Se han cumplido quince años de la muerte de uno de los más grandes actores, Gregory Peck, acaecida el 12 de junio de 2003, a consecuencia de una neumonía. Ya no quedan en Hollywood leyendas como él. Gozó de una vida muy activa profesionalmente, fue discreto en sus devaneos amorosos, se casó dos veces y tuvo cinco hijos. El suicidio del primogénito le ocasionó un inmenso dolor, lo que le apartó temporalmente del cine.
Cuando lo entrevistamos en su última visita a Madrid, contaba setenta y tres años y hacía catorce de cuando Jonathan decidió irse de este mundo por propia voluntad: "Mi hijo contaba sólo treinta y un años cuando ocurrió aquello. Pasaba por un mal momento, una depresión porque esa mujer que él quería, una joven divorciada y con dos hijos, se quitó la vida. También Jonathan tenía otros problemas de salud, agotamiento físico por su trabajo en una cadena de televisión y en otra de radio. Yo me encontraba en Francia cuando me comunicaron la fatal noticia. Es lo peor que puede ocurrirle a un padre. Si yo hubiera estado en Los Ángeles, creo que mi hijo no se hubiera suicidado".
A Gregory Peck lo acompañaba en aquel viaje a nuestra capital su encantadora esposa, colega nuestra aunque ya apartada de la profesión, la francesa Veronique Passani. En realidad viajaban siempre juntos, salvo contadas ocasiones: "Tuve suerte al encontrarla –me confió él-, pues además de guapa es inteligente y sobre todo muy tolerante, la persona adecuada para casarme por segunda vez".
Sí, porque la primera sucedió mucho tiempo atrás, el 4 de octubre de 1942. Se había enamorado de una peluquera finesa que trabajaba en los estudios cinematográficos (y no productora teatral como erróneamente aparece en Wikipedia). En aquella época Gregory Peck iniciaba su carrera de actor, tras su paso por Broadway, el barrio neoyorquino donde proliferan las grandes salas de teatro. No había tenido entonces amistades femeninas serias. Acaso traslucía en su personalidad cierta tristeza que lo acompañaba desde su niñez: sus padres se habían separado y él, hijo único, estuvo al cuidado de una abuela, que lo llevaba al cine a menudo, de donde le venía su vocación artística. Aquella primera esposa se llamaba Greta Kukkonen y estuvo a su lado hasta que sus relaciones se enfriaron, en buena parte por los constantes desplazamientos del galán a causa de sus contratos cinematográficos. A ella le costó una gran depresión dejarlo marchar, pero fue la mejor solución para ambos, quienes más adelante mantuvieron al menos una razonable buena relación. Fue justo al día siguiente del divorcio cuando Gregory Peck se casó con Veronique.
Me contaron que se habían conocido en París, cuando ella fue a entrevistarlo para una revista gala, aunque en algunas biografías aparece la capital italiana como el lugar de su primer encuentro, cuando él rodaba en Cineccittá Vacaciones en Roma. Se dijo que allí nació un idilio entre él y la dulce protagonista femenina, una princesa según el argumento, la siempre recordada Audrey Hepburn, aunque eso, si fue real, duró poco porque Veronique Passani estaba muy presente en la vida de Gregory. Cuando le pregunté por Audrey, se deshizo en elogios: Ambos apoyaron más de una causa benéfica a favor de los necesitados. No era elegante seguir por ese camino durante nuestra entrevista, estando presente Veronique, mas el propio actor rememoró los nombres de las hermosas mujeres que tuvo en sus brazos. ¿Sólo en las escenas para la pantalla… o también fuera de ella? Ahí, ya no entramos: "Ingrid Bergman, Jennifer Jones… Sigo teniendo buena amistad con Lauren Bacall, Sofía Loren, Ava Gardner…". Con Ingrid Bergman había rodado en 1945 "Recuerda", una interesante película donde se exploraban teorías psicoanalíticas. Parece que hubo más de un roce entre ambos. Con Jennifer Jones, quizás no, porque el productor de Duelo al sol, año 1946, estaba muy alerta en el rodaje. Más probable es que con la tempetuosa Ava Gardner existiera más intimidad. En cualquier caso Gregory Peck no puede decirse que fuera un seductor nato: siempre se le tachó de todo un caballero, y un hombre bueno, adjetivo el último repetido por cuantos amigos asistieron a su funeral. Esa es la impresión que como espectador tuve hacia él. Su trato cordial a lo largo de la entrevista me lo confirmó. Eran cerca de las tres de la tarde y aún no había almorzado con su bella y elegante esposa. Por atendernos.
Su filmografía tiene para cualquier buen aficionado títulos inolvidables, aparte de los ya citados: Moby Dick, que lo trajo a las islas Canarias en 1956, donde mostraba unas muy pobladas barbas; Mi desconfiada esposa; El proceso Paradine, y desde luego Matar al ruiseñor. Su impecable, vigorosa interpretación en el papel de Atticus Finch, le proporcionó un Óscar, el único que obtuvo en su brillante carrera. Después, La profecía, de 1976, el filme que marcó su retorno a los estudios después de su prolongada retirada, abrumado por la muerte de su hijo mayor. Otro de los tres varones que tuvo con su primera mujer, Anthony, también le dio más de un disgusto: se convirtió en drogadicto. Mucho tuvo que luchar el padre para sacarlo de aquel túnel. Tenía fe en él, como actor. Precisamente durante los días que Gregory estuvo en Madrid pudo asistir a la proyección de una película que Anthony Peck rodó en Aranjuez, junto a Alfredo Landa: El río que nos lleva.
En realidad aquella estancia en la capital madrileña tenía como objetivo promover su entonces última cinta, Gringo viejo, que rodó junto a Jane Fonda. A sus setenta y tres años no vaciló en subirse a caballo durante el rodaje, en vez de admitir un "doble". Le gustaba la equitación. Le recordé que en 1950 lo habían nombrado en Estados Unidos "cowboy" del año, por delante incluso de John Wayne, que parecía estar siempre subido en un jaco en vez de conducir un coche. A lo cual Gregory, sonriente, me respondió: "Cuando sabes montar a caballo desde joven, mi caso, no lo olvidas jamás. Y ciertamente, y muy en broma, John Wayne y yo solíamos mantener una rivalidad acerca de nuestra común afición".
Aquel encuentro con Gregory Peck no he podido olvidarlo. Era un extraordinario actor, pese a las limitaciones que le atribuyen algunos críticos, y también un gran hombre.