Rafael Martos Sánchez cumple tres cuartos de siglo este sábado, 5 de mayo. Y lo hace con plena salud, con su moral siempre alta para continuar como cantante en activo. Con quince años ya hacía gorgoritos y alardes vocales, aunque fijamos el año 1962, cuando grabó su primer disco, como el inicio de su carrera musical. Si Julio Iglesias puede disputarle mayor internacionalidad, cantando en más países y en diversos idiomas, Raphael le gana en número de actuaciones, al llevarle unos años de ventaja desde su debut. Además, "el Niño de Linares" tiene el disco de uranio en su haber, que lo sitúa entre los máximos vendedores de discos.
De familia modesta, cuyo progenitor trabajaba de albañil, Raphael pasó apuros económicos hasta alcanzar la mayoría de edad. En más de una ocasión, cuando iba de emisora en emisora participando en concursos de noveles, tuvo que pedirle a Rocío Dúrcal, (que paralelamente empezaba asimismo a cantar), que le pagara el billete de "Metro", al no disponer siquiera de una peseta para el trayecto. No había cumplido aún los dieciocho años cuando se colaba en un bar de alterne de la madrileña calle de la Ballesta, "Picnic", donde tocaba el piano Manuel Alejandro, rodeado de prostitutas en espera de clientes. Raphael se escondía en un rincón procurando no ser visto, ya que en ese caso al ser menor de edad lo hubieran echado del local. Acurrucado para pasar inadvertido no se perdía las notas musicales de quien iba a ser su compositor principal. Aquellas canciones del músico jerezano fueron las primeras que Raphael grabó en 1962 para la casa Philips, de la que por sugerencia de su representante, Paco Gordillo, tomó la "ph" de su nombre artístico. Su participación en el Festival de Benidorm de ese año le supuso su primer triunfo, siendo artífice de que cuatro de sus canciones llegaran a la final y a él mismo le otorgaran el premio de interpretación. Por cierto salió vestido con un traje confeccionado por él ya que tiempo atrás había sido ayudante en una sastrería, y había guardado unos retales para una ocasión como aquella.
Veinteañero, tuvo su primera experiencia sexual, según refería él, con una mujer que acudía todos los días a verlo actuar a una sala barcelonesa conocida como 1400. Como quiera que ella insistía noche tras noche, terminó culminando su deseo. Se llamaba Montse. Luego de aquel refocile, no volvió más a verla. Raphael, en ese terreno de las intimidades amorosas, nunca contó experiencia alguna, salvo la de una novia ocasional que tuvo en la provincia de Jaén, Andújar, su tierra. Los periodistas tampoco descubrimos ningún amor suyo duradero. Y él callaba siempre sus experiencias, del tipo que fueran. Sólo cuando apareció en su vida Natalia Figueroa y tras unos meses jugando al ratón y el gato con los reporteros, acabó por admitir que eran novios.
Natalia Figueroa, hija del marqués de Santo Floro, nieta del conde de Romanones, nunca presumió ni de títulos, ni de aristocracia ni de nada. Tal es su sencillez, su manera franca y afable, que no parecía al principio la compañera ideal de un divo como Raphael. Se conocieron en el transcurso de una entrega de premios de Radio España. El cantante ya era suficientemente conocido, tras aquel recital en el teatro de la Zarzuela, en noviembre de 1965, punto de partida de su espectacular éxito. No ha olvidado nunca la fecha exacta de su encuentro con ella: 29 de junio de 1968. Ahora se cumplirá medio siglo. Por entonces, Natalia Figueroa salía a menudo con Antonio el bailarín. Raphael llegó a tener celos de éste. Y no cejó hasta que tras unos meses de porfía, (enviándole postales desde cuantos países visitaba para actuar y ya en Madrid invitándola a almorzar o a cenar y a visitar juntos de la mano algunas salas de baile y otros tablaos flamencos) se declaró, diciéndole abiertamente que deseaba fundar con ella un hogar.
Pero había que obtener el permiso paterno de la novia. Cuando el marqués de Santo Floro se enteró de los propósitos de su hija y el artista de Linares puso el grito en el cielo. Ya años atrás se había opuesto a que Vicente Parra, el galán de cine, se desposara con su hija, a la que había mimado desde su más tierna infancia. Dadas las circunstancias, Raphael "cogió el toro por los cuernos". Esto es: concertó una cita con el señor padre de Natalia. La entrevista no pudo ser más satisfactoria. El marqués se dio cuenta en seguida que Raphael hablaba en serio, que amaba a su hija. Y en ese primer encuentro en el chalé familiar de los Figueroa, en la calle de Castellón, de Madrid, quedó sellada una amistad entre futuro suegro y yerno que sólo la muerte del marqués pudo romper. Aquel mediodía, el marqués de Santo Floro dio orden al servicio de que colocaran un cubierto más para aquel invitado. No obstante, familiares de la novia como la condesa de Yebes y Blanca de Borbón, entre otros, dieron al principio la espalda al cantante, como si fuera un "parvenu", un cazafortunas. Lo cuál era absolutamente incierto. Entre otras cosas porque si los Figueroa disponían de un notable patrimonio, los millones en dinero contante y sonante ganado limpiamente por Raphael en sus apoteósicas giras musicales superaban las cuentas bancarias de la familia de Natalia. Ésta, siempre con su bonhomía, su exquisita sensibilidad, nunca estableció en sus relaciones con Raphael asuntos económicos de por medio.
Lo demás, ya es más o menos sabido por quienes han seguido la carrera de Raphael. Celebraron la boda el 14 de julio de 1972. Fijaron Venecia como lugar idílico de sus esponsales, procurando que ni los periodistas ni los reducidos invitados supieran con antelación el destino de su complicado trayecto hasta aparecer en la cita convenida. Fui uno de los pocos informadores (apenas una decena) que pudimos enterarnos de la fecha, horario y sitio del evento tras no pocas vicisitudes. Cuando los novios nos sorprendieron nada más llegar a la ciudad de los canales no tuvieron otra salida que sonreir, felicitarnos por haber acertado ese galimatías viajero… e invitarnos a la ceremonia y a la cena nupcial.
Al igual que se hacen periódicamente encuestas de cualquier motivo, puedo añadir que en el entorno de la pareja se suscitaron dudas sobre cuánto tiempo duraría aquel matrimonio. Y, ya ven: cincuenta años de casados festejarán dentro de mes y medio. Tienen tres hijos a los que Natalia ha procurado una educación sin fisuras de ningún tipo. Y Raphael, viajando sin cesar. Este verano continuará su gira de conciertos "Loco por cantar". Mezcla sus éxitos del pasado con esas otras canciones que ha tomado de jóvenes intérpretes que podrían ser sus hijos. Varias generaciones acuden a sus galas. Ni aquel trasplante de hígado al que se sometió hará quince años restó vigor al intérprete, que mantiene su espléndida, potente voz en escena, donde es dueño y señor a lo largo a veces de más de dos horas y media sin desmayo. Hace cuatro temporadas fue invitado a tomar parte en Sonorama, festival de cantantes muy alejados de su estilo. Y lo aclamaron como un ídolo permanente de masas. No se cansará en las entrevistas, cuando se lo preguntan, de afirmar rotundamente: "Yo moriré con las botas puestas en un escenario, mientras no me falle la voz". Y así, ya dijimos, lleva sesenta años. ¡Y lo que felizmente le quede! Brindamos por tu 75 cumpleaños, querido Raphael…