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La confesión del segundo marido de Edith Piaf, al que solo dejó deudas

Muchos amantes, dos esposos y una hija que falleció a los dos años.

Edith Piaf | Cordon Press

Trágica fue la vida de la cantante más famosa de Francia, Edith Piaf. Falleció en difíciles circunstancias cuando sólo contaba cuarenta y siete años. Pero todavía se la recuerda y sus discos no han dejado de reeditarse, con canciones como La vida en rosa que puede escucharse aún en su voz rota, que tanto emocionaba. Hace pocas semanas que se estrenó un espectáculo en Madrid en su memoria: Piaf, voz y delirio. Luego no resulta extemporáneo que volvamos a escribir, siquiera someramente sobre ella, contando con un testimonio que recogí de su último marido, Théo Sarapo cuando lo entrevisté en una sala de fiestas madrileña. Me conmovió.

Hay dudas sobre si Edtih Piaf contaba la verdad cuando dijo que había nacido en plena calle Belleville, de un suburbio de París. Porque existe otro testimonio que sitúan su llegada al mundo en el hospital Tenon. Sea cual fuere la verdad frente al número de la antedicha calle donde ella aseguraba nacer hay una placa que la recuerda. Fue un mito, pero gran parte de su existencia fue en medio de la miseria, al principio, luego el dolor, la decepción de los hombres, envuelta en episodios de alcoholismo y opiáceos. Se creía en sus malos momentos. Y así puede comprenderse que cantara desgarradamente, como si cada vez que entonara el Himno al amor o Non je ne regrette rien le fuera la vida en ello. Se dejaba su aliento, el temblor de sus articulaciones, los latidos de su herido corazón.

Solo medía un metro y cuarenta y siete centímetros de estatura. Vestía regularmente de negro. Reía, contagiaba a todos con sus carcajadas, cuando no gritaba a sus más cercanos, rota por el dolor que le recorría el cuerpo. Pero enseguida, supuestamente recuperada, invitaba a todos a beber y a beber ingentes cantidades de champaña.

Se llamaba en realidad Edith Giovanna Gassion, pero ha quedado para la historia como Edith Piaf. Un apellido que en francés es gorrión. La llamaban también "la Môme". Sus padres, bohemios callejeros, alcohólicos, la abandonaron. Quedó al cuidado de una abuela, que regentaba una casa de citas. La niñez de Edith transcurrió entre prostitutas, que la tomaban como hija de ellas, le contaban cuentos, le tenían cariño. Y en esa libertad creció y, adolescente, cantaba por las callejuelas de un viejo París, junto a una hermana de padre, Simone Berteaut, a la que conocí una noche un par de horas de estrenarse en Madrid una película sobre su famosa hermana. Era muy divertida, me dedicó un libro autobiográfico (que le había escrito un negro) y me divirtió con su conversación. Estaba muy unida a Edith, aunque esta no parece que la tuviera muy en cuenta cuando triunfó.

Edith Piaf tuvo una hija a los dieciséis años fruto de su relación con un chico de recados llamado Louis Dupont. Dio el apellido a su hija, a la que impusieron el nombre de Marcelle, que murió a los dos años de meningitis. Fue aquel un parto difícil, que impidió que la cantante fuera de nuevo madre.

Los amantes de Edith Piaf fueron múltiples. Los escogía en los sitios más dispares, generalmente tugurios, aunque algunos se presentaban en su residencia en busca de ayuda, sobre todo jóvenes cantantes sin trabajo. De estos últimos, los casos más notables fueron los de Gilbert Bécaud, Charles Aznavour, Georges Moustaqui, e Yves Montand. Aznavour le sirvió también como chófer. Se acostaba con ellos, les enseñaba a cantar, a moverse en el escenario, eligiéndoles autores y canciones apropiadas, hasta que triunfaban y se olvidaban mutuamente. Esa generosidad de ella no siempre la veía recompensada. Tuvo también actores con los que se iba a la cama por temporadas. Quizás el nombre más selecto de todos ellos fuera Paul Meurisse, aquel intrigante personaje de la película Las diabólicas, con quien convivió una larga temporada. Otro amante, puede que más popular que Meurisse fuera de Francia, fue Eddie Constantine que, aunque también cantaba se hizo más conocido por sus películas, en las que invariablemente repartía bofetadas a diestro y siniestro. Un grandullón que parecía un armario, siempre con su sombrero y la sonrisa pícara.

Por esos años 50 Edith contrajo matrimonio con Jacques Pills, muy cercano a su carrera musical, en 1952. Sólo cuatro años duró aquella unión. El gran amor de Edith Piaf no sería ninguno de los citados ni por supuesto una lista de anónimos varones con quienes se acostaba y al día siguiente los despachaba sin más. Ese hombre que llenó su vida durante tres años, desde que se conocieron, era el campeón de boxeo Marcel Cerdán. Estaba casado, engañaba a su mujer con Edith, pero le prometió que se casarían algún día para no vivir tan lejos uno de la otra, ya que él era residía en Marruecos, su país. Fijaron una cita en la que posiblemente Cerdán se hubiera prometido con ella, una vez resolviera su roto matrimonio. Pero el vuelo en que viajaba se estrelló. Era el año 1949. Para Edith Piaf fue el principio de su dramático final. Ni las fuerzas que sacaba cuando estaba destruida por el dolor o por cualquier desengaño le sirvieron después de la partida de Marcel. Su vida ya no pudo ser la misma. Pero el espectáculo debe continuar, como saben todos los artistas. Y la Piaf no tuvo más remedio que continuar cantando, más trágica que nunca. El Olympia de París fue siempre su escenario favorito, aunque también tenía recuerdos inolvidables de los que pisó en Nueva York. A España no vino nunca. Fatalmente tenía un contrato para actuar en las Fallas de 1963, pero su salud se lo impidió, pocos meses antes de irse de este mundo.

Edith Piaf y su marido Jacques Pills

El último hombre que llegó a su vida era un griego de veintiséis años, Theophanis Lamboukas, que se ganaba la vida como peluquero emigrado en París. Ni que decir que se encargó de acariciar los cabellos de la cantante, rizados, y ella lo convirtió en su amante. Pero decidió casarse con él. La fecha, el 9 de octubre de 1962. Para entonces Edith Piaf ya estaba muy enferma y aunque no dejaba sus vicios precisaba de frecuentes ingresos hospitalarios. Echaba mano de la morfina desde hacía tiempo como quien se toma un refresco. Cada vez más reducida su frágil figura. La artrosis le impedía caminar normalmente. Sentada en una silla de ruedas veía pasar el tiempo. Pero en sus últimas actuaciones sacó fuerzas de donde no tenía, no se sabe cómo, manteniéndose lo más erguida posible entre los aplausos de sus incondicionales del Olympia, entre los que se hallaban personalidades de la vida cultural y social parisiense. Jean Cocteau era uno de sus más fervientes seguidores. Curiosamente murió el mismo día que la Piaf.

La muerte de Edith Piaf se produjo un triste día, el 10 del mes de octubre de 1963. Padecía insuficiencia hepática y los médicos que la atendieron en un hospital determinaron que falleció de una hemorragia hepática. Contraviniendo las medidas legales, los más cercanos a la cantante se la llevaron a su lugar de residencia. Y allí la amortajaron y velaron con un Théo Sarapo hundido entre sollozos. El arzobispo de París le negó un funeral alegando la amoralidad de la que hizo gala durante toda su vida, mediando el abad Léclerc, que era amigo de muchos comediantes, el que bendijo el féretro que contenía los restos de la "Môme" cuando era enterrada en el conocido cementerio parisiense del Père Lachaise.

Justo un año después de la muerte de Edith Piaf entrevisté a su viudo, Theo Sarapo. Había venido a Madrid contratado por una sala de fiestas, El Biombo Chino de la calle de San Bernardo, a espaldas de la Gran Vía. Me atendió muy afable. Tenía unos grandes ojos, la mirada triste, algo perdida. Me habló de ella, naturalmente: "La gente cree que me casé con ella por dinero y me criticaba también por la diferencia de edad. Que yo lo que deseaba era aprovecharme de su fama y dinero. La edad nunca fue obstáculo para que nos quisiéramos. Cierto que compartí sus últimos momentos de fama, pero en cuanto al dinero… Verá: mi difunta esposa me dejó un montón de deudas, que yo trato de pagar ahora con mis actuaciones".

Ya dijimos que Théo Sarapo era peluquero. No tenía idea de cantar. Su espectáculo era aburrido. Apenas fue nadie a verlo en Madrid. Pero su gesto de satisfacer cuanto debía Edith Piaf al morir, que era una cantidad respetable, bien merecía nuestra comprensión. Fue aquella confesión algo patética, que le agradecí por lo que periodísticamente contenía de valor. Su recorrido como intérprete de la canción fue escaso. Murió en un accidente de coche en la ciudad de Limoges.

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