Carmen Franco apenas se ocupó de sus hijos: viajaba constantemente con su marido
Mujer sencilla, simpática y responsable, Carmen Franco delegó la crianza de sus hijos de manera discreta.
Carmen Franco, la única hija del general Francisco Franco y Carmen Polo, fue una gran desconocida para los españoles. Quienes la trataron en la cercanía –tenía pocas aunque sólidas amistades- reconocieron siempre sus virtudes más señaladas: sencillez, simpatía, sentido del deber y responsabilidad… Rara vez concedió entrevistas periodísticas y, si lo hizo, fue ya muerto su padre, el Jefe del Estado. Se limitaba a cruzar algunas frases, breves diálogos con algún reportero que se le acercara. Tuve ocasión de hacerlo alguna vez, me atendió con afabilidad, aunque insisto en que solo durante apenas cinco minutos. Por ejemplo, cuando me dijo que su padre tenía escritas muchas notas, pero no estaban ordenadas, por lo cual no podrían ser consideradas como memorias. Se habló de una millonaria oferta del editor Lara, de Planeta a la familia Franco, que estaba dispuesta a considerarla, y hasta se dijo que el periodista del Régimen Emilio Romero podría ser quien se ocupara de seleccionar todo el material y darle forma literaria e histórica. No sucedió tal cosa. Los papeles existen, guardados a buen recaudo por Carmen. Quien en otro aspecto, cuando todos los años acudía a atender su puesto en el Rastrillo Nuevo Futuro atendía a cuantos se acercaban a ella, y siempre sonriendo, lo mismo que las tardes que iba a los toros a la plaza de las Ventas acompañada de su primogénita. Esa sonrisa tan parecida a la de su madre. En vida del General se extendió el estúpido rumor de que no era hija suya, lo que constituía amén de injuria una soberana idiotez.
A Carmen la llamaban familiarmente Nenuca, apelativo de acento norteño, más que asturiano. Siempre tuvo un timbre de voz aguda, metálica, que de mayor resultaba algo chirriante para cualquier interlocutor. El General también poseía un tono agudo, aunque atiplado. Una nany inglesa se ocupó de su educación. Prácticamente la adolescencia y primera juventud de Carmen transcurrió en el Palacio de El Pardo. Si salía, no muchas veces, fuera era acompañada. Y desde luego con su escolta. Sus amistades eran escasas de ahí que si flirteaba con algún chico era siempre observada por quienes se ocupaban de su seguridad. Dícese que se interesó por ella el hijo de un Ministro, luego un hermano de Cristóbal Martínez-Bordiú, hasta que apareció éste, que iba por cierto en moto "Vespa" a recogerla a Palacio. Hasta que celebraron su boda. Para uno de sus hijos, José Cristóbal, "fue un braguetazo de mi padre en toda regla". Recordaba Carmen la ceremonia: "… en una iglesia pegada al Palacio, donde también se casaron mis hijas mayores, las dos. Esa iglesia casi no la veíamos porque nunca la utilizaban y para mi boda la pintaron y quedó muy bonita". Se celebró el 10 de abril de 1950. El novio se convirtió en marqués de Villaverde, título que le cedió su madre. A Carmen no le afectó demasiado ser marquesa. El caso es que a doña Carmen Polo sí le satisfizo más, recordando los desaires, según ella, que le infligió la duquesa de Alba, que tenía edad parecida a la de Carmen. Cuando ésta celebró su fiesta de puesta de largo invitaron a Cayetana, pero no asistió. Y la duquesa, cuando le llegó esa celebración no cursó tarjeta alguna a la hija de Franco. El General, sin duda por sugerencia de doña Carmen, trató de que ambas celebraran juntas esa ceremonia y así se lo expuso al duque de Alba, quien le respondió: "Mi General, todavía hay clases…". La duquesa de Alba jamás quiso que nadie de la familia Franco fuera al Palacio de Liria, su residencia. En consecuencia no creo que tampoco nadie de los Alba acudiera al Palacio de El Pardo.
Los marqueses de Villaverde vivieron las primeras semanas en el Palacio del Pardo pero buscando la intimidad de todo joven matrimonio se instalaron en un moderno piso del centro de Madrid. Sus hijos sí que nacieron todos en el Palacio, a saber: María del Carmen, en 1951; Mariola, al año siguiente; en 1954 Francis, al que tras consultarlo al General y previa petición al Ministerio de Justicia alteraron los apellidos, para que así pudiera perpetuarse el del abuelo; María del Mar vino al mundo en 1956, en 1958 José Cristóbal, en 1962 Arancha y por último Jaime, en 1964. Puede decirse que de la educación de los niños y el cuidado se ocupó la nurse familiar, la nanny que siempre estuvo con los Franco. Porque los marqueses de Villaverde viajaban constantemente, o bien en Madrid practicaban una incesante vida social que les impedía ocuparse de sus descendientes. Ello lo contamos tal cual fue sin que pongamos en duda que al menos la madre, Carmen, no quisiera a sus hijos. Y encima los fines de semana solían irse de cacerías.
En una de ellas, el 1 de febrero de 1961, el Ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne hirió a Carmen, de manera fortuita, por supuesto. Él lo registró así en su diario: "Tuve la desgracia de darle un plomazo en salva sea la parte a la marquesa de Villaverde". En el culo, claro. Y el General, al ser informado, sólo acertó a decir que quien no supiera cazar se abstuviera de hacerlo. Carmen Franco era una buena escopeta: su padre, imaginamos, la había adiestrado en el manejo de las armas de caza. Puede que fuera una de sus aficiones más pronunciadas, aparte de otras que al General no le gustaban, como jugar a las cartas, al póker y al "rummy". Carmen Franco viajaba a veces sin su marido, acompañada de alguna de sus mejores amigas, como Margarita Orfila. Iban al casino de Biárritz de vez en cuando, nunca desde luego a cualquier otro de España. Recordemos que el padre del General Franco medio arruinó a su familia, se separó de su esposa, dejó El Ferrol asentándose en Madrid con una barragana, dándose a la bebida y al juego. Por eso, en vida del Jefe del estado no se autorizó jamás el juego en España.
Carmen Franco siempre fue muy cuidadosa con el dinero, si no avara, desde luego próxima a los que pertenecen a "la cofradía del puño cerrado", los que no te invitan a café pretextando que tienen prisa. De esa característica era también el marqués de Villaverde. Cuando Franco murió (su hija lo ayudó a poner en limpio el texto de su último mensaje a los españoles) dejó previsto que cuanto había ahorrado, según él de sus pagas militares, veinte millones de pesetas, fueran a parar a sus siete nietos. Algunos de ellos no tenían desde luego la mayoría de edad para disponer de la parte que les correspondía. Pero el marqués de Villaverde se adueñó de esos millones, abrió una cuenta bancaria y de manera mezquina fue repartiéndolos a lo largo de varios años. Los nietos iban a ver a los abuelos al Palacio de El Pardo todos los fines de semana, y allí se quedaban hasta el lunes, cuando regresaban a Madrid. Sus padres, ya decíamos, no paraban de viajar.
Poco a poco, los marqueses fueron haciendo vida separada. Al menos, el marqués, mujeriego confeso, tenía sus amistades femeninas con las que divertirse, como Katty, que tenía la edad de su hija María del Carmen, a la que llevaba a su apartamento de Sierra Nevada o a la casa del pantano de Entrepeñas. Yo mismo, de vacaciones en Marbella, lo vi departir alegremente con una Hohenlohe. Y presenciando un partido de tenis, escuché porque lo tenía a mis espaldas, cómo ligaba con una atractiva argentina intentando enseñarle la clínica Incosol, de la que era socio, e imagino que para mostrarle también alguna habitación. ¿Qué hacía entre tanto su mujer? Pues lo dicho líneas atrás: jugando al póker o en algún casino extranjero. Cuando murió el marqués de Villaverde, su hija María del Carmen estaba en una fiesta en el Casino de Madrid (no el de juego) y avisada del óbito no pareció mostrarse demasiado afectada: había periodistas junto a ella que pudieron atestiguarlo. Carmen Polo, pasados los días de luto, continuó con su vida habitual, en el quinto piso que le había regalado su madre en la calle de los hermanos Bécquer; doña Carmen Polo habitaba el cuarto. Al fallecer ésta, heredó un valioso patrimonio, pisos y sobre todo muchas joyas. Y el título de Señora de Meirás, que el Rey don Juan Carlos dispuso para doña Carmen Polo. El que, probablemente irá a parar a María del Carmen y si ésta accede, a su hermano Francis, quien sumaría así el que ahora disfruta, el marquesado de Villaverde.
La herencia familiar es cuantiosa, en negocios inmobiliarios sobre todo cuyas sociedades presidía Carmen Franco, con la mayoría de acciones a su nombre respecto a las de sus hijos. Ya salía poco fuera de casa y su último viaje el pasado verano fue a un crucero con sus amigas. Procuraba superar la depresión y preocupaciones. Como siempre hizo cuando sus hijos se fueron separando, salvo Mariola y Arancha, guardándose para sí los disgustos y actuando con discreción, en todo momento contemporizadora. Lo que más dolor le ha producido es el contencioso del Pazo de Meirás, que en la postguerra regalaron a su padre, el General y ahora quieren arrebatárselo para la Xunta de Galicia. Los sucesos de Cataluña también le afectaban. Se ha marchado de este mundo en silencio, sin pronunciarse públicamente sobre esos mencionados asuntos. Porque, por encima de su leyenda como mujer casi desconocida para los españoles, se mantuvo constantemente en un segundo plano, discreta, procurando vivir y dejar vivir. No le fue fácil tampoco llevar el apellido Franco, aunque naturalmente lo ostentó con orgullo. Que otros se aprovecharan de ella para actos de reivindicaciones franquistas, en Carmen, con su presencia, sólo primaba el respeto y admiración hacia su padre, ya que nunca quiso políticamente servirse.
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