Este último miércoles, 13 de junio, probablemente ha sido el peor día de su vida. Mientras su esposo, Iñaki Urdangarín, se encontraba en la Audiencia de Palma de Mallorca, para recoger en mano la sentencia condenatoria por "el caso Nóos", dictada por el Tribunal Supremo, la infanta Cristina de Borbón cumplía cincuenta y tres años, aniversario que lógicamente no tenía gana alguna de celebrar. Iñaki, nada más cumplir con su presencia en la Audiencia palmesana se dirigía al aeropuerto de Son San Juan, para tomar un avión rumbo a Ginebra, para reunirse con su familia. Una fecha que será difícil puedan olvidar, en vísperas de que el ex duque de Palma ingrese en la cárcel para cumplir cinco años y diez meses de condena tras los barrotes. Si es que no se decide por alargar, quizás, innecesariamente su situación recurriendo ya ante el Constitucional, como último recurso.
Cuando Cristina de Borbón y Grecia vino al mundo en la madrileña clínica de Loreto (la misma en la que nacieron sus dos hermanos) fue un domingo, el 13 de junio de 1965. Para entonces, aún se ignoraba el sexo del segundo hijo de los Reyes don Juan Carlos y doña Sofía, pues las ecografías todavía no se conocían. Sin decirlo abiertamente, estaba claro que en el palacio de la Zarzuela esperaban un varón, pues al margen de la ley Sálica, se prefería para convertirse en heredero del trono. En esas fechas, la primogénita, Elena, tenía año y medio. Hagamos constar que en aquel año no se había celebrado el referéndum (sería el 14 de diciembre del siguiente año) para reafirmar que España era una Monarquía. En 1969 don Juan Carlos de Borbón como ya es historia, sería elegido sucesor de Franco "a título de Rey". A partir de entonces es cuando en la dinastía pudo ya establecerse que los hijos del futuro monarca serían, a partir de su reinado, considerados infantes. Luego Cristina, al nacer, no podía en rigor ser así denominada. Padrinos del bautizo, celebrado en la Zarzuela una semana después, fueron doña Cristina de Borbón y Battenberg (tía abuela de la neófita) y don Alfonso de Borbón Dampierre (primo del padre de la bautizada).
Es a partir de 1980, ya reinando don Juan Carlos desde hacía cinco años, cuando decidió que sus tres hijos tuvieran tratamiento de Alteza. Se contaba, y así lo hicieron constar las dos biógrafas de la infanta Cristina (María Molina y Consuelo León), autoras de un documentado volumen (Plaza y Janés, 1997), que en tanto doña María de las Mercedes se decantaba más por su nieta mayor, don Juan, conde de Barcelona, mostraba más simpatía hacia la segunda, Cristina. Ésta, fue cumpliendo con sus estudios superiores, culminados con su estancia en un colegio británico para perfeccionar su inglés. Domina desde jovencita francés y griego. Al cumplir los dieciocho años, su progenitor la distinguió con la banda de Dama de Isabel la Católica. Y a partir de entonces es cuando la infanta fue asistiendo a muchos actos oficiales. Un dato importante: fue la primera descendiente de una familia real española en matricularse en la Universidad. Hacía compatibles sus estudios en la Facultad de Ciencias Políticas, en la madrileña Universidad Complutense, especializándose en Relaciones Internacionales, con otras actividades: un curso de vuelo sin motor, por ejemplo. A esa actividad añadiría otra deportiva, la de navegación a vela, participando en 1987 y 1988 en los Campeonatos de España. Todo ello alternando con su tiempo libre los fines de semana en las discotecas de moda. Es en 1992 cuando comunica a los Reyes que quiere establecerse en Barcelona, lo que hizo en vísperas de la primavera de 1992, primero en un hotel y en seguida en un apartamento del elegante barrio de Sarriá, cercano a Pedralbes, que alquiló junto a una amiga. Practicaba la vela, se reunía con amigos de su edad, en particular intimando con un conocido deportista, Álvaro Bultó. Si hubo o no un noviazgo en serio, ella lo desmintió. En el otoño de ese año entró a trabajar en la Fundación Cultural La Caixa, donde continúa, viajando periódicamente a su sede barcelonesa, además de otra Fundación, la del Aga Khan.
Al cumplir los treinta años es normal que la prensa rosa especulara con el futuro sentimental de la infanta Cristina. Asunto por el que se interesaba su madre, doña Sofía quien, no obstante prefería no intervenir en esa decisión privada de su hija, menos expresiva que Elena, más tímida, introvertida. Eso sí, como se vería mucho después: era tenaz y si decidía algo, lo llevaba al fin con todas las consecuencias. No hay que ser psicólogo para explicar su conducta sobre "el caso Nóos", defendiendo a capa y espada a Iñaki Urdangarín y sin hacer caso a don Juan Carlos, que la instaría a dejarlo y divorciarse.
En el entorno de amigos de la infanta estaban los deportistas José Luis Doreste, Fernando León, Jesús Rollán y algunos otros. Pero ni con ellos ni con Cayetano Martínez de Irujo, hijo de la Duquesa de Alba (con el que le endosaron un falso idilio) hubo más que mera amistad y compañerismo en la práctica deportiva. Y precisamente en esos ambientes es cuando se fraguó el conocimiento y noviazgo de Cristina de Borbón con Iñaki Urdangarín: en las Olimpiadas de Atlanta de 1996. Ella, puede decirse quedó prendada nada más hablar con él por vez primera, tres verlo jugar con la selección nacional de balonmano. Lo que siguió más adelante se ha evocado ya lo suficiente como para ahorrarnos la repetición, por razones de espacio fundamentalmente. En octubre, después de las Olimpiadas, volvieron a encontrarse, ya en un restaurante de Barcelona, El Pou, del que era copropietario Iñaki: allí puede decirse que, formalmente, iniciaron su noviazgo, llevando con el máximo secreto su relación. Cuando fue conocida por los Reyes, don Juan Carlos no podía creerse que la segunda de sus hijas fuera a contraer matrimonio… con un jugador de balonmano, por muy destacado que fuera en tal deporte, por otra parte minoritario. No era, si se nos permite la broma, ni un Messi, ni un Cristiano ni un Iniesta. Por otra parte se supo que Iñaki Urdangarín, quien había tenido bastantes amistades femeninas pues se lo rifaban como un bombón alto y guapetón, iba a casarse con la barcelonesa Carmen Camí, natural de Puigcerdá, con la que había mantenido cuatro años de noviazgo y ya habían apalabrado sus nupcias. Pues Iñaki la dejó compuesta… y sin novio. Doña Pilar, tía de la novia, cayó en la trampa de un reportero el 1 de abril de 1997, afirmando que conocía perfectamente el noviazgo de Cristina. Y, oficialmente, el compromiso nupcial se anunció desde el gabinete de Prensa de Zarzuela días antes de la primavera de ese mismo año, el 13 de mayo. La boda, por todo lo alto, se celebró en Barcelona el 4 de octubre de aquel 1997. Millones de telespectadores siguieron por Televisión Española la fastuosa retransmisión. Don Juan Carlos había cedido a la pretensión de su hija, que como luego haría también el futuro Rey Felipe, le hizo ver que con su permiso o no, ella se casaría, era mayor de edad, dispuesta a saltarse sin su aprobación el protocolo regio.
Iñaki Urdangarín Liebaert era antes de conocerse su relación con Cristina de Borbón y Grecia un perfecto desconocido fuera del ámbito del baloncesto. Sexto hijo de una familia vasco-belga, de padre ingeniero industrial, luego directivo de una Caja de Ahorros, y de ideología nacionalista, militante muy activo del PNV. Iñaki vivió parte de su adolescencia y ya su juventud en Barcelona. No se le conocen estudios relevantes, salvo su deseo de terminar algún día la carrera de Empresariales, que al parecer nunca concluyó, tan dedicado estaba a la práctica del balonmano, deporte del que llegó a ser una figura en el Barça y en la selección nacional. Cristina fue quien tomó la delantera siempre en su relación con Iñaki. Confió a una amiga: "¡Alucino! ¡Estoy colada por un jugador de balonmano!" Y él, a sus colegas: "Flipo… Me he enamorado de una infanta". Y a su cuñado, Iñaki le preguntó: "¿Crees que estoy loco?" Otro amiguete, le espetó: "Pero, Txiki, ¿sabes dónde te metes?" Y la respuesta del novio: "Me siento feliz e ilusionado. ¡Qué más puedo pedirle a la vida…!" Confesaría asimismo: "Reconozco que al conocerla, estaba temblando, pero en seguida me di cuenta de que era una chica muy normal".
¿Qué aquella boda del año entre Cristina e Iñaki fue por amor? Sin duda. Sobre todo, sin desmerecer los sentimientos del jugador de balonmano, por parte de ella. Absolutamente encandilada por el vasco de Zumárraga, donde vino al mundo. La infanta no ha querido nunca renunciar a sus derechos dinásticos, aún en el aire por si en algún momento su hermano, el Rey, la obliga a hacerlo. Privada está desde luego de representar a la Familia Real. Desposeída junto a Iñaki del Ducado de Palma. ¡Qué vergüenza cuando un operario del Ayuntamiento palmesano iba quitando las placas marmóreas de la pareja! Pero ya era público y notorio los despilfarros de la pareja a costa del erario, con los enjuagues de Iñaki y sus servicios, beneficiándose de su condición de yerno del Rey para obtener prebendas, a cambio de unos supuestos informes y gestiones irrelevantes. Y así, por las buenas, con el mínimo esfuerzo, pudo lucrarse de una vida de lujo, comenzando por el inmenso chalé que adquirió como si toda la vida hubiera sido un millonario. Su esposa firmaba, como se comprobó, algunos documentos de la sociedad que el matrimonio participaba. Aunque ella parece que no sabía nada del asunto y se fiaba de su amante esposo.
Lo demás, ya es pasado. El 20 de julio de 2010 el juez Castro abría una pieza relativa al "caso Nóos". El 12 de diciembre Urdangarín resultó imputado. También lo sería la Infanta, pero el 3 de abril de 2013. El juicio comenzó el 11 de enero de 2016. El 17 de febrero de 2017 el tribunal de Palma de Mallorca condenó a Urdangarín, exculpando a doña Cristina. Y ya este pasado 12 de junio de 2018 la sentencia definitiva del Tribunal Supremo.
¿El futuro de la pareja? Escribimos estas líneas en vísperas de que Iñaki Urdangarín entre en la cárcel. Cristina, seguirá por el momento en Bruselas, y le devolverán unos miles de euros, descontados los 136.950 a los que ha sido condenada, tras un descuento. Ambos, hace ya tiempo que vienen pagando por esa llamada "pena del telediario". Personalmente, los compadezco. Y sus cuatro hijos, sobre todo los mayores, son conscientes de los delitos de su padre. Sufren lo suyo. Es la primera vez que una infanta de España tuvo que sentarse en el banquillo de una Audiencia, la de Palma. Una triste historia la de esta mujer, por encima de todo, sin ganas de celebrar como decíamos su cincuenta y tres cumpleaños. Le queda, como más inmediato, pensar si le merece la pena fijar una nueva residencia en el lugar más adecuado y cercano que le permita visitar a su marido en prisión. Y ocuparse de los centros donde proseguirán los estudios sus hijos. Un largo rosario que ha de padecer. No se habla con el Rey, su hermano, ni con Letizia. Escasas las relaciones con su padre. Sólo cuenta con el apoyo de doña Sofía y de su hermana Elena.