hablar mucho de los demás", sentenció. Giancarlo Giannini fue otro de sus colegas con quien se llevó muy bien. No pude sonsacarle más nombres que tuvieran algo que ver con ella, negándose cortésmente, como decíamos, a más confidencias privadas. Así es que nos despedimos hasta otra ocasión, tras comentarme que todos los hombres que había conocido se negaban a aceptar, en caso de haber llegado a casarse, que ella continuara su trabajo de actriz y modelo.
Llegado 1982 tuvo lugar su segundo enlace. El afortunado, Aaron Richard Golub. Cinco años duró esta vez su convivencia. Y desde entonces, ni ha vuelto a casarse ni siquiera se han conocido sus amores. Alguno habrá tenido, quizás, dado su atractivo. Perdió interés poco a poco por el cine y tampoco le ofrecieron grandes oportunidades, como en el pasado. Se refugió en algunas series de televisión, ahora con "Velvet Colección". Ha seguido ganándose la vida también promoviendo productos de cosmética, asistiendo a eventos como madrina o invitada de adorno como estrella del ayer. Un poco como sacando rédito al brillante pasado que tuvo en las revistas de moda y en la pantalla.