Cristina Onassis no se suicidó, según la amiga con la que convivía y la encontró muerta
Onassis fue hallada muerta en 1988 por su amiga Marina Dodero.
Eran las diez de la mañana del 19 de noviembre de 1988 cuando Cristina Onassis fue hallada sin vida en el cuarto de baño de la habitación que ocupaba desde hacía tiempo en una urbanización situada a las afueras de Buenos Aires, conocida como Tortugas, propiedad de una dama de alta sociedad, Marina Dodero, íntima amiga suya. La que al ver que no daba señales de vida entró en el dormitorio de su invitada, creyéndola simplemente dormida, pues abusaba de los somníferos. Y el cuadro que contempló la dejó petrificada: Cristina Onassis, sentada en el borde de la bañera. Sin vida.
Los medios de información llegaron a la conclusión de que se había suicidado. En cualquier caso, por decisión suya culpa del descontrol que venía experimentando por las drogas que tomaba. Pero sin negar esas circunstancias Marina Dodero sostiene desde hace veintinueve años que su amiga, como señaló la autopsia que realizaron a la millonaria pocas horas después de su óbito, murió a causa de un edema pulmonar. Sin rastro de pastilla alguna en su cuerpo. Ni siquiera ninguna de las que solía ingerir para no engordar, que había sido siempre una de sus obsesiones. Lo mismo que su incontrolada afición a tomar refrescos de cola, de los que era adicta desde niña.
La existencia de la única hija del multimillonario naviero griego Aristóteles Onassis (tuvo un varón, Alexandros, que encontró la muerte en un accidente de aviación en Atenas en 1973 y está enterrado en la isla de Scorpios), que contaba al fallecer la edad de treinta y ocho años, estuvo presidida por una búsqueda incesante para ser feliz. Lo que cualquiera persigue en este mundo, pero en ella, al ser inmensamente rica, contrastaba más ese deseo de serlo a toda costa. Se sabía poco favorecida físicamente, y que a ella se acercaban hombres para halagarla simplemente por su dinero, con afán de conquistarla a toda costa. Siendo un ser idealista que, sin despreciar desde luego su inmensa fortuna, prescindía de ella cuando se enamoraba, caso de aquel ruso, Sergei Kauzov, que no tenía un rublo, y sin embargo lo convirtió en su tercer marido. Vivían en un modestísimo apartamento, cuyo pequeño salón estaba dividido por una cortina, al otro lado de la cuál dormía su suegra. Nadie comprendió aquella boda estrambótica de una de las mujeres más ricas del mundo, y sin embargo viviendo en Rusia con un hombre sin dinero ni posición social, sólo por el hecho de que lo había encontrado atractivo y afín a sus ideas. Naturalmente llegó el día en que se cayó del guindo y tuvo que divorciarse para atender los continuos ruegos de aquellos consejeros de sus múltiples empresas que la requerían para poner en orden todo el entramado de ellas.
Mediada la década de los 80, cuando en verano me desplazaba a Marbella para cubrir informativamente las idas y venidas de aquella denominada "beautiful people", descubrí una noche en Puerto Banús una inusitada presencia de curiosos, pendiente de un lujoso yate atracado, en el que se celebraba una animada fiesta. Allí estaba una pareja a la que perseguí horas después hasta dar con ella: eran Cristina Onassis y un joven rubio, de ojos azules, muy apuesto, que resultó ser hijo del dueño de unos laboratorios farmacéuticos franceses: Thierry Roussel. Estábamos en la terraza de la discoteca "Mau-Mau", del Marbella Club. Los únicos reporteros mi compañero fotógrafo, Santi Álvarez, y yo. Departí unos minutos con aquellos dos enamorados y mi colega se hizo pasar por camarero trayéndole una copa de anís a Cristina Onassis. Quien en determinado momento de la conversación, recordando a su padre, que hablaba bien el español resultado de su estancia en Argentina, me espetó: "¿Qué significa ser gilipollas?". Por lo visto, se lo había escuchado decir a su progenitor. Nos vimos aquel verano en dos ocasiones más. Nos pareció una mujer simpática, pero con un semblante algo melancólico. A Thierry Roussel se le veía dispuesto a complacerla a cada momento. Estaba frente a una mujer de inmenso poder económico, heredera única a su vez del multimillonario Onassis. No pasó mucho tiempo hasta que se casaron. Lo del "braguetazo" del tal Thierry nos resultaba corto. Consiguió imponerle a ella la cláusula matrimonial de casarse sin régimen de separación de bienes. Lo que hace el amor, según al menos lo sentía Cristina Onassis, "ciega" ante la pretensión conseguida por un cazafortunas. Tuvieron una niña, Athina, que vino a ser la llave de Thierry Roussel para asegurarse un futuro económico a prueba de cualquier descalabro. Como así fue. Ya que la temprana muerte de su mujer, aceleró esos trámites, cuando en el testamento se supo que él, Thierry, sería el tutor y valedor de la fortuna que el destino había deparado a manos de la pequeña Athina.
Ya hacía tiempo, en vida incluso de Cristina Onassis, que el "jeta" de Thierry Rousell hacía de su capa un sayo y la engañaba con una despampanante sueca llamada Gaby Landhage. Ese cuarto matrimonio de la multimillonaria también la llevaría a una crisis depresiva, a la desesperación, a creerse que nunca hallaría el hombre que pudiera hacerla dichosa sin tener en cuenta su patrimonio. Y acaso su separación la precipitó lentamente poco a poco, sumida en una pena infinita, a las puertas de la muerte. En los últimos meses de su amargada vida encontró en su amiga Marina Dodero algo de la paz que necesitaba, alejándose del falso mundo de las fiestas en las que ella reinaba como una desdichada estrella y anfitriona, para llevar una existencia tranquila en aquella casa de Buenos Aires. Marina Dodero ha destapado este secreto: su hermano Jorge, ya convencido de que Cristina había roto definitivamente con el francés, iba poco a poco acercándose a ella, al punto de que tal vez hubiera podido convertirse en el quinto marido de la infortunada griega.
Pareciera que la maldición de su madre, en cuanto a que fracasó en sus amores, la heredaría también Athina, como así ha sucedido. Sometida durante su infancia y adolescencia a una severa vigilancia de su padre, Athina alcanzó con su mayoría de edad el derecho a disfrutar de su herencia (que poco a poco fue puliéndose su progenitor, aunque por su magnitud no acabó con ella) y desde luego a gozar de la vida como quisiera. Cayó en las redes de un vivales que superó en codicia a Thierry Roussel, su padre. Y se fue a vivir con tal sujeto, el muy guapo jinete brasileño Álvaro de Miranda Neto, más conocido por el apelativo de Doda. Doce años menor que su amada. Celebraron su boda en 2005, viviendo entre Brasil, Estados Unidos y Bélgica. Les unía su gran afición equina, las competiciones mundiales. Anthina transigió en convivir con una hija de Doda de una anterior relación sentimental y encima con un chico, hijo de la actriz con la que aquel había antes convivido. Se cuenta que Athina los quiso como si fuera su madre. Pero el golfo de Doda, que ha llevado siempre una vida de pachá, le puso los cuernos a Athina, ésta se enteró por boca de uno de sus guardaespaldas y mandó a cierto sitio maloliente al que era su "cavalier servant". En estos días otoñales ya están en marcha los trámites de separación y posterior divorcio, que han de solventarse en un tribunal belga.
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