Pilar Miró: un mes antes de casarse dejó plantado a su novio, el actor Álvaro de Luna
Se cumplen 20 años de su muerte.
Eran las dos de la tarde del domingo 19 de octubre de 1997 cuando Pilar Miró se derrumbó al suelo en su chalé madrileño situado en la calle Virgen de Icíar, de Majadahonda. El corazón, que tantos sustos le había dado desde que fuera operada por vez primera en 1976, no le dio más treguas. Un infarto acabó con la vida de esta interesante mujer, que sólo tenía cincuenta y siete años. Estudió Derecho, después Periodismo y sucesivamente fue realizadora de Televisión Española, también de cine, directora general de Cinematografía y directora general de Televisión Española. Rebelde siempre, tuvo una vida complicada, con encuentros y desencuentros constantes entre sus amigos y cuantos profesionales trabajaron a sus órdenes. En el fondo, un ser tierno, desvalido, que buscó desesperadamente el amor y no lo encontró en sus relaciones con varios hombres. Únicamente ese pájaro de la felicidad que tanto deseaba, como tituló una de sus películas, voló hasta ella. Su hijo Gonzalo –sobre el que nunca quiso revelar la identidad del padre– le proporcionó esa dicha que el destino le hurtaba. Fue quien la encontró muerta. Tenía entonces dieciséis años, intentó practicarle la respiración boca a boca, pero ya era inútil. Con total entereza presidió el entierro de su madre, cuyos restos fueron incinerados.
Alguna vez Pilar Miró Romero comentó que estaba "hambrienta de amor". Lo cierto es que siendo muy jovencita se prendó del encanto de un estudiante de Medicina, de quien averiguó que se llamaba Gonzalo. Lo siguió un día hasta La Granja, donde realizaba prácticas militares en las milicias universitarias. Mas él no le hizo caso alguno, tenía novia. Pero el impacto de aquel chico le duró tanto que, cuando tuvo a su hijo, lo llamó Gonzalo en recuerdo de aquel amor imposible. Aquello le sucedió en 1957, con diecisiete años. Si tuvo otros amores reales después, no lo sabemos, pues nuestras pesquisas nos llevan hasta un actor almeriense, Leo Anchóriz (fallecido hace justamente treinta años) con el que vivió un tórrido romance, del que quedó después muy desilusionada. Lo mismo que se enamoraba de golpe, se desenamoraba al poco tiempo. En esa inconstancia incorporamos otro galán relacionado con el cine, aunque no actor, sino colega suyo: el joven y malogrado realizador Claudio Guerín. Breve fue su romance porque Guerín falleció de forma dramática cuando rodando en la localidad gallega de Noya, en la torre de una iglesia, perdió el equilibrio, cayendo al vacío. Murió en el acto, claro. Estaba rodando La campana del diablo. Eso sucedió en 1973. Se habían conocido en la Escuela de Cine. Era rubio, alto, de ojos claros, muy guapo. Su desaparición causó a Pilar Miró un comprensible dolor.
Más adelante es cuando vino su intenso noviazgo con el actor Álvaro de Luna: un especialista primero en el cine, buen deportista, que terminó siendo muy popular después de la serie Curro Jiménez. Pilar Miró había alquilado un apartamento en la zona norte de Madrid, calle del doctor Fleming, que convirtió en su nidito de amor. Ella y Álvaro de Luna encontraron después un piso donde pensaban residir, muy enamorados, en el madrileño Parque de las Avenidas. Tanto que fijaron la fecha de la boda: un mes antes Pilar Miró dejó plantado al novio. El buenazo de Álvaro de Luna no podía dar crédito a esa situación. Luego encontró a la mujer con la que recobró la felicidad, que había roto su anterior relación. No hay mal que por bien no venga.
Otros novios fueron apareciendo en la biografía de esta mujer vitalista. Uno de ellos, el periodista Eduardo Sotillos, casado con una palentina, pero que antes de contraer segundas nupcias con su secretaria dio en caer en los brazos de Pilar Miró. A pesar de las buenas maneras de nuestro querido colega, algo debió pasarles porque ella acabó mandando un cactus a Eduardo, modo que ella practicaba para despedirse de quienes ya no eran de su agrado. Parece que luego firmaron la pipa de la paz cuando ella lo nombró director de Radio Nacional de España. Otro periodista de su entorno amoroso fue el asturiano José Luis Balbín, que ése sí que fumaba realmente en pipa, responsable de uno de los programas más añorados de aquella televisión en blanco y negro: La Clave. Bueno, pues Pilar se "pirró" por él como una colegiala. "Es el hombre de mi vida", le confió a su buen amigo, el crítico de cine Diego Galán, autor de una espléndida biografía de "la Miró". Con Balbín convivió una temporada y hasta compartieron algunos viajes, en concreto uno a Suiza. Pero el frío de aquella experiencia también acabó por desunirles, cuando ya la pasión le había desaparecido a la fogosa directora. No debía importarle a ella mucho que algunos de sus amantes ocasionales estuvieran casados. Llegaba hasta pedirles directamente que se separaran de sus esposas. A uno de ellos le remitió una carta, que cayó en manos de su legítima, la que inmediatamente se puso en contacto con aquella para afearle su conducta, notablemente enfadada. Y la respuesta de Pilar Miró no pudo ser más cínica: "No tengo por qué hablar contigo de mi vida privada".
Adolfo Marsillach se convirtió también en fugaz compañero de cama de Pilar Miró a raíz de un encuentro en Barcelona. Resulta que ella no tenía donde dormir esa noche y aquél se apresuró a cederle su apartamento, sin ánimo alguno de "ligue". Se acostaron pero no ocurrió nada. Posteriormente ya sí llegaron al "clímax". Rompieron definitivamente en una escena propia de un buen vodevil. Estaban alojados en un hotel, y una noche Adolfo se fue de farra él solo y acabó regresando a la habitación, muy tarde y con una notable borrachera. Para que su amada no se despertara, procuró hacer el menor ruido posible, con los zapatos en la mano, pero Pilar Miró estaba despierta, esperándolo pacientemente. En tal situación, al actor-director le entró una risa irreprimible, lo que aprovecharía ella para vestirse rápidamente y salir disparada del hotel. Ni que decir tiene que Marsillach recibió en su momento un cactus envuelto en un bonito paquete.
Probablemente, su pareja más duradera fue el montañés Mario Camus, excelente director y guionista, con el que Pilar Miró hizo buenas migas desde los primeros momentos en que se conocieron. Les unía una idéntica atracción por el cine y otra ya de carácter sentimental. Estuvieron juntos desde 1983 hasta cerca de finales de esa época. Luego no supimos más de otras relaciones de Pilar. Contaba Diego Galán de los momentos en que ella se deprimía, creyendo que no le sería posible encontrar alguna vez el equilibrio amoroso en su vida, con un hombre que la hiciera feliz y con el que poder ser madre.
Gonzalo nació el 13 de febrero de 1981. Dado que era madre soltera los apellidos con el que fue inscrito serían los suyos, Miró Romero. Se desvivía por él, le compraba un montón de juguetes, sobre todo si viajaba a capitales como Nueva York. Cuando por sus obligaciones y desplazamientos le era complicado ocuparse de él, le pedía ayuda a la gran periodista de televisión Blanca Álvarez, o a la actriz Mercedes Sampietro (a quien tuvo de protagonista en varias de sus películas, caso de Gary Cooper que estás en los cielos). Pilar Miró había sido compañera del Rey don Juan Carlos de Borbón en las aulas de la Facultad de Derecho de la Complutense. Les unió siempre una recíproca admiración y afecto. Fue precisamente el monarca quien decidió que Pilar Miró se ocupara de la realización en TVE de la boda de su hija Cristina con Iñaki Urdangarín. Sería el último trabajo conocido de Pilar. Preparaba dirigir una película en Argentina. Se le adelantó la muerte. Don Juan Carlos se ocuparía de estar en contacto con Gonzalo Miró, pendiente de sus estudios, y al tanto también, de vez en cuando, de su educación y su vida en general.
Gonzalo Miró, sabido es, después de intentar dedicarse al cine ha acabado siendo comentarista de programas deportivos nocturnos. Un muchacho de buena estatura, tempranamente atacado por la alopecia, de aspecto serio y no precisamente guapo. Pero algo tendrá que atrae a las féminas que conquista, como aquello del agua cuando la bendicen, ya que público y notorio es su bagaje amoroso, con periódicos romances bien publicitados en las revistas rosas, como el más reciente con la cantante Malú. Se enamora a menudo y cambia de amante cada dos o tres temporadas. A veces da la sensación de ser un muchacho triste, retraído, melancólico. Piensa mucho en su madre, seguro.
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