La muerte del rejoneador Ángel Peralta a los noventa y tres años, víctima de un infarto de miocardio y enterrado en su localidad natal, Puebla del Río, ha sido resaltada en los medios de información por su brillante carrera como un innovador del toreo a caballo. Sin embargo, no hemos leído nada acerca de su vida personal, de la que ahora nos ocupamos, siquiera someramente.
Tuvo varias novias en su juventud hasta que se casó con Pilar Rufino Martín, hija y nieta de ganaderos. El propio Ángel relataba cómo su fue su noviazgo "a tres". Con la pareja iba una tercera persona, señora mayor que trabajaba en casa de la familia de Pilar, que hacía "de carabina". Esto es, vigilando a los tortolitos para que no se sobrepasasen. Y así es que el novio tardó tiempo en descubrir secretos e intimidades de la que fue su mujer. Quizás por sus viajes, sus responsabilidades con los caballos, por la vida ausente del hogar que llevaba él, aquel matrimonio se fue al garete. Les quedó un hijo en común, nacido en 1949.
En 1967 trató Ángel Peralta de lograr la nulidad de aquella unión. Era harto difícil aquel deseo. Pero es que su esposa le negó sistemáticamente tal posibilidad. En esas que el llamado centauro de las marismas, como se le conocía desde que el ganadero don Antonio Pérez Tabernero se lo endilgara, se enamoró perdidamente de una joven de veintiún años, que se fue de casa para emprender con Ángel una convivencia no tolerada por la buena sociedad de la época. El divorcio era impensable. El padre de la muchacha resultó ser un militar de alta graduación, que primero encerró a su hija en la vivienda familiar, a pesar de que ella fuera mayor de edad. No quedaría la cosa. En Sevilla, media ciudad se conocía y un aciago día el padre que iba en coche con su hija y algún otro familiar coincidió a la altura de un semáforo con el vehículo que conducía el rejoneador. En ese instante, tal militar extrajo un pistola de la guantera y amenazó a Peralta. Un abogado, que representaba los intereses del amenazado, denunció el caso en comisaría. Pero –y no se olvide que estábamos aún en pleno franquismo– lo que consiguió no sólo fue que se sobreseyera la denuncia, sino que Ángel Peralta terminó condenado en severo Consejo de Guerra a una pena de tres meses en prisión. Por amor.Ya no supo más de aquella chica que estaba decidida a seguirlo a todas partes, y él a corresponderla con su cariño.
Hubo otras mujeres pasajeras en la biografía sentimental de un hombre de éxito en los ruedos, caballero dentro y fuera de ellos, que sabía ser un seductor a la manera de otros tiempos, recitándoles poemas de su autoría. Porque Ángel Peralta escribiría muchos versos, publicó varios libros de poesía, uno de ellos ilustrado por el renombrado Capuletti, como asimismo firmó letras de coplas y sevillanas muy divulgadas.
En Ava Gardner despertó la curiosidad y el deseo. Ángel Peralta había tenido, antes de conocerla, ciertos compromisos con el Séptimo Arte, desde que José H. Gan, un gran documentalista taurino, le filmara escenas de rejoneo en Toreo a caballo. Otro documental rodado en la Feria de Abril sevillana y en la Maestranza fue El rejón, del también documentalista José Luis Font. Y en 1955 intervino también montando a caballo, siquiera fugazmente, en el filme La princesa de Éboli que en tierras castellanas rodó Olivia de Havilland, la gran estrella norteamericana. Eso llevó a Ángel Peralta a escribir un propio guión, el centauro de las marismas, que iba a protagonizar Ava Gardner, proyecto que nunca se llevó a cabo. Pero Ángel y Ava sí que coincidieron varias veces en el Rancho el Rocío, del primero. Montando juntos a caballo. Y ya, íntimamente, en un dormitorio del madrileño hotel Castellana Hilton. Noche de pasión que concluyó de mala manera, porque él quiso darle una lección ante el comportamiento de mal gusto que había tenido unas horas antes en casa de un matrimonio amigo del rejoneador. Se vieron otra vez en el citado Rancho; Ava se cayó del caballo, montó en cólera por una pequeña herida que se hizo, despidióse de mala manera y parece que el resto de su vida le atormentó la cicatriz que mantuvo en su bello rostro.
En un papel protagonista Ángel Peralta fue emparejado otra vez en el cine con su paisana Juanita Reina en La novia de Juan Lucero. Era el año 1959. Juanita estaba entonces prometida al bailarín Federico Casado Caracolillo, con el que aún siendo ya algo talludita, no se casaba porque su padre le ponía constantemente trabas. Ángel Peralta, fuera de las cámaras, no tuvo más ojos que para otra actriz-cantante sevillana que le hizo tilín: Conchita Bautista. Vivieron un amor a espaldas de la prensa de entonces, que no se inmiscuía como ahora en la vida sentimental de los personajes populares. Parece ser que ella quería llevarlo al altar, pero Ángel se resistía a repetir casamiento. Por otra parte, seguía legalmente casado con su primera mujer, de la que hacía cuatro años vivía separado. Y lo que pudo haber sido una pareja feliz acabó como el rosario de la Aurora.
Los productores cinematográficos volvieron a contratar a Ángel Peralta para una historia que llevaba este título: Cabriola. Nombre de uno de sus caballos favoritos. En las carteleras unieron el nombre del ya maduro Peralta con el de una estrella juvenil llamada Marisol. Era el año 1965, en pleno éxito de la artista malagueña. Había una relación sentimental según el guión, aunque por supuesto nada existió entre ambos fuera del estudio que no fuera una mutua admiración y amistad.
En enero de 1983 Ángel Peralta contrajo segundas nupcias con la ginecóloga María Encarnación Rizo de Hurtado, hermosa dama a la que familiarmente siempre llamó Marién. Unión de la que nacieron Ángela y Carlos. Como quiera que su primera esposa seguía erre que erre impidiéndole permiso para obtener la nulidad, contrajeron matrimonio civil ante el juez de Palma del Río, que resultó ser primero hermano de Felipe González. La vida familiar del rejoneador entró en una fase estable y feliz. Complementada por sus campañas en los ruedos. Una lesión sufrida en un pequeño pueblo granadino adelantó su adiós al rejoneo. No obstante siguió recibiendo homenajes hasta su definitiva retirada a comienzos de la década de los 90, siempre cercano a su hermano Rafael, otro extraordinario jinete. Se ocupaba de sus caballos, de sus fincas, del Rancho donde se celebran bodas y otros acontecimientos. Sin dejar nunca de escribir poemas de amor. Todo un caballero en las plazas y en la vida.