El infierno que vivió La Chana con su anterior marido
Un documental refleja los suplicios de La Chana, ahora que es feliz con su nuevo esposo.
La crónica negra que tiñe de luto a multitud de familias también afecta a algunas personalidades conocidas. Y tanto en unos casos como en otros, a menudo alcanzan también a hijos de corta edad, victimas inocentes de abusos y violencias. La Chana, una bailaora genial, padeció hace años una vida de infierno, maltratada a golpes por quien era entonces su primer marido. ¿Por qué traemos a colación su historia, cuando han transcurrido casi cuarenta años de que aquel tipo desapareciera, abandonándola, a ella y a la hija de la pareja, Nuria, llevándose cuanto dinero tenía ahorrado la artista, quien quedó completamente en la miseria? Muy sencillo: en noviembre último se estrenó un documental sobre la vida de La Chana. Trabajo que se ha exhibido con éxito en muchas pantallas españolas. Y ahora, este miércoles, día 21 de febrero, se estrena en el transcurso del Festival de Flamenco de Londres. Amén de un espectáculo del coreógrafo Ángel Rojas basado en la desgraciada existencia de La Chana, y por supuesto evocando asimismo sus éxitos en importantes escenarios europeos y norteamericanos.
La Chana se llama realmente Antonia Santiago Amador, tiene 71 años, natural de Barcelona, y ahora vive tranquila y feliz con su segundo marido, en su chalé de Premiá de Mar. Cuando la directora croata Lucía Stojovic supo del infierno en el que vivió La Chana le propuso que contara ante una cámara todas esas pesadillas que amargaron su existencia y la obligaron a abandonar su carrera temporalmente. El documental se complementa con imágenes de actuaciones de la artista gitana, aunque a su realizadora le haya sido complicado obtenerlas, pues la mayoría pertenecen al archivo de Televisión Española, que aún no ha tenido tiempo al parecer de clasificarlas en su proceso de digitalización.
Antonia nació en un hogar pobre, no fue a la escuela, era completamente analfabeta cuando con once años tuvo que ponerse a trabajar en varias fábricas de hilados, de janón, o vendiendo flores los fines de semana en un mercadillo de Igualada. Ya adolescente, para dar rienda a su afición al baile flamenco pudo debutar en un local barcelonés de la Plaza Real, "Los Tarantos", adonde de vez en cuando iba Salvador Dalí, confeso admirador de "La Chana", como lo fuera también de Carmen Amaya y de La Chunga. Una noche acudió al local el conocido actor británico Peter Sellers, quien confesó haberse prendado del arte de La Chana, a quien contrató para una de las escenas de su película The Bobo, de Robert Parrish. Eso ocurría en 1967. Diez años más tarde José María Íñigo presentó a la Chana en su programa Esta noche, Fiesta. Fue el espaldarazo que necesitaba La Chana, quien no era aún muy conocida fuera de Barcelona y de algunos ambientes calés y flamencos. El caso es que en dicha velada sorprendió con su endiablada manera de ejecutar el baile, muy deprisa, al compás por supuesto de la guitarra y la orquesta. Con nervio. Y su despegue por teatros y salas de toda España la convirtieron en una figura emergente dentro del baile español. Poco a poco, fijándose en los carteles de anuncios en las paredes, consiguió ir leyendo y también pudo aprender a escribir.
La conocí por entonces. Debí "caerle" bien, porque de vez en cuando me llamaba desde su casa barcelonesa. Un día me propuso ir a verla, para llevarme a la iglesia Evangélica donde oficiaba "el padre Pedro", que no era otro que el conocido cantante Peret, que había decidido de la noche a la mañana abandonar su carrera musical para dedicarse a la predicación entre los de su raza gitana. Había sido La Chana quien lo introdujo en aquella secta, de la que, ya tarde, se arrepentiría siempre el autor de "Borriquito", pues se quedó con lo puesto, casi arruinado. Pero, sigamos con La Chana, que eligió aquel mote porque quien más la ayudó en sus principios fue un tío suyo, al que llamaban Chano. En la jerga calé, el voquible nos lleva a otro, chanelar, que quiere decir entender. ¡Y vaya que La Chana entendía de la danza flamenca en sus mejores años! Que fueron los que comprenden 1966 y 1979 y otro periodo posterior, al que luego nos referiremos. Porque en el último guarismo citado sucedió lo que ya venía siendo habitual en el hogar de La Chana. Y es que el marido, al que recuerdo vagamente, de mediana estatura, cabellos ensortijados y creo llamado Miguel, que venía maltratando a Antonia hacía tiempo, optó por irse de casa, sin importarle nada ni su mujer –con la que se había casado por el rito gitano- ni su hija Nuria, entonces de corta edad. Eso sí: resolvió mezquina y cobardemente llevarse todo el dinero que tenía la pareja. Ganado por la artista, aunque el tipo decía ser su representante y quien la había descubierto. ¡Mentira!
Y a partir de 1979 La Chana decidió retirarse de los escenarios. Fueron cinco años de silencio. Encontró luego al hombre con el que ahora sigue compartiendo su vida. Félix Comas. A partir de 1985 La Chana reapareció en importantes teatros y locales de Europa y Estados Unidos, hasta que en 1991, cansada, padeciendo fuertes dolores provocados por aquellas palizas que le prodigaba su maldito primer marido, se tomó ya un largo, definitivo descanso. Ha sido ahora, con la exhibición del documental sobre su vida, cuando hemos podido enterarnos de aquel negro periodo que vivió. Porque Antonia Santiago se callaba para sí sus incontables sufrimientos. Se ignoraba, por ejemplo, que cuando presentó en la sala madrileña "Xenipn", de la plaza del Callao, uno de sus espectáculos lo hizo dolorida, en condiciones durísimas, porque tenía dos costillas rotas como resultado de los golpes que le había propinado el energúmeno de Miguel. Por no contar que éste, muerto de celos, de una enfermiza ceguera mental, le prohibió aceptar un contrato en firme para actuar en Hollywood, lo que frustró lo que para La Chana hubiera sido una oportunidad de oro en la Meca del cine.
La Chana ya no puede bailar como antes; si acaso, cuentan que sentada en una silla trata de llevar el compás si escucha los sones de una guitarra y mueve sus pies aceleradamente. Así se consuela, cuando ya prefiere entre sus recuerdos borrar aquellos años de negrura y sinvivir y gozar del presente junto al hombre que le ha devuelto la felicidad.
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