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Arturo Fernández llevaba 39 años unido a Carmen Quesada, sin casarse

El primer matrimonio del actor acabó en divorcio tras once años.

El primer matrimonio del actor acabó en divorcio tras once años.
Carmen Quesada y Arturo Fernández | Gtres

Ya es un tópico referirse al gran actor Arturo Fernández como "el eterno galán". Y en efecto, continuaba siéndolo en la escena española a sus noventa años cumplidos y bien llevados. Ningún otro de esa edad nos viene a la memoria que con su atractivo haya llenado los teatros, como en su caso él, hace dos años en el madrileño Amaya, donde repuso la comedia "Alta seducción". Sobre la función, contó que "hay muchos cuernos, lo que gusta mucho, si es que no se refieren a uno, claro está". No creo que a él engañasen mucho; si acaso, puede que al revés.

Cuando contrajo matrimonio religioso con la catalana Isabel Sensat, el 22 de marzo de 1967 –hace, por tanto, medio siglo- ya era uno de los más populares actores, de aquellos a los que las mujeres no quitan de vista. Pero dejó la vida algo golfa que llevaba porque se había enamorado profundamente de aquella dama, muy elegante, de gran distinción, que es algo que siempre ha tenido en cuenta el asturiano a la hora de fijarse en una fémina. Pero después de tener tres hijos, de dar la impresión que su vida familiar iba viento en popa, surgió la ruptura definitiva. Nunca, ninguno de los dos y mucho menos él, tan discreto en esos asuntos del corazón, quiso explicar el por qué de aquel adiós. ¿Hubo una tercera persona? Dejémoslo ahí…

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En realidad, este gijonés nacido en el invierno de 1929 (al que su padre, un anarquista de la CNT, ferroviario, que hubo de exiliarse tras la guerra, había inscrito en el Registro Civil unos meses después, del año siguiente) adoró siempre al género femenino. Luego de una vida dura, de hambre durante la postguerra, en donde hubo de trabajar en insólitas ocupaciones y hasta fue boxeador ocasional, se largó a los Madriles tras las faldas de una mujer casada, diez años mayor que él, sin la cual, la vida se le antojaba insoportable. Eso, a los veintiún años, con muy pocos duros en el bolsillo. No olvidó la fecha: el 9 de septiembre de 1950.

Llegó como un paleto a la estación del Norte, mirando a diestro y siniestro. Acabó alojándose en una pensión, calle de León, número 1. Sin remota idea de cómo ganarse las habichuelas. Husmeando, alguien le dijo que podía sacarse algo de dinero si iba como figurante al rodaje de una película. No tuvo que decir "ni mu". Le dieron sesenta pesetas por hacer de carcelero. Y ahí comenzó su aventura en el cine.

Mujeres no le faltarían nunca. Prefería ir bien vestido, con un buen terno que pagaría a plazos, a cambio de comer menos o no cenar. Como un pincel. Se lo rifaban. Contaba el periodista cordobés Rafael González Zubieta, ya fallecido, que Arturo Fernández conoció a Lupe Sino en 1959, cuando ella regresó de México, doce años después de la trágica muerte de quien había sido su amor, Manuel Rodríguez "Manolete". Se había casado otra vez en tierras aztecas pero le fue mal. Y en Madrid anduvo en amores con Arturo Fernández, quien ya había rodado en Barcelona estimables películas del cine negro: "Rapsodia de sangre", "Un vaso de whisky", "Distrito quinto" y "Las chicas de la Cruz Roja", "La fiel infantería", "La casa de la Troya" en un papel estelar… Por lo visto el encuentro entre el actor y quien fuera la apasionada novia del torero cordobés, fue de amor a primera vista. Aunque terminara de manera dramática. Conducía Arturo un coche deportivo propiedad de Lupe Sino cuando en las inmediaciones de Puerta de Hierro tuvieron un serio accidente, del que resultó seriamente herida ella. Seis días más tarde, el 13 de septiembre de 1959, fallecía a consecuencia de un derrame cerebral. Esta historia nunca la vi publicada entonces ni en décadas posteriores en ningún medio.

Otras mujeres conocidas en la vida sentimental de Arturo Fernández fueron las actrices Lea Massari, María Asquerino (Maruja, por aquella época) y hasta Carmen Sevilla, aunque con ésta fue un simple "roneo", que dicen los andaluces, sin mayor importancia que besos robados y toqueteos. Con su colega Carlos Larrañaga, el otro gran galán de su misma generación, vivió constantes aventuras entre los años 50 y parte de los 60. Disputaban a ver quién de los dos ligaba más y se quitaban novias cuando la ocasión les era propicia. Se cuenta que el paisano de don Pelayo fue invitado por una conocidísima Duquesa. Y que protagonizaron una cálida relación, sin que pudiera testificarse con fotografías. Tampoco nadie se hubiera atrevido, de ser verdad el chisme. Dijeron que se veían a hurtadillas, a veces en un hotel. Y sí que hubo más roces con mujeres, sobre todo ya divorciado de su esposa. Y siempre con absoluta discreción; que Arturo Fernández jamás dio un escándalo.

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Con la dignidad de un caballero que nunca habló de sus conquistas, algunas casadas y otras que lo han estado después. No era cosa de sembrar discordias en ninguna familia. Como tampoco accedió a escribir sus memorias donjuanescas, ni por todo el oro del mundo que le ofrecieran, en forma de talones bancarios con varios ceros. Un señor, nuestro admirado actor. Que se cuidaba, y aunque no fuese eso de hacer deporte para estar en forma, lo que hacía era no excederse en las comidas. Prefería pasar hambre con tal de seguir exhibiendo su tipo. ¿Quién a sus noventa "tacos" estaba como él? Parece que recurrió a los arreglos faciales. Un "botox", quizás. Contemplábamos su faz y no es difícil adivinarle algún retoque en sus labios. Pero es lo que decía mi recordado amigo, el presentador y gran locutor Joaquín Prat senior: "La cara es mi oficina". Y un seductor ha de mirarse todos los días al espejo, antes de salir a la calle. Arturo Fernández vivía en un impresionante chalé, que para eso ganó millones con su talento. No le debía nada a la Administración, que jamás le proporcionó un euro en forma de subvenciones como a otros paniaguados y cantamañanas.

Y después de unos años de cama en cama dio en serenarse cuando encontró a una bella, encantadora y comprensiva mujer, veintinueve años menos que él: la abogada Carmen Quesada. Fue ella quien acudió a saludarlo después de verlo en una función teatral. Estaba claro que estaba chiflada por él, en el buen sentido del adjetivo. En actor, poco a poco, se dio cuenta de que no podía dejarla pasar de largo. Y el 1 de abril de 1980 decidieron la convivencia. Cuantos periodistas nos hemos acercado a Arturo Fernández desde que fue "cazado" junto a Carmen repetíamos la tópica, insistente cuestión: ¿para cuándo la boda? Y así estábamos esperando a que nos invitase algún día a ese acontecimiento. ¿Qué por qué no se casó, él tan católico, formal, tan de derechas? Sus razones tendría. O ella, quién sabe. Existen razones ocultas a la curiosidad pública que no se desvelan. La falta de unos papeles para casarse por la iglesia, o en su defecto en el juzgado… Porque eran mudos cuando se les preguntaba al respecto.

Lo importante es que se querían, que llevaban así treinta y nueve años juntos, que ella conoce a los tres hijos de Arturo, como también a la "ex" del actor. Todo ello sin estridencias. Y mientras, quien tanto repetía eso de "¿qué tal, chatina…?", continuaba registrando excelentes taquillas como primer actor, director y empresario de sus obras. Arturo Fernández, lo reconozcan o no críticos que le regatean méritos, forma parte de lo mejor de la historia de la comedia teatral española.

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