El crepúsculo de los dioses, El puente sobre el río Kwai, Sabrina, Fedora, Nacida ayer, La colina del adiós, Picnic, Grupo salvaje… Unos pocos títulos para identificar a un gran actor norteamericano, que ahora sería centenario. Nació el 17 de abril de 1918 en el estado de Illinois, dentro de una acomodada familia. En la Universidad William Holden se aficionó a las representaciones teatrales y acabó siendo uno de los galanes más afamados de Hollywood. Pero si bien reconocería que su vida profesional fue positiva, aunque tuviera en ocasiones que rodar películas de poca entidad, en cambio sufrió mucho en sus relaciones sentimentales. Tuvo en sus brazos a míticas estrellas de la pantalla y acabó su existencia de mala manera. Sobre su muerte se extendió el rumor de que había sido por propia voluntad, aunque el forense que firmó su defunción dijera que ocurrió a causa de un fuerte golpe que se dio en la cabeza, en medio de una gran borrachera.
Tras unos tímidos comienzos como "extra", puede cifrarse el año 1939 como el de su entrada en el cine, gracias a Robert Mamoulian, que lo tuvo a sus órdenes en Sueño dorado. La protagonista femenina era Bárbara Stanwick, que se prendó del recién llegado. Al punto que le prometió ayuda para su carrera. ¿A cambio de algunos favores sexuales? Es posible… Dos años después se casó con la actriz Brenda Marshall, con la que oficialmente convivió treinta años justos, hasta su divorcio. Pero por medio hubo otras mujeres que compartieron el mismo lecho con el galán. No todas a la vez, por supuesto. Sabía dosificarse…
Tras intervenir en El crepúsculo de los dioses, que en Estados Unidos se conoció como Sunset Boulevard, en 1950, su cotización subió muchos enteros, al tiempo que enamoraba a las mujeres con su agradable físico. Trabajar en aquella película al lado de una vieja leyenda, Gloria Swanson, le reportó un triunfo internacional, y una nominación a los Óscar. Después de Traidor en el infierno, un año más tarde, 1954, formó una deliciosa pareja con Audrey Hepburn. Y no sólo eso: se enamoraron locamente fuera de los estudios. Hasta tal punto que ella estaba dispuesta a casarse con él… hasta que descubrió un secreto muy bien guardado por el guapo actor: no podía darle hijos porque se había sometido a una operación de vasectomía. ¿Qué lo llevó a ello? No conocemos alguna declaración suya al respecto, mas es muy posible que, como se acostaba muy a menudo con jovencitas aspirantes a actrices e incluso con algunas de renombre, no deseaba comprometerse con ninguna. Ni tampoco separarse de su mujer, con quien había tenido dos hijos, Peter y Scott, y adoptada la hija de Brenda de un anterior matrimonio de ésta.
Justo después de Sabrina, William Holden fue pareja de Grace Kelly en La angustia de vivir. Pareja en la película y en la calle. La que poco tiempo después sería esposa del príncipe Raniero no era la mujer que muchos creyeron, tal vez por autoconfesarse católica y por su aspecto de mujer elegante, de aire aristocrático y moral intachable. Pues aparte de otros amores con William Holden, once años mayor que ella, compartió momentos de pasión bien conocidos en el Hollywood de aquel ya lejano 1954. Se ha especulado que por esos años conoció a Jacqueline Bouvier, una atractiva dama que ejerció un tiempo de periodista, y que pudo haberse convertido en amante ocasional del actor. Nadie en cualquier caso podía sospechar que Jackie, años más tarde, se iba a convertir en primera dama de los Estados Unidos al casarse con John F. Kennedy.
Imaginamos que siguió conquistando más corazones femeninos, pero continuando la cronología de nuestra investigación, en 1962 rodó junto a Capucine El león. La atractiva modelo de origen francés sucumbió, como era de esperar, ante los encantos de su compañero de rodaje. Y ahí fue cuando la primera y única esposa del galán dijo que ya no aguantaba más la situación. Y aunque, ya queda dicho, que hasta 1971 no obtuvieron el divorcio, su matrimonio hacía tiempo que estaba totalmente deshecho. A William, fuera o no un cínico, no le sentó bien aquella airada decisión de Brenda, pero bien sabía que su paciente mujer llevaba toda la razón al sentirse humillada por sobrellevar tantos cuernos como él le ponía.
Y la vida de William Holden continuó, aunque si bien su popularidad y caché no se resintieron, sí sus costumbres fuera del trabajo, pues intensificó su afición a la bebida. Sobre todo cuando no tenía más remedio que aceptar películas mediocres por su contrato, que lo convertían en un tipo inseguro, deprimido y sin ideales apenas. Se contentaba, amén de sus libaciones continuas, en mantener frecuentes contactos con desconocidas. La excepción fue en 1964, cuando el director Richard Quine lo reunió de nuevo con Audrey Hepburn en Encuentro en París. Aún había rescoldos en el fuego amoroso de la pareja, a sabiendas ya ella de que sus nuevos escarceos amorosos con el hombre que tanto la hacía feliz iban a terminar tarde o temprano con un adiós, ya definitivo.
Si tuvo más romances, fueron ya menos relevantes, salvo el que mantuvo largos años con la asimismo conocida actriz Stefanie Powers, que fue su último amor. Les unía entre otras cosas, aparte de la mutua atracción física, el amor por los animales. A él le fascinaban los safaris en África y llegó a emprender en el continente negro varios negocios, disponiendo de una residencia. Pero donde realmente pasaba más tiempo era en Europa. Me lo dijo él mismo cuando me lo encontré casualmente en el aeropuerto de Barajas, una mañana que iba yo en busca de Anthony Quinn. Resulta que William Holden, a quien acompañaba su hijo Scott, nos visitaba para rodar en España la película Los cazadores. Sostuve un cordial diálogo con el afable actor, que llevaba gafas de concha como las de un ejecutivo, y me dijo que procedía de Suiza, donde tenía una casa en el pueblecito de Burgenstock. Contaba entonces cincuenta y cinco años y no le había abandonado su prestancia. Aunque por desgracia supimos luego que no podía escaparse de su adicción alcohólica. Embriagado se hallaba en su residencia de Los Ángeles cuando lo encontraron en el suelo, manando sangre de la cabeza. Se había dado un fuerte golpe sobre una mesa, causa de su fallecimiento el 16 de noviembre de 1981. En algunos medios se llegó a difundir que todo pudo ser un presunto suicidio. Tenía sólo sesenta y tres años. Con una vida, como se deduce de lo aquí relatado, entre el éxito como actor, relaciones plenas con un número elevado de mujeres, que lo adoraban, y un tormento interior que lo llevó, por culpa del alcohol, a una anunciada y temprana muerte.