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Charles Chaplin siempre las prefirió muy jovencitas

Las cuatro esposas de Chaplin tenían una edad más propia de una hija.

Las cuatro esposas de Chaplin tenían una edad más propia de una hija.
Con una de sus mujeres, Paulette Goddard | Cordon Press

Charles Chaplin falleció el día de Navidad de hace exactamente cuarenta años. Que el más reconocido cómico mundial se fuera de este mundo en tan señalada fecha parecía ser un simbólico guiño del destino. Como un cuento de Dickens, si en dos o tres párrafos resumiéramos su vida: la de un niño inglés muy pobre, que se fue a los Estados Unidos, se hizo rico haciendo reír a grandes y chicos para retirarse a Suiza; con una vida familiar, desordenada al principio: cuatro esposas y once hijos.

Menudo de estatura, llegó a Hollywood en 1913, con veinticuatro años. Su primera película como actor, guionista y director se tituló Charlot periodista. En El vagabundo ya había perfilado mejor su personaje: el de un tipo marginal, insignificante, ataviado con unos pantalones anchos y largos, estrecha americana, sombrero y bastón que hacía girar continuamente, caminando como si tuviera "el baile de San Vito" con aquellos zapatones, sin suelas, que disimulaba con hojas de periódico. Recibía palos por doquier aunque dejara bien sentado que defendía causas que consideraba justas frente a los poderosos.

Charles Chaplin hizo de aquel personaje, que en tierras hispanoamericanas se conocía como "Carlitos", todo un ejemplo del mejor humor blanco y lleno de ternura. El distribuidor de sus películas en Francia dio en anunciarlo "Charlot", lo que complació al actor británico, quien eligió ese mote para su carrera. Ya superada su etapa en el cine mudo logró en el sonoro obras de arte e ingenio. En su filmografía figuran emblemáticos títulos, de una primera época por ejemplo El chico (1920) con el niño prodigio Jackie Coogan; La quimera del oro (1925) y El circo (1928) que aun silente en esos tiempos, le proporcionó su primer Óscar. Luego se sucedieron Luces de la ciudad (1931), Tiempos modernos (que era una ´satura feroz contra el capitalismo, de 1933), El gran dictador (1941), otra diatriba contundente contra el nazismo, Candilejas (1952), Un rey en Nueva York (1957) y finalmente un estreno fallido, el de La condesa de Hong-Kong (1966), que fue su adiós al cine.

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Con la actriz Edna Purviance | Cordon Press

Hay asuntos que parecen hoy incomprensibles en un tipo de su enorme talento: que tuviera celos de Buster Keaton, al que suprimió algunas secuencias de Candilejas. Como ridículo y extraño que, componiendo él mismo las bandas sonoras de sus películas, firmara como suya una composición internacional de nuestro maestro almeriense José Padilla: "La violetera", que le supuso una lógica demanda por apropiación indebida de obra y derechos de autor, que ganó por supuesto nuestro compatriota.

Si incongruente era algunas veces, bajo la faz de la ternura de "Charlot" se escondía un exigente Charles Chaplin, iracundo, irascible cuando rodaba. Sin el "atrezzo" que le rodeaba, vestido elegantemente de calle (así se vengaba de sus años harapientos, de niño "cockney" de los suburbios en Londres), cortejaba a toda jovencita que le hiciera "tilín". Fuera de sus ocasionales romances con muchachas que le llamaban la atención, enumeraremos las tres bodas que celebró en los Estados Unidos y una cuarta y definitiva en Suiza.

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Su primera esposa, Mildred Harris | Cordon Press

Había formado desde sus comienzos en Hollywood pareja con la actriz Edna Purviance, que fue una especie de musa para él. Tanto la quiso que, retirada ella en 1926, le mantuvo su sueldo hasta que murió en 1958. Un contraste de generosidad con la leyenda de que Charles era un hombre tacaño con casi todo el mundo. Sus tres mujeres casi lo arruinaron con los divorcios, lo que le supuso siempre ataques furibundos. Pero él se lo había buscado… La primera de sus esposas, contando él veintinueve años, se llamaba Mildred Harris: una jovencita de dieciséis años, con la que sólo convivió dos, porque le perdían las faldas y se iba con otras. Doscientas mil dólares le costó romper legalmente aquella unión. Vino la segunda: el novio con treinta y cinco años, y ella, la incipiente actriz Lolita McMurray, conocida artísticamente como Lita Grey, de diecisiete. Duraron hasta 1927, viviendo en una suntuosa mansión de Beverly Hills. Dos hijos hubo en aquel también desgraciado matrimonio: Charles Chaplin junior, y Sydney. Los dos fueron poco afortunados, sobre todo el primero, que llamándose igual que el genio terminó su vida completamente alcoholizado. El divorcio le costó a "Charlot" en esta ocasión un millón de dólares de aquellas calendas. Un pastón. ¡Le escoció lo suyo!! Y en un viaje a Europa en 1932 conoció a Paulette Goddard, la más notable actriz de sus esposas, con la que formó pareja artística y matrimonial hasta 1941. Tuvo un idilio Charles con otra actriz, Joan Barry, que le causó muchos problemas, a los que él contribuyó por su irresponsable actitud. Ella lo demandó acusándolo de no reconocer ser el progenitor de su hija, Carol Ann. En el juicio, Chaplin fue condenado a pasarle una determinada cantidad en concepto de manutención de su supuesta descendiente.

La prensa no fue muy considerada con Charles Chaplin, tanto por su desordenada vida sentimental como sobre todo con este último episodio. Las comadres del periodismo chismoso, muy poderosas, Hedda Hooper y Louella Parsons, se cebaron con el actor y director, quien resolvería marcharse de los Estados Unidos, tras comparecer en 1949 ante el comité de actividades norteamericanas, para instalarse en Vevey, Suiza. Donde formó una cuarta y definitiva familia con la hija del gran escritor Eugene O´ Neill. Oona tenía a la sazón dieciocho primaveras en tanto Charles había alcanzado los cincuenta y cuatro años. Su capacidad amatoria parecía no tener límites: tuvieron ocho hijos, la primogénita Geraldine, que se afincó en España a partir de 1964, emparejándose con Carlos Saura y luego con el también director, el chileno Patricio Castilla. Gerarda, como en Madrid la llamaron algunos de sus amigos, me contaba un día lo severo que como padre había sido el genio de la comicidad. Nunca escribía a sus hijos, limitándose a garabatear una equis al dorso de los sobres conteniendo las cartas de la madre, como me mostró Geraldine.

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Paulette Goddard | Cordon Press

Charles Chaplin sólo retornaría a los Estados Unidos en 1972, con ocasión de recibir un Óscar honorífico por toda su carrera cinematográfica. Tras la decepción sufrida con La condesa de Hong-Kong, a pesar de que a sus órdenes tuvo nada menos que a Marlon Brando y a Sofía Loren, prefirió olvidarse para siempre de su profesión, viviendo plácidamente en su mansión suiza de Vevey, entre lecturas, paseos por los alrededores, completamente alejado de cuanto se relacionara con la vida social. No recibía a ningún periodista, salvo algunas excepciones por inevitables compromisos. José Luis de Vilallonga se jactaba de haberle pedido una larga entrevista, siendo invitado por Chaplin a vivir una temporada en su casa. Ocurriera o no y no hemos de cuestionarlo a estas alturas, fue de los pocos afortunados que se acercó a aquel indiscutible genio, del que ahora se cumplen cuatro decenios de su desaparición, que no de su recuerdo, intacto para millones de cinéfilos de todo el mundo.

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