"La inteligencia sin ambición es un pájaro sin alas", decía mi admirado Salvador Dalí. Al talento le ocurre lo mismo.
Observo a esta nuestra (mía, principalmente) generación totalmente atontada. Esta semana tuve un almuerzo de trabajo. Una periodista de estilo de vida, muy angustiada, decía "¡no sólo les invitan al viaje a París, en primera, en una suite, al novio y al marido…! es que además les paga la empresa por ir y sacarse la foto".
Me sorprende que todavía siga sorprendiendo (sobre todo a gente del "mundillo") el modus operandi de los prescriptores de tendencias en redes sociales. Es como si uno se escandalizara porque cuando a Cristiano le fichan para hacer una campaña, también le abonen el viaje y unos honorarios.
Las influenceres (las de verdad, las buenas, las que proyectan calidad y algo de ética), ante los ojos de unos, parecerán frívolas; para mí, son unas profesionales de la comunicación en las redes. Y si encima, defienden valores como la vida, como ha hecho la joven blogger María Pombo, mejor que mejor.
Ellas lejos quedan de padecer un atontamiento vital. Muchos de los jóvenes que las siguen, sin embargo, parecen estar dormidos. Y es que esto me recuerda a algunas de mis ponencias en universidades. Ofrecí no hace mucho una conferencia con Enrique Loewe (bisnieto del fundador de la casa de lujo, que por cierto, esta semana cumplió 77 años) para un máster de comunicación de moda en una prestigiosa universidad (que, por no desprestigiarla, omitiré cuál es; aunque no tiene fama de regalar másters).
Había unos 30 alumnos. La mayoría chicas. Empecé mi speech analizando el modelo de negocio de Desigual (no olviden aquellas columnas que escribía hace años, ¿se acuerdan del "Me acuesto con él y punto?" o de la loca pinchando preservativos sólo porque le quedaba bien el vestido en cuestión si estuviera embarazada?). Tras una hora y media de monólogo, Loewe pasó a hablarles de la firma, de su historia, de su expansión, de la compra de LVMH, de los perfumes…
Finalizado el encuentro era el turno de las preguntas. Nadie, nadie preguntaba. No había inquietudes. Ni vida. Ni interés. Ni sangre en las venas.
Que no me pregunten nada a mí, puedo entenderlo. Pero tener una eminencia en vivo y poder aprovechar la ocasión para indagar sobre tantas cuestiones, es algo que nunca comprenderé.
De hecho, conozco a Loewe desde el año 2010. Yo, al igual que todos esos jóvenes que sueñan con dedicarse a la moda, también ocupé su lugar. Estaba estudiando el Curso Superior de Marketing y Comunicación de Moda y Lujo, con la revista Elle. Loewe fue uno de los docentes que tuvimos. Al acabar su charla, me dediqué a preguntar y preguntar, e incluso me acerqué a él para seguir informándome más. Meses después le entrevisté para aquel blog que tenía de gastronomía, en donde la primera entrevista que hice (¡por cierto!) fue a Luis Herrero.
Hablamos del tiempo, del silencio, del lujo intangible (el que se siente y no se compra), de los olores, de la globalización, de la vida, el arte, la belleza de la muerte, y la muerte de las emociones… ¡Nadie, nadie, nadie le preguntó en aquella charla que dimos!
Tenemos una juventudes, o parte de ellas, anestesiadas. Así que esta columna, hoy, va dedicada a los influencers. Sí: esas chicas tan idolatradas a la par que envidiadas. Mencionaba a María Pombo (una instagramer que cuenta con 840 mil followers en la red) que se posicionaba a favor de la vida y, por ende, en contra del aborto (algo en lo que no puedo estar más de acuerdo). Las redes, y Twitter (pese a que su red sea Instagram), se llenaban de insultos, críticas, amenazas… El objetivo es atacar gratuitamente. Ya lo dice Alejandro San en la "canción del verano" con Melendi y un tal Arkano (que suena a nombre de baraja de cartas): "para podernos desahogar, hemos inventado Twitter".
Incorporo a Grace Villarreal, Marta Lozano, Madame de Rosa… y otras. Sí. Se sacan fotos, viajan: sus vidas parecer perfectas. Retomando a Dalí, con quien abría este artículo, "no temas a la perfección, nunca la alcanzarás". No son perfectas. Son humanas. Son mujeres. Somos. Pero proyectan y se autoconvencen y se encaminan a ser felices. La felicidad no es más que una decisión. Buscan la belleza estética. Y con ella, trabajan la interna.