La televisión, ese monstruo que devora cada segundo a personajes e imágenes de todo tipo, ha mostrado a lo largo de los años tipos singulares, fuera de lo común, que han sido etiquetados como "frikis". No todos ellos, envueltos en disfraces y dotados de un particular lenguaje, por lo común indescifrable, se escapaban de esa calificación. ¿Cómicos advenedizos transitando por territorios ajenos a los circuitos artísticos de siempre? Algo así es lo que viene ejerciendo un gallego conocido como Cañita Brava. Lo he recordado durante mi reciente estancia en La Coruña, provincia de la que es nativo. Vive modestamente en el barrio de Los Castros, donde lo reconocen cariñosamente. En la tertulia del bar que frecuenta es todo un personaje.
A Cañita Brava lo descubrió Narciso Ibáñez Serrador, guionista y director de El Semáforo, hace de esto dos décadas; programa que presentaban el recordado Jordi Estadella, entrañable gordo de la pequeña pantalla, y la voluptuosa francesa Marlene Morreau. El cometido de Cañita Brava era el de pronunciar un discurso trufado de palabras ininteligibles, salpicadas de comentarios tenidos por surrealistas. Estuvo otra temporada a las órdenes de Sardá en "Crónicas marcianas". Tiempo después Santiago Segura se acordó de él, obtuvo su número de teléfono llamando a "Chicho", para contratar a Cañita Brava como uno de sus personajes de la saga de "Torrente, el brazo tonto de la ley", que sobreviviría en las sucesivas cintas, hasta llegar por ahora a la quinta entrega. Compartió secuencias nada menos que con el galán Alec Baldwin, quien había aceptado ser contratado por el cómico de Carabanchel por una aceptable cantidad, que le serviría para gastársela en regalos con su chica española.
Cañita Brava se llama Manuel González Savín, aunque para sus amiguetes será siempre Loliño. El que trabajaba en su pueblo natal Las Jubias (La Coruña), en el muelle. Nació en 1946. Pequeño de estatura. Feo a más no poder. Ceñudo el entrecejo. Mezclando palabras en castellano y gallego, apenas sin sonreír, lo que acentúa la gracia de sus parlamentos. Valiéndose de esa forma de hablar dio en actuar en fiestas familiares y cara al público. Hasta el día que con un espabilado representante lo conoció Narciso Ibáñez Serrador. Con guión o sin él hay que dejar siempre que Cañita Brava improvise sobre la marcha. En aquel debut en El semáforo relató a su manera un partido histórico de la selección española de fútbol, cuando ganó a Malta por doce goles a uno. La retransmisión del partido, muchos años después de celebrado, en la voz de Cañita Brava no era precisamente una copia del estilo de Matías Prats, padre o hijo. Un batiburrillo de nombres, jugadas inimaginables y tantos obtenidos hasta desembocar en el último que nos permitía continuar en la competición hilados por delirantes expresiones convirtieron esa noche a Cañita Brava en un "animal televisivo" jamás visto y oído en la historia de Televisión Española.
En cuanto a su faceta de actor cinematográfico, Santiago Segura lo convirtió en un camarero, Antonio, quien detrás de una barra daba suelta a su "húmeda" (vulgo lengua) para soltar toda clase de frases, unas del guión y otras añadidas por su cuenta y riesgo. Cañita Brava es asiduo en Galicia a todo tipo de festejos donde sea requerido para animar a la clientela, con todo su repertorio, utilizando un idioma inventado por él, sin que nadie logre entenderlo muchas veces, pero que resulta de absoluta eficacia para provocar la risa del respetable. En las televisiones ha dejado huella de su manera de practicar el humor, sin ir más lejos en la última Nochevieja, contratado por la cadena Cuatro, donde tuvo a su lado al experimentado Carlos Sobera, al que bautizó como Carlos Hoguera. En un canal privado gallego, V Televisión, ha obtenido quizás uno de sus mejores momentos, presentando un informativo desde la barra de un supuesto bar, que es donde mejor se ha sentido siempre, comentando las noticias de actualidad a su modo y manera. Otra de sus facetas más celebradas entre sus paisanos es cuando se arranca a cantar piezas de su autoría, saltándose a la torera cualquier técnica vocal, importándole un pimiento el tono o el compás. Así se le reconoce como responsable de títulos tan expresivos como "La pichina", o "La pota del caldo de María", "El indio cheiroco" y un amplio repertorio con el que llena una hora de actuación.
Sabe que no le darán jamás un Grammy, ni tampoco lo seleccionarán para "Los 40 principales". El caso es hacer reír como él sabe hacerlo, a la buena de Dios, por lo que, sin hacerse rico tampoco, transcurren sus días ganándose así buenamente su jornal. Tiene setenta y dos años y en el suplemento "Fugas" de La Voz de Galicia leí que espera de un día para otro, esperanzado, a que lo llame su amigo Santiago Segura para actuar de nuevo a las órdenes de Torrente. No ha encontrado Cañita Brava mejor papel en su vida ni más fiable valedor en su curiosa carrera de cómico.