Las biografías sobre las estrellas de la pantalla suelen estar tan maquilladas como ellas mismas cuando están ante el espejo embelleciendo su cutis. Y no digamos cuando dictan sus memorias. La vida de Sara Montiel, que este sábado, 10 de marzo cumpliría 90 años (falleció repentinamente en su casa madrileña de la calle de Núñez de Balboa, barrio de Salamanca, el 8 de abril de 2013) tiene pasajes por ella contados que pertenecían a su pura fabulación. Aunque mujer en general sincera y abierta, como comprobamos tantas veces que la entrevistamos, guardaba para sí muchos secretos; cuando no los manipulaba en sus recuerdos. De lo que aquí vamos a ocuparnos, en dos capítulos, es de algunos de sus encuentros amorosos, que fueron muchos, tempestuosos dada la idiosincrasia de la manchega quien conquistaba, cuando se lo proponía, a hombres en principio no fácil de dejarse llevar. Voluptuosa, de una sensualidad que traspasaba la pantalla, jugaba al principio de conocerla a parecer ingenua, utilizando una forma de hablar nada natural, engolada a propósito, marcando las sílabas; truco que utilizó para interpretar cuplés y boleros, con su reducida tesitura vocal, aunque sí con el propósito de emular a las más coquetas "vedettes".
La baza de su anatomía supo utilizarla en el primer reportaje fotográfico que le hicieron para la revista Semana, mayo de 1944, en el parque del madrileño Retiro, firmado por el gran artista de la cámara, el húngaro Juan Gyenes. En algunas de aquellas imágenes ya mostraba levemente parte de uno de sus pechos, algo entonces prohibido por la censura. Y sólo contaba dieciséis años. La portada de aquel número del semanario llamó la atención de un extraordinario dibujante de humor, ocasional director de cine y avispado publicista, Enrique Herreros, que se convirtió en el representante de aquella belleza, entonces artísticamente sólo conocida como María Alejandra, y la bautizó, en razón de su lugar de nacimiento, Campo de Criptana, con el apelativo de Sara Montiel. El nombre bíblico había sido el de una antepasada de ella, su bisabuela. La actriz confesó que entre Herreros y ella no hubo nada íntimo, que él no se sobrepasó nunca. Al que sí acusaría más tarde fue al todopoderoso productor Cesáreo González, quien quiso meterle mano en su despacho al ir a firmar el contrato de "Bambú". Sara cortó en seco al gallego diciéndole que eso que pretendía de ella se lo hiciera a su hija. En cuanto a los primeros besos que Sarita, (como se la llamaba en el ambiente aunque ella prefería que sus amigos la trataran como María Antonia) dio en una película, el afortunado sería Fernando Fernán-Gómez, durante una secuencia de Empezó en boda. Fuera del plató con quien sí cruzó más de un ósculo fue con el periodista José Ángel Ezcurra, director de la revista Triunfo. Pero éste no estaba enamorada de ella, aunque sí la ayudó junto a su padre para que se introdujera en el mundillo cinematográfico. Salió una temporada Sara con un inglés, muy distinguido, al que no recordando su nombre lo llamó Jacobo, que al desaparecer de repente de su vida produjo en la actriz tal desilusión que quiso tirarse de un tranvía en marcha. Una gilipollez, como reconocería después.
Pero quien le impactó desde el primer instante en que se conocieron fue el dramaturgo Miguel Mihura, bastante mayor que ella, veinteañera, y él cuarentón, quien fue una especie de Pygmalion para Sara, en esa época con escasa preparación cultural. "Quise casarme con él, pero él no quiso, diciéndome qué iba a hacer conmigo". Mihura tenía fama de tocarles el culo a algunas de las aspirantes a actrices de sus comedias, cuando no despachaba sus necesidades en alguna casa de putas. No obstante, Miguel y Sara estuvieron cuatro años juntos y en sus memorias, Vivir es un placer, la paisana de don Quijote confesaba que fue el primer hombre auténtico de su vida, "el primero con el que estuve como mujer". A buen entendedor… Se acostaron muchas veces juntos, desde que ella tenía sólo diecisiete años. "Yo era completamente virgen, pero me entregué sin pensar y sin tener en cuenta que mi madre me decía que aquel hombre, Miguel Mihura, podía ser mi padre dados sus años".
Aunque intervino en algunas películas comerciales de éxito, como Locura de amor, Sara Montiel consideraba que no se le ofrecían contratos para aspirar a ser una estrella. Y aceptó irse a México en 1950, donde desarrolló una fructífera carrera durante varias temporadas, en historias de acción y rancheras, como si fueran películas del Oeste, sólo que "a la mexicana". Varias figuras del espectáculo se la rifaban: Pedro Infante, Mario Moreno "Cantinflas", Arturo de Córdova, Agustín Lara… Resultó que un gran poeta español exiliado en aquellas tierras, León Felipe, cuarenta años mayor, trató de "llevarla al huerto". Resultaba ridícula aquella posible pareja enamorada. Y encima, lleno de celos, él le pegó. "El único hombre en mi vida que ha osado levantarme el brazo". Pero Sara, le hizo comprender delicadamente que no podían irse al catre. Eso sí: le reconocería lo mucho que aprendió a su lado, pues él la instruía, aconsejándole lecturas y formas adecuadas de hablar. Lo mismo hizo con ella otro célebre escritor, Alfonso Reyes. A través de León Felipe, Sara Montiel, con veintiséis años, iba a conocer a un hombre que marcaría su vida durante algún tiempo: otro exiliado, Juan Plaza, uno de los jefes del Partido Comunista, huido de España al terminar la guerra civil.
El "flechazo" entre los dos surgió a poco de conocerse. Convivieron varios años. Él quedó "flipado" con su paisana, pues era natural de otra localidad manchega, El Pedernoso, sita cerca de Campo de Criptana. Y ambos se entregaron para vivir una larga pasión. Y tuvieron una niña, cuentan que sietemesina. Este es el capítulo más complicado, misterioso y extraño en la vida de Sara Montiel, o si lo prefieren, de María Antonia Abad Fernández. En sus memorias, la estrella quita importancia a su convivencia con Plaza y asegura que duró poco tiempo. Cuando investigando esa historia conocimos que duró exactamente el periodo comprendido entre 1950 y 1954. Y, además ella silencia su maternidad. El asunto no se conoció en España hasta hace relativamente pocos años. En principio se decía que la niña nacida de las relaciones entre Sara y Juan Plaza nació muerta. Pero he aquí que la revista Lecturas publicó en 2015 el testimonio de un peluquero de Sara, llamado José de la Rosa, que aprovechando que la artista llevaba dos años muerta, para ganarse unos euros contó, asegurando que la confidencia se la había facilitado la propia interesada, que esa hija que tuvo aquella en México no murió. Que eso es lo que le dijeron en la clínica, cuando se despertó de la anestesia. Resultando que luego supo que no, que la niña estaba viva. Sara Montiel, siempre siguiendo ese relato del peluquero, tenía planes importantes para irse a Hollywood. El nacimiento de la pequeña iba a alterar los planes. Fue cuando decidió que su hija pasara a ser adoptada. Y en Lecturas se aseguraba que la pequeña acabó en el hogar de un matrimonio valenciano. Hoy tendría sesenta y tantos años. De ser cierto todo ello ¿esa hija no se enteró nunca de que su madre era Sara Montiel? ¿No hizo gestiones para conocerla? ¿Y Sara, que más adelante tuvo parece que más de un aborto, tampoco sintió deseos de localizarla?
Este episodio, más propio de un culebrón televisivo, nunca en vida de la estrella pudo ser conocido con todos los detalles reales. Como un añadido, concluimos diciendo que Sara Montiel abandonó de la noche a la mañana a Juan Plaza, rumbo a los Estados Unidos. Años más tarde, Plaza, enterado de dónde actuaba Sara, viajó desde México hasta Guayaquil donde la estrella presentaba un espectáculo en el teatro "Once de Octubre". Le envió un paquete que contenía una tarta y una tarjeta: "Vengo a matarte por puta. Juan". El testimonio es de Enrique Herreros (hijo), quien presente en ese lugar junto a su padre, obviamente se deshizo "del regalo", sin decirle nada a Sara. El incidente acabó horas más tarde cuando el representante de la estrella se reunió con el comunista exiliado, que bramaba al sentirse poco menos que repudiado por la mujer a la que tanto había querido. Portaba una cartera de la que extrajo una pistola. Quería llegar hasta Sara Montiel. Y descerrajarle varios tiros. Enrique Herreros, padre, se contuvo, y sereno, le dijo a Juan Plaza: "Hágame caso y no la mate. Mejor, déjela envejecer…" El consejo hizo efecto y Juan Plaza, con el rostro demudado, se alejó del lugar, sin llevar a cabo su siniestro deseo.
(Continuaremos con un segundo y último capítulo)