
Pongamos que 20 mujeres en pleno diciembre en Nueva York protestan en bragas -bajo el lema de ‘the real catwalk’- contra la perfección. ¿La razón? Que "aquellas que se sientan mal con sus propios cuerpos y rostros al ver el famoso espectáculo de Victoria’s Secret encuentren otros referentes". Cita textual de una tal Khrystyna, fundadora del movimiento body positive y la culpable de esta "guerrilla de lencería" urbana.
Sí: la idea mola, pero el discurso verbal es una mierda. Se puede hacer lo mismo pero no tomarla con los Ángeles de Victoria y orquestar semejante desfile callejero con más tacto, sentido común y un mensaje más elaborado.
Que debemos concienciarnos de que la moda lleva imponiendo décadas un canon de belleza poco saludable es necesario; que la hiperdelgadez no es sana ni estética, creo que todos lo compartimos; que ser guapo no es tener una 38, también se supone. De ahí a que estemos protestando por cada acción que se haga dentro del mundo de la moda empieza a aburrir. Amén de que concretamente las modelos de Victoria’s Secret no parecen sufrir hambrunas voluntarias, pero sí vivir por y para las flexiones y los abdominales. Algo que yo no practico pero respeto.
Presumen de cuerpos musculosos y musculados -la mayoría-, y la androginia forzada brilla por su ausencia, frente a un exceso de femineidad despampanante en donde no faltan ni curvas, ni pechos ni, en suma, cierta voluptuosidad contenida y equilibrada. ¿Qué hay de malo? ¿Debemos protestar contra esto?
Me cuesta empatizar con las personas que sienten un profundo rechazo a la "perfección", a veces casi odio. Entrecomillo "perfección" pues, como tal, no existe, pero la definen las tendencias estéticas de un imaginario social colectivo. No puedo defender el odio hacia la belleza; esa belleza que regala la naturaleza y que posteriormente, cada afortunada la trabaja y la completa.
Aplaudo que se cuiden y aplaudo que no se cuiden. La que no se depila, no se peina con plancha GHD y no tiene un entrenador personal y ni siquiera ha pisado en su vida un gimnasio se merece el mismo respeto. Puede que, incluso, la ‘guapura’ la lleve igual o más que la que pasa 5 veces por quirófano cada año para "dar" con su perfil "recomendado" probablemente por algún cirucomplejín -lean aquella columna mía- .
Porque hacer 5 series de 30 sentadillas no ‘mola’, aunque en Instagram se finja lo contrario; que lo que ‘mola’ es desayunar todos los días napolitanas de crema, zamparse un bocata de panceta a media mañana, almorzar un cocido con su respectivo flan de postre, merendar 2 trozos de roscón con trufa y cenar pizza con pepperoni maridada con cola -pero de las de verdad, de las que llevan azúcar, gas y cafeína-. Y es que desmaquillarse antes de irse a la cama da pereza, beber litro y medio de agua por día obliga a uno a no salir del urinario y otros tantos rituales más aburren, cansan y agotan. Y, lo reconozco: aún cumpliendo rutinas de esta índole nadie garantiza que te transformes en Naomi Campbell. Por eso, aceptemos de una vez por todas que ser guapo es estarlo y saber manejar semejante físico.
Violencia de género, sida, cáncer, autismo, homofobia… tanto temas tan serios, y la protesta es para que una no se sienta mal cuando vea a Miranda Kerr con alas de mariposa desfilando sobre una simple pasarela.
Hay gorditas bellas y flaquitas feuchas. Y viceversa. Y biceps y berzas. A mí me encanta la naturalidad, me encanta la celulitis -quizá en esto exagere, si me permiten la licencia- y me encanta Gisele Bundchen. Y que, puestos a elegir, particularmente las prefiero -ustedes seguro que también- con unos kilitos de más que de menos. Pero las manifestaciones conducidas por el odio y la insatisfacción personal no son sino una prueba de la pérdida del sentido del ridículo y del exceso de tiempo libre. Propongo para la famosa lista de "objetivos a cumplir en 2018" hacer menos el idiota, sustituir los complejos por la curiosidad, la envidia por la fuerza de voluntad y los celos por el amor.