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Romy Schneider murió de pena tras la muerte trágica de su hijo

La inolvidable “Sissí” recordada ahora en una película documental.

La inolvidable “Sissí” recordada ahora en una película documental.
Romy Schneider | Cordon Press

Se acaba de estrenar en Francia una película documental sobre Romy Schneider. Contiene imágenes de algunas de sus mejores películas así como fragmentos de una entrevista inédita con ella. La protagonista de Sissí, Emperatriz y toda una saga posterior es aún idolatrada en el vecino país, pero a su hija Sarah no le ha parecido bien que en el mentado documental se vuelvan a recordar episodios muy desagradables para ella y que marcaron el final desdichado de su madre, quien acabó sus días a merced del alcohol, los barbitúricos, completamente desequilibrada. Algo que rompía con la imagen del pasado de la actriz, cuando aparecía dulce y romántica en aquellas escenas de la Viena Imperial.

Romy vino al mundo el 23 de septiembre de 1938 en la capital austriaca, entonces invadida por las tropas nazis. Hija de actores, quiénes al parecer simpatizaron con el régimen de Hitler, adoptaría la nacionalidad germana, la misma de su madre, y posteriormente la francesa. Las almibaradas cintas sobre la vida de la emperatriz Isabel de Baviera fueron proyectadas en muchos países. A Madrid vino encantada y su recibimiento fue apoteósico. Llegó para el estreno de La panadera y el emperador. La distribuidora del filme encargó a Enrique Herreros, padre y a su hijo que se encargaran de publicitarlo, atendiendo muy en concreto la presencia de su protagonista femenina. Romy Schneider derramó simpatía, se reunió con los cronistas cinematográficos en una comida en el hotel Felipe II, de El Escorial. Pero lo mejor fue, como relataba Enrique hijo en "Hay bombones y caramelos", amenísimo libro, la firma de autógrafos de la actriz en el vestíbulo del madrileño cine Lope de Vega. La Gran Vía se llenó de niños, unos cuatro mil, en fila india. Como quiera que los Herreros deseaban darle trascendencia a esos momentos idearon un plan. Contrataron a Daja Tarto, un falso faquir, quien como haría luego en repetidos estrenos, se encargó de "armar follón", lanzando fotografías de Romy Schneider al aire, lo que originó el consiguiente revuelo estudiantil. No contento con ese lío, se encargó de romper los cristales de las puertas del cine. Intervinieron los policías municipales, que se llevaron a la comisaría a Daja Tarto. Hubo algunos heridos de escasa consideración. Los fotógrafos tomaron buena cuenta de aquel tumulto. Ni que decir que la prensa madrileña se hizo eco de aquella presencia de Romy Schneider en la capital de España y en Alemania las revistas dieron asimismo buena cuenta del "entusiasmo" que la protagonista de "Sissi" causaba entre los adolescentes españoles.

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Romy, con su hijo David y su marido | Cordon Press

Aquello ocurrió en 1957, cuando Romy Schneider contaba solamente diecinueve años. Agasajada allí donde iba, continuó rodando películas en Alemania. Luego fue a Francia. Allí se enamoró de Alain Delon, con quien convivió unos años, desde 1959 hasta 1963. Fue un tiempo de pasión, más por parte de ella. Quien sufriría la más grande decepción entonces de su vida, pues hubiera querido casarse con él, o en cualquier caso seguir a su lado y tener descendencia. Pero Alain Delon siempre fue un mujeriego, picaflor en busca siempre de lo que se moviese con faldas, y no hubo manera de que la sensible y tierna actriz alemana lo retuviese. La ruptura, resultó desoladora para Romy. Durante varias semanas las revistas europeas, preferentemente las francesas, se hartaron de contar las cuitas de aquella pareja que parecía eternamente enamorada. Le costó mucho a Romy perdonar a Alain, aunque años más tarde quedaron como amigos. Seguía adorándolo porque fue el gran amor de su vida.

Contrajo matrimonio en 1966 con el director Harry Meyen. Tuvo un hijo, David. La pareja se deshizo en 1975. Probablemente no estaba muy enamorada, pero ya tenían veintiocho años y tomó aquella decisión. No parecía feliz. Y a poco de divorciarse encontró a un guaperas, el periodista ítalo-francés Daniel Biasini, que se convirtió en su segundo marido. Lo conocí una noche que fui a cenar junto a Bertín Osborne, en París, en "Chez Castell", restaurante y discoteca, que por esa época, años 80, era el lugar de trabajo de Biasini, como relaciones públicas del local, quien nos recibió muy atento a las puertas. Ya se había muerto Romy, con quien había tenido una hija, al principio mencionada, Sarah. Su matrimonio con Biasini duró seis años, hasta 1981, año trágico para Romy.

El 5 de julio su hijo David volvió a casa, una lujosa vivienda de París. No debía llevar llave, llamó a la puerta, no le abrieron y optó, imaginamos, por atravesar la verja hasta el jardín, trepando. Calculó mal sus movimientos, resultando empalado entre aquellos hierros. Su arteria femoral estaba perforada. Tenía sólo catorce años. Romy Schneider ya no fue la misma desde aquella aciaga fecha. No logró nunca soportar el dolor. Y comenzó a beber, desesperadamente. Y a tomar tranquilizantes. Y barbitúricos diversos que la condujeron a una situación límite. Un par de decenios antes, la un tanto empalagosa actriz de "Sissi" se había transformado en Francia en una estimable actriz, a partir de rodar La piscina. Posteriormente, sobre todo con el director Claude Sautet, logró interpretaciones excelentes en agridulces comedias, como Las cosas de la vida, Max y los chatarreros, César y Rosalía, Una vida de mujer… El público galo, tan chauvinista, la consideraba ya como suya. Al fin y al cabo había obtenido la nacionalidad francesa. Pero todos esos éxitos, el amor con Daniel Biasini, no sirvieron de nada tras la muerte violenta e inesperada de su hijo David.

Romy Schneider fue encontrada muerta en su apartamento. No se le practicó la autopsia, lo que nos resulta algo raro, incomprensible. Así es que, oficialmente, falleció a causa de una parada cardiaca. Sus restos fueron enterrados junto a los de su querido hijo en un cementerio, distante cincuenta kilómetros de París. Quedó como una leyenda del cine, cuando sólo contaba al morir sólo cuarenta y tres años.

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