
Iglesias & Montero se quedan en Casapagar. Y no sabemos qué va a ser de la tinaja. También podían haber preguntado por su destino en el plebiscitito. Cielos, lo mismo ha sido destruida ya. Un amigo mío tiene el tenedor extensible de Muchos hijos, un mono y un castillo. Será que Julia Salmerón contaba con más de uno porque tendrá que seguir pinchando a su marido en la otra cama para ver si está vivo. La tinaja es más aparatosa que un tenedor, pero muchos la querríamos (Federico se ha ofrecido a firmar libros de Memoria del comunismo dentro, sin el retrete). Una tinaja es una cosa muy recurrente en España. Para decir que parece que Ramón Luis Valcárcel, antes, y Rufián, ahora, hablen desde el interior de una. O para adornar un crimen en la ficción.
Un crimen no resuelto es un crimen perfecto para el cine y la literatura. Eso pasó con El extraño viaje (1964), la película dirigida por Fernando Fernán Gómez. En enero de 1956, un pescador que iba por una playa de Mazarrón se encontró dos muertos, los hermanos Luisa y Julio Pérez, ella de 62 años; él de 47. Junto a los cuerpos había tres copas vacías, dos con veneno. En 1956, el periódico El Caso llevaba cuatro años en los quioscos. Desde Madrid, se mandaba a Margarita Landi para contar todos los detalles. Pero el crimen no se resolvió y si ha pasado a la historia es por El extraño viaje. La tinaja, sí, la tinaja. Los muertos eran forasteros en Mazarrón. Y había otra hermana, Marina, de 52 años, que había desaparecido también. Poco se sabía, así que Berlanga pudo imaginar una historia y Perico Beltrán y Manuel Ruiz Castillo escribir un guión. En la película, esos dos hermanos (aquí Paquita y Venancio, Rafaela Aparicio y Jesús Franco) matan a la hermana marimandona (Ignacia, una impresionante Tota Alba, tan grande al lado de sus bobos hermanos) y la tiran dentro de una tinaja. Ya está. En la historia de ficción el cadáver de Ignacia es descubierto y luego el de los otros. Y Carlos Larrañaga se la carga. La película fue boicoteada y estrenada cinco años después. Una maravillosa comedia negra que retrata una España esperpéntica y deprimente.
En Murcia ha habido después otros crímenes. Miguel Ángel Hernández ha hecho una novela con el ocurrido en la Nochebuena de 1995 al lado de su casa. En El dolor de los demás (Anagrama) cuenta cómo su mejor amigo asesinó a su hermana a golpes y se tiró con el coche por un barranco. Pero él no ha inventado. Como mucho, ha tirado de conjeturas y de la autoficción. No se supo nunca el porqué del crimen. Aroma de Capote, Carrère, Delphine de Vigan o Cercas en la huerta (Miguel Ángel Hernández le contó a Nuria Azancot en El Cultural que Leonardo Cano, otro novelista murciano, bromeó con que se podía haber llamado A sangre frita).
En 2000 fue cuando José Rabadán mató con una catana a sus padres y a su hermana en el barrio murciano de Santiago el Mayor. En 2002, Francisca González estranguló a sus dos hijos pequeños, de 4 y 6 años, con el cable del teléfono en su casa de Santomera. En 2008, y también en Santomera, Angelo Caratenutto, que había estado ingresado por problemas psiquiátricos, se paseó por la plaza del Ayuntamiento con la cabeza de su madre bajo el brazo y envuelta en un trapo. "La he matao… Ahora estás callada. Te quiero mucho", iba diciendo.
No sé por qué hacen tantos chistes con Murcia. Con lo bien y variado que matamos. Y las tinajas que tenemos.