La broma en un bar que multiplicó la fama de Celia Cruz
Celia Cruz huyó de Cuba en 1960… y ya no pudo volver.
Se representa en España este verano un espectáculo sobre Celia Cruz, fallecida hace quince años, que evoca su vida legendaria, la música con la que fue conocida en todo el mundo, mezcla de sonidos afrocubanos y jazz: la salsa. Y desde luego episodios de su vida, unos alegres, otros teñidos de drama. Porque quien en 1960 dejó La Habana, donde había nacido en 1925, renegando de la dictadura cruel de Fidel Castro, ya no pudo volver ni siquiera para enterrar dos años después a su amada madre.
La bautizaron con varios nombres: Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alonso, mas para sus seguidores, todos ellos, salvo uno, sobran: era, simplemente Celia. Nunca quiso hablar de su edad, la ocultó hasta su muerte, a la que llegó con setenta y ocho años. Su padre era fogonero en los ferrocarriles cubanos. Quiso que su hija estudiara y fuera maestra de escuela: ella lo obedeció. Pero jamás ejerció esa disciplina. Siendo muy niña se paseaba por las emisoras de radio de La Habana. Cursó la carrera de piano. Cantar era su vida. Grabó sus primeras canciones al finalizar la década de los 40. Estuvo con Las Mulatas de Fuego, que alimentaban pasiones entre los caballeros que pagaban gustosos por solazarse con su espectáculo en la muy acreditada sala de fiestas Tropicana.
Fue la célebre compositora Isolina Carrillo quien la instruyó en el ritmo de la guaracha, que Celia haría popular, centro de su repertorio. A principio de los 50 era la voz solista de La Sonora Matancera, una de las agrupaciones cubanas más internacionales. Y ya en solitario comenzó a actuar y a grabar sus primeros discos a partir de 1957. Ya instalada en los Estados Unidos, el 14 de julio de 1962 contrajo matrimonio con Pedro Knight, trompeta de la antes citada formación. La segunda boda de Celia, que antes había matrimoniado con un olvidadísimo cantante argentino, Carlos Torres. No tuvieron hijos, pero Pedro aportó cinco de anteriores uniones. El amor entre ambos fue mutuo desde que se conocieron, aunque tardaron hasta darse el sí, quiero.
No le fueron fáciles los primeros años a Celia en Norteamérica, pero a partir de 1966, ya enrolada en la orquesta de Tito Puente, otro de los grandes de la música cubana, cambió su fortuna. Se convirtió en un mito de la salsa, que es el nombre que, de modo casual y anecdótico se le dio a lo que siempre fue un ritmo de son y guaracha. Los cubanos tardarían en aceptar por ello el término ya que en toda la vida habían utilizado sobre todo el de los dos que acabamos de mencionar.
¿Por qué sucedió ese inesperado bautismo? La clave parece estar seguramente en la manera de disfrazar la nomenclatura de los ritmos cubanos en tiempos en los que el gobierno de Estados Unidos había roto sus relaciones diplomáticas con la Cuba castrista. Como asimismo podría atenderse otra razón: la de las discográficas que consiguieron con esa técnica publicitaria lanzar a artistas cubanos que estaban exiliados como Celia Cruz. Fueron los casos de Willie Colón, Ray Barreto, Johnny Pacheco y la gran orquesta Fania All Star. Investigando, supimos que la primera vez que pudo escucharse ese nombre de salsa fue en un programa de radio que se emitía en 1967 y que se titulaba precisamente "La hora de la salsa", donde sonaba constantemente La Sonora Matancera.
La voz de Celia Cruz tuvo resonancias no sólo en la amplia comunidad cubana exiliada en los Estados Unidos, sino también entre los propios norteamericanos que, poco a poco, fueron aceptándola como poseedora de un ritmo endiablado y contagioso. También grabó inolvidables boleros, como "Noche de ronda", "Lamento jorocho", "Dos gardenias"…, incluso también llegó a cantar alguna copla española, porque quería a nuestro país como algo propio, y así me lo manifestó. Fue una noche, en los jardines de Indian Creek en Miami, la casa de Julio Iglesias. Coincidimos ante un plato de jamón de Jabugo y una botella de Vega-Sicilia. Los dos solos en ese momento. Brindamos por España y la Cuba que ella llevaba dentro, no la del tirano. Y ella, riéndose, me dijo: "Como este jamón que nos estamos comiendo, no he tomado nada igual en mi vida".
A Celia se le atribuía haber acuñado este término, que utilizaba en sus actuaciones: "¡Azúcaaaarrrrr….!". ¿Saben por qué? Sucedió cierta noche cuando se encontraba cenando en un restaurante de Miami, donde vivió mucho tiempo. A la hora de tomar café un camarero le preguntó si lo quería con azúcar, a lo que Celia respondió que siendo amargo el café de su tierra, tenía a la fuerza que llevar ese edulcorante. Y en un improvisado rasgo de humor, gritó ante toda la concurrencia del local: "¡Azúcaaaarrrrr…!"
Nunca pudo volver a Cuba como tantas veces soñó. Fidel y sus secuaces estaban en el poder y a ella no la dejaban regresar. Tampoco Celia quería volver si no era en una Cuba libre. Todos sus discos los habían destrozado. No se emitían por la radio. Esta proscrita. En cambio en Miami, por ejemplo, era toda una reina de la guaracha, un ídolo, un símbolo de su querida isla caribeña.
Falleció de un cáncer encefálico el 16 de julio de 2003. Sus restos mortales fueron enterrados en Miami, donde semanas atrás le han tributado un homenaje más. Entonces, cuarenta mil cubanos del exilio le dieron el último adiós. La mezquindad, por no decir algo más grueso, de los jerifaltes castristas sólo permitieron que el diario oficial Granma despachara el obituario sólo con dos líneas. ¡Miserables!
Las canciones de Celia Cruz se han reeditado muchas veces. Y este espectáculo agosteño de Starlite nos recordó su gran figura, la inmensa humanidad del personaje, su extraordinaria singularidad musical de esa Cuba que siempre llevó dentro de su gran corazón.
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