Elvis Presley nunca fue feliz con las mujeres
Elvis Presley vivía en una jaula dorada, dijo su mujer al divorciarse.
Cada 16 de agosto llegan legiones de entusiastas admiradores, de uno y otro sexo hasta las puertas de Graceland, la mansión que en vida tuvo Elvis Presley. Y este jueves, como manda esa tradición, también recorrerán los alrededores del lugar; fanáticos que visitan el pueblo natal del que fue denominado el rey del rock and roll, Tupelo, con velas entre las manos como en pasados tiempos cuando los negros eran acosados por lo violentos racistas del Ku-Klus-Klan. Cerca de cincuenta mil personas se cree puedan asistir este año en esa procesión de idolatría cuando se cumplen cuarenta y un años de la desaparición de aquella estrella, que iría declinando por culpa de sus propios excesos. ¿Y qué es lo que hace esa gente, qué pretende? Hay quienes aún sostienen que Elvis sigue vivo, oculto en alguna parte. Absurda creencia de los que se niegan siempre a reconocer la realidad. La mayoría se conforma con recordar los viejos éxitos de Presley, adquirir más fotografías, "souvenirs" diversos que forman parte de una orquestada industria. Hay quien dice que la muerte de Elvis ha significado la ganancia de millones de dólares para espabilados negociantes, como nunca ocurrió con ningún otro cantante o actor. La revista Forbes informó en uno de sus números que sólo Michael Jackson podría disputarle ese puesto de quien, fallecido, continúa dando a producir dinero, una cifra cercana a los treinta millones de dólares. Es un "revival" necrofílico con el que quienes participan en esas celebraciones anuales cuando llega mediados de agosto se sienten partícipes de asistir a un evento mundial único.
Elvis Presley triunfó como rockero pero no fue feliz del todo en su vida privada, más bien podríamos considerarlo un fracasado en esa dimensión íntima. Aunque se acostara con muchas mujeres, algunas de ellas celebridades en la pantalla, en realidad él sólo confesó haber estado enamorado de una única mujer, su única esposa, Priscilla Beaulieu, y aún así este matrimonio hizo aguas. Hija de un militar, Elvis la conoció cuando hizo su servicio militar en Alemania. Menor de edad, tuvo que prometer al progenitor de la muchacha que defendería su honor hasta alcanzar los dieciocho años para poder casarse. Treinta y dos años contaba el cantante cuando se desposó. Priscilla le dio una hija, Lisa María, en 1968. La que ahora se gana la vida, después de haberse gastado casi toda la fortuna que heredó, presentando un espectáculo con imágenes de su famoso padre y algunas actuaciones en directo de imitadores de Elvis.
Cinco años únicamente duró aquel matrimonio. Se dijo que Priscilla le ponía los cuernos. Tal vez fue al revés. O se engañaron mutua y simultáneamente. Vivir junto a un ídolo, constantemente de aquí para allá, sin vida hogareña, envuelto en un humo permanente de ambición, dinero a espuertas, acoso continuo de admiradoras, no es fácil para ninguna esposa. Y si Priscilla le falló en algo, puede que fuera a causa de su inmadurez cuando se casó, muy jovencita, a que no tuvo paciencia y no supo esperarle, sin mostrar hostilidad alguna con él. Aceptemos, aún así, la propia confesión de Priscilla Presley: "Mi marido vivía en una jaula dorada". Y así, encerrado en sí mismo, sin capacidad de amar de verdad, fueron transcurriendo los años 60, década en la que Elvis estaba considerado una estrella única, capaz siendo blanco de cantar con la misma intensidad en su garganta que un negro, con un repertorio de "rythm and blues" que iba desgranando mientras como si le hubiera entrado el mismísimo "baile de San Vito" estremecía a sus seguidores con el electrizante movimiento de la pelvis. "Elvis the pelvis" acuñaron los cronistas de entonces.
Pero su aureola mítica se fue apagando ya en la frontera con los años 70. Tuvo más éxitos, qué duda cabe, pero ya no era el mismo. Fue cavando su propia tumba musical. El "soul" se había comercializado, nacían nuevas voces, conjuntos de música progresiva, en tanto Elvis tuvo que irse a cantar para turistas avejentados en las salas de fiesta de los hoteles de Las Vegas. Allí ya no podía reivindicar su añeja revolución rockera. Paralelamente a esa decadencia artística, el ídolo, sin comprender que era ley de vida, se sumió en una constante dependencia de substancias tóxicas. Medicinas de todo tipo para calmar su ansiedad, el poso de la derrota, la infelicidad sentimental. Engordó como nunca lo habíamos visto. Sufría paranoias. Manías persecutorias, creyendo que lo iban a matar en algún momento. Todo irreal.
Penoso era acudir a verlo y escucharlo cuando su mente perdida le impedía concentrarse y recordar las letras de sus canciones, tantas veces repetidas. Trataron de ayudarle, claro. Por ejemplo, Barbra Streisand, que deseaba tenerlo como compañero en una nueva versión de Ha nacido una estrella, legendario título de Judy Garland; "remake" que no se hizo con Elvis, quien deseaba aparecer en los títulos de créditos por delante de ella. Finalmente Kris Kristofferson aceptó el papel que había rechazado Presley.
Una novia apareció en el horizonte amoroso del cantante: Ginger Alden. La mitad de años que Elvis. Lo acompañaba en sus giras tratando de animarlo. Llegada la primavera de 1977 tuvo que suspender la última que había programado. Estaba muy enfermo. Su última actuación tuvo lugar en un recinto deportivo de Indianápolis, el 20 de julio del citado año.
El 16 de agosto de ese fatídico 1977, hacia el mediodía, fue encontrado muerto en su habitación de Graceland. Exactamente en su cuarto de baño. Había ingerido un montón de barbitúricos en las últimas horas. Tenía solo cuarenta y dos años.
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