A Charo López la llamaban "Maicena" por estar dos veces buena
Charo López demandó a “Interviú”, ganando el juicio por publicar sus desnudos sin permiso.
Con el cierre de la revista Interviú han salido a colación historias de muchas actrices que prestaron su cuerpo para ser fotografiadas en bolas a cambio de millones de pesetas, luego euros, que nunca alcanzaron a ganar en sus trabajos profesionales. Charo López no era una estrecha en ese sentido: lo que no consentía es que alguien se lucrase a su costa encima sin ver un duro. Ocurrió que rodando en 1980 Historias de mujeres, una coproducción hispano-venezolana que pasó sin pena ni gloria y tal vez ni siquiera se estrenó en salas preferentes, alguien se hizo con los llamados "descartes"; fotogramas desechados para su exhibición. Y los llevó a la redacción de Interviú.
Su publicación desató la ira de Charo López, ajena a ese trasiego. Apareció en las páginas del semanario como Dios la trajo al mundo. Una cosa, según la actriz, es que aceptara aparecer así en la pantalla, mediante el acuerdo de un contrato. Y otra, ser víctima de la difusión de esas imágenes, sin su permiso. Demandó a la revista y tras ganar el juicio se embolsó un talón bancario de varios ceros. No rompió sus relaciones con la revista, pues comprobamos que entre 1981 y 1985 apareció en pelotas varias veces, con reportajes bien tratados fotográfica y estéticamente, a cambio desde luego de una contraprestación económica. Y eso lo hacía esta salmantina, hoy con setenta y cuatro años, que se niega a hablar de sus amores, de su vida íntima. Nunca ha aceptado escribir sus memorias, probablemente para eludir sus recuerdos sentimentales y puede que otros también interesantes de su trato con los políticos de la Transición.
Charo López ha pasado largos meses en el dique seco, como suele aplicarse a los futbolistas lesionados y fuera del terreno de juego. También ella ha tenido que soslayar propuestas artísticas en el pasado año. Y todo por culpa de sus malos pasos. Nada misterioso ni censurable. Es que caminando por los alrededores de su domicilio, en una céntrica calle madrileña cercana al parque del Retiro, tuvo el infortunio de perder el equilibrio en un bordillo y lastimarse seriamente un brazo. Ha pasado mucho tiempo en casa, temerosa de salir y no curarse del todo; lo que por otra parte comenta que le ha evitado ir a fiestas, entregas de premios, cócteles y estrenos en los que por lo corriente se ve obligada a besar a un montón de gente desconocida y someterse a esa tortura moderna de los "selfies".
Los años pesan y ella es consciente que ya no es aquella estudiante de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, su ciudad, que recibía piropos por doquier, uno en particular cuando la motejaban como "La Maicena". Que a continuación propiciaba a sus admiradores exclamar que era ¡dos veces buena!, como rezaba el eslogan publicitario de esa marca alimenticia.
Una bella muchacha, con parecido extraordinario a Ava Gardner, a quien sus padres pretendían convertirla en profesora. Pero en Madrid conoció en la Escuela de Cine a Jesús García de Dueñas, que desarrollaría su carrera a caballo entre la crítica y la ocasional dirección. Se casaron en 1965. El mismo año que, nada más conocerla, el incipiente guionista Gonzalo Suárez la convenció para ser protagonista de su primer filme, Ditirambo.
Entró en el cine Charo López sin vocación alguna. Convirtióse en la estrella fetiche de ese realizador asturiano. Y con el tiempo, en una de las actrices más habituales en el cine español de los años 70 en adelante. Hasta lograr en los años 80 su mayor popularidad en un papel, que no era de protagonista, en la serie de televisión Los gozos y las sombras. Basada en la trilogía del escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, éste pretendió que su heroína fuera Marisol, pero la malagueña estaba ya alejada de la farándula. Y no siendo, insistimos, un papel preeminente, Charo López, con su talento, logró sobresalir en aquel elenco de excelentes actores.
Para entonces, ya estaba separada desde 1971 de su primer marido. Y entre sus relaciones más estables posteriormente hay que citar la que mantuvo con Fernando Delgado, separado de su mujer, un actor habitual en los espacios dramáticos de Televisión Española durante los años 60 y 70. Después, el hombre que más tiempo ocupó el corazón de Charo López fue un periodista argentino, Carlos Gabetta, residente en Madrid en los años de la dictadura de su país, los de Videla, especializado a temas políticos. Charo López ha confesado que nunca se enamoró de alguien sólo por su físico: siempre necesitaba compartir su vida con hombres inteligentes con los que fuera posible tener conversaciones que no fueran las convencionales sobre qué bueno es este restaurante o qué bonito es el modelo que te has puesto hoy. Con un humor "sui géneris", ha contado alguna vez lo que le ocurrió con uno de sus novios de juventud. Ella se había puesto un abrigo elegante y un pañuelo rosa y cuando acudió a su cita con aquel enamorado, pensó que el encuentro estaría rubricado por un beso o al menos un romántico abrazo. Pero lo que Charo López recibió fue un soso y vulgar saludo. "¡Qué guapa eres!·.
Su historia con aquel Gabetta argentino, que empezó en Buenos Aires, donde permaneció varias temporadas, acabaría en boda civil, celebrada en 1988. Y terminó en divorcio en 1993. Se hartó de aquel intelectual comprometido. Y luego no se le conocieron otros roces amorosos, salvo un romance relámpago con un antiguo conocido, el torero madrileño Antonio Chenel "Antoñete". Acudieron juntos una noche a la gala-homenaje que se tributaba a Rocío Jurado en la sala Scala-Meliá. Me encontraba cerca de ellos, a apenas cinco metros, y pude comprobar cómo durante más de dos horas repitieron arrullos, besos y caricias como si fueran dos adolescentes en celo. Al día siguiente, Charo López fue a verme a la redacción de la revista en la que entonces yo trabajaba, pidiéndome ver las fotos que habíamos hecho a la apasionada pareja, y rogándome dejarle el escrito que iba a acompañarlas. "¡A ver qué vas a publicar…!", me repetía, algo intranquila, haciéndome ver que horas atrás ella se encontraba bajo los efectos de algún licor y no era del todo consciente de que estaba dando un espectáculo, delante por cierto de otros toreros, como Luis Miguel Dominguín y El Cordobés. Aquel episodio no volvió a repetirse y Charo López fue luego musa del Presidente de la Comunidad de Madrid, el también escritor, en tiempos brillante ejecutivo del PSOE, Joaquín Leguina, cuya amistad íntima entre ambos no nos atrevemos a decir fuera muy intensa, aunque tampoco simplemente platónica.
En la actualidad, Charo López vive sin compañía masculina, ajena al cine –su última película está fechada en 2015, Rey gitano- y dispuesta a subirse de nuevo a un escenario, desde que hace unas temporadas dejara de representar Ojos de agua, que la dejó extenuada. Formará pareja con Emilio Gutiérrez Caba en una función sobre la vida del compositor Puccini. En televisión tiene pendiente de rodar la serie Fugitiva.
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