En cualquiera de las más acreditadas enciclopedias de cine puede encontrarse fácilmente el nombre de Montgomery Clift, una reseña de sus películas y acaso, también, un perfil sobre su personalidad, dentro y fuera de los estudios de rodaje. Y, por lo común, en todos ellos aparece un adjetivo que lo define por delante de otros: atormentado. Ahora se cumplen cincuenta y dos años de su llorada desaparición. Murió en Nueva York el 23 de julio de 1966. La obsesión de su vida fue siempre la permanente duda por su identidad sexual.
Montgomery Clift pertenecía a la escuela de Elia Kazan, de la que salieron nombres tan brillantes como James Dean y Marlon Brando. Los "del método". Sólo contaba trece años cuando debutó en un escenario de Broadway. Mediados los años 40 inició su carrera cinematográfica. En Río Rojo hizo de hijo de John Wayne, con el que hubo de mantener una pelea. Monty, como era llamado por sus amigos, era un joven refinado, de inclinación homosexual desde su adolescencia, lo que sin duda le supuso en aquella escena un difícil compromiso.
La noche del estreno de La heredera, de la que fue protagonista, Monty conoció a Elizabeth Taylor. Fue un encuentro fugaz pero del que nació una sólida amistad con el tiempo. Contaba a la sazón él veintinueve años, once más que ella. Una pareja que daría mucho que hablar en el Hollywood de los chismes y el glamour. Fueron la pareja ideal de Un lugar en el sol, una de las películas más taquilleras de 1950, que en principio iba a titularse Una tragedia americana. Nació una correspondencia mutua, probablemente con ribetes amorosos pero sin que llegaran a consumarlos en la intimidad. Liz quería mucho a Monty… pero él era homosexual, confesándoselo abiertamente a su compañera. Sufrió toda la vida mucho por eso. Y bebía. Sus borracheras eran del conocimiento de sus amigos. Liz tenía la virtud de saberlo escuchar, recogía todas sus confidencias, sus miedos, el tormento que lo acompañó siempre. Parecía tener un don especial, porque se cuenta que también James Dean y Rock Hudson llegaron a confesarle los problemas que les causaba su homosexualidad.
Llegado 1952, a Montgomery lo contrataron para tres películas: una de ellas lo trajo a Italia, donde rodó a las órdenes de Vittorio de Sica Estación Términi, que no consiguió el éxito esperado. Al contrario de las otras dos que protagonizó: Yo confieso, donde encarnó a un sacerdote que escuchaba la confesión de un asesino, y sobre todo De aquí a la eternidad. Logró en este filme una de sus mejores interpretaciones, en el papel del soldado Prewitt. El reparto era de primera, con Burt Lancaster, Deborah Kerr y un Frank Sinatra alejado de las pantallas que a partir de su intervención en De aquí a la eternidad salió del bache en el que se hallaba. En aquel rodaje Monty y Sinatra bebían como cosacos. Burt se encargaba de desnudarlos, darles un café bien cargado y acostarlos, como si fuera una niñera. Una botella de whisky se metía diariamente Clift entre pecho y espalda.
Montgomery Clift tenía fama de puntilloso, discutía con los directores sobre asuntos de su personaje. En De aquí a la eternidad dio una lección a sus compañeros aprendiendo a tocar la trompeta y a boxear, como le exigía su papel.
Taciturno, dicen que también desdeñoso, retraído, tímido desde su niñez, Montgomery Clift fue el retrato de uno de los mejores actores de su generación, pero con una vida privada francamente irresponsable, autodestructiva. Para colmo, ni siquiera lo premiaron con un Óscar por su soberbio trabajo en De aquí a la eternidad. Lo peor fue después, cuando sufrió un gravísimo accidente que alteró todavía más su atormentada existencia.
Había comenzado el rodaje de El árbol de la vida, cuyo reparto lo encabezaban Montgomery Clift y Elizabeth Taylor. Ésta, exactamente el 12 de mayo de 1956, lo invitó a su casa para cenar con unos amigos. Se resistía él arguyendo estar cansado, y sin chófer, porque hacía tiempo determinó no conducir por algunos percances sufridos, consecuencia de su alcoholismo. Pero acabó sucumbiendo ante el ruego insistente de su amiga. Aquella noche Monty se mostró moderado en la bebida y se marchó pronto de la casa de Liz, conduciendo su propio vehículo. En una peligrosa curva en aquellas colinas de Hollywood su coche se estrelló violentamente. Su rostro estaba muy desfigurado. Los doctores apreciaron que tenía varios dientes rotos, también la mandíbula, la nariz, los labios… Para un galán aquello significaba la ruina total. Por mucho que los cirujanos plásticos trataron de devolverle la misma apariencia de su cara, no fue posible. Malo fue que El árbol de la vida no había terminado de rodarse. El director aplicó todos los recursos posibles para que no se le viera con detalle en los primeros planos, teniendo que recurrir a un "doble".
Psicológicamente, Monty quedó hundido. Ni que decir que Elizabeth Taylor, sintiéndose algo culpable por haberse obcecado aquella noche en invitarlo, sabiendo que él evitaba conducir su automóvil, estuvo muy cerca de su amigo, instándole a reanudar su carrera. Pero Monty no era tonto: se contemplaba en los espejos dándose cuenta que su físico no era el mismo. Liz lo impuso para rodar juntos De repente el último verano. En muchos planos a él se le veía de perfil, para que no pudieran advertirse las cicatrices que lo habían dejado marcado para siempre. Y tanto su vida como su filmografía posterior acusaron aquella desgracia.
No obstante Montgomery Clift fue requerido para películas que aún se recuerdan por el esfuerzo que el actor hizo para mantener siquiera parte de su prestigio. Fueron, entre otras: El baile de los malditos, tratando de superar la parálisis de una de sus mejillas; Río salvaje, donde Elia Kazan procuró animarlo en todo momento y, finalmente, Vidas rebeldes. Padecía entre otros alifafes problemas en uno de sus ojos, pérdidas de memoria y de equilibrio. Pero se sobrepuso. Con la protagonista, Marilyn Monroe, que trajo de cabeza a todo el equipo del filme, hizo buenas migas, intercambiándose confidencias sobre sus crisis nerviosas. Clark Gable fue el que más sufrió a causa de ambos, pero lo soportó estoicamente, y el final fue que, acabada la película murió repentinamente.
Monty seguía su afición a levantar el codo sin desmayo. Su salud se resquebrajaba por momentos. Hasta una inesperada calvicie acabó por destruir aún más su deteriorado rostro. Sufría episodios paranoicos por las noches, propio de gente alcoholizada como él. Ya ni Elizabeth Taylor con sus frecuentes consejos por teléfono le servían de algo. El 22 de junio de 1966 lo pasó entero en su apartamento de Manhattan. Sin querer salir a la calle, sin tampoco apetecerle volver a ver Vidas rebeldes, que esa noche programó, casualmente, una cadena de televisión.
Al día siguiente, apareció muerto. Le practicaron la autopsia. ¿Resultado? Oclusión de la arteria coronaria. Las causas de su óbito pudieron ser muchas, culpa de su desordenada vida. Tenía solo cuarenta y seis años. Liz Taylor lo recordó siempre. Como un amigo… y un amor imposible.