Este 28 de agosto se cumplen setenta años de la muerte del torero que más leyenda arrastra en la historia de nuestra fiesta brava. Ni siquiera los míticos José Gómez "Gallito" (también apodado Joselito) ni el revolucionario Juan Belmonte concitaron tantas evocaciones después de fallecidos. Claro que a ello ha contribuido la expansión a partir de la postguerra de los medios de comunicación. La bibliografía sobre Manuel Rodríguez "Manolete" es la más extensa que se conoce en materia taurina. Pero, al margen de su extraordinaria personalidad en los ruedos está su vida íntima, sobre la que pasamos a escribirles. También en este 2017 se ha cumplido el centenario de su nacimiento, acaecido el pasado 4 de julio. Tan sólo contaba treinta años cuando se fue de este mundo en plena gloria taurina.
No era "Manolete" un hombre de agraciado físico aunque alto, delgado y desde luego acompañado de su leyenda torera, poseía el suficiente atractivo como para que las mujeres se fijaran en él. Mas si en las plazas demostraba su arrojo, sobre todo llegada la última suerte, la de matar, fuera de ellas estaba dominado por una invencible timidez. Sólo en la compañía de sus conocidos más íntimos se libraba de ella mostrando su otra faz, la de hombre dicharachero que incluso se permitía cantar por lo bajinis alguna copla flamenca. Bebía en esas reuniones alguna copa de vino. En noches en las que se veía obligado a festejar algunos de sus triunfos es donde más se explayaba, recurriendo al whisky como bebida más frecuente, lo que no era habitual para la mayoría de españoles, aún poco aficionados a su consumo, por ser además más cara que el coñac o el anís. Respecto al consumo de algunas drogas quien fuera uno de sus amigos, su paisano Rafael Sánchez "Pipo" (que quince años después descubrió a Manuel Benítez "El Cordobés", apoderándolo en sus comienzos) aseguraba haberlo visto tomar algunas veces cocaína, a pesar de que no fuera de los hábitos del matador de toros para superar la tensión y el miedo que estaban presentes en su profesión.
Acerca de su trato con las mujeres: no se le conocieron novias durante sus años jóvenes. Completamente entregado a los sacrificios de su condición taurina e incapaz por su aludida timidez de acercarse por su cuenta a cualquier joven, apenas si cruzaba algunas frases cuando en reuniones donde él era casi siempre el centro de atención se hallaba frente a alguna fémina. Recurría para sus expansiones acudir a ventas o casas de lenocinio, en algunas de las cuáles ya era cliente, y le preparaban una habitación especial con las atenciones de las pupilas que más pudieran atraerle, "El Pipo" llegó a conocer algunas de las manías sexuales de "Manolete", como la de disfrutar en algunas de esas alcobas decoradas a la manera de los "meublés" barceloneses, con espejos en los techos.
Sólo se tiene noticia de que en Córdoba se enamorara de una señorita de buena y acaudalada familia de ascendencia vasca, apellidada Eraso, a la que le costaba acercarse. Y cuando lo hacía era incapaz de sostener una conversación de más de cinco minutos, a veces insustancial. De ese modo, era difícil que cualquier mujer interesada en él pudiera corresponder a sus deseos, por muy nobles que fueran. Y piénsese que estamos refiriéndonos a una época, la de los años 40 del pasado siglo, cuando la sociedad española mantenía unas costumbres sensiblemente diferentes a la vida actual, máxime en una ciudad como la capital de los califas en la que prácticamente se conocía todo el mundo y una dama de acrisolada virtudes no solía dar facilidades a los varones por su cuenta. Si el torero no se decidía a hacerle patente su admiración era casi imposible que esos escarceos amistosos pudieran cristalizar en un noviazgo. Se cuenta que fue invitado por los padres de dicha joven Eraso para almorzar un día y "Manolete" no se atrevió a subir las escaleras de la casa y poco menos salió corriendo. Así es que se esfumaron sus sueños de convertirla en su esposa. A la vuelta de uno de sus viajes supo que se había casado con otro. Fue tal su desolación que de golpe y porrazo le apareció en sus cabellos un mechón blanco, que ya no perdería en su vida. Así se lo confesó al popular periodista de aquellos años José María Carretero "El Caballero Audaz".
Llegada una tarde de 1943, cuando "Manolete" ya gozaba de una gran notoriedad, estando en el bar Chicote de la Gran Vía madrileña, conoció a una bella actriz conocida como Lupe Sino, aunque su nombre y apellidos verdaderos eran los de Antonia Bronchalo Lopesino, (con la vocal o en la primera sílaba del segundo apellido), natural de un pueblecito de la provincia de Guadalajara. Los presentó Pastora Imperio, ya en sus años de retirada del cante y el baile flamencos. En realidad, el diestro se había fijado en ella cuando en una corrida en la plaza de Las Ventas cruzó su mirada con la de la guapa. Pero fue desde aquel día del bar Chicote cuando ya no vivió nada más que para conquistar a Lupe Sino. Se ha especulado con su categoría artística; unos dicen que no pasaba de ser una simple corista, y los menos, que era una estrella. Creemos que hay que situarla en su punto medio: había protagonizado un par de películas, intervenido en otras en papeles más discretos, y en consecuencia no era precisamente una diosa de la pantalla. Eso sí: bailaba, cantaba muy bien y resultaba ser una mujer moderna, audaz en sus vestidos y forma de vivir. A Chicote iban sobre todo hombres: toreros, actores, empresarios y también chicas de alterne. Las mujeres que no vivían de su cuerpo eran las menos. Y ahí hay que situarla a Lupe Sino, aunque tenía un pasado, del que no se ha podido documentar aún si realmente estuvo casada o no con un comandante del ejército rojo, o comisario político, llamado Antonio Rodríguez. Se ha publicado que llegaron a contraer matrimonio, siquiera civil como sucedía esos años en zona republicana. En cualquier caso sí que convivieron un tiempo y él desapareció de su vida, probablemente muerto durante la guerra.
Lupe Sino vivía en la madrileña calle de Hilarión Eslava, en un piso situado en la zona de la llamada Casa de las Flores (donde habitaba temporalmente Pablo Neruda) que ya pagaba ella antes de conocer al torero. Ese fue su nido de amor y donde "Manolete" pasó muchos días de su existencia entre aquellos días de finales de 1943 hasta el verano dramático de 1947. Para disimular un tanto y no quedar entre sus amistades y aficionados como el amante de aquella mujer –que es lo que realmente era, siquiera al principio de su relación impetuosa- seguía teniendo una habitación contratada en el hotel Victoria; habitación que hasta no hace muchos años se conservaba exactamente igual que cuando la dejó el torero para siempre.
A oídos de doña Angustias Sánchez, madre de "Manolete" habían llegado rumores de aquella relación no bendecida por un casto noviazgo, como ella hubiera querido. Madre de ocho hijos de dos matrimonios con toreros, esta mujer albaceteña quería con locura a su único hijo varón, deseando que se casara con una mujer de costumbres cristianas, que pudieran hacerlo feliz dándole hijos y cuidando de un hogar "como Dios manda". Lupe Sino no era precisamente el ideal femenino que doña Angustias pudiera bendecir, sobre la que decía que no sólo había sido ya la mujer de un rojo, sino que "estaba vacía, seca" (es decir, yerma, sin poder tener ya descendencia), y que le habían contado que frecuentaba en Madrid a otros hombres, algunos toreros, como Domingo Ortega y Antonio Márquez. Más de una vez le reconvino que no era una mujer para él, aunque "Manolete" le hacía ver que estaba equivocada. Lo que era indudable es que doña Angustias lo idolatraba, lo quería tanto y él la correspondía de igual modo que llegó a decirse que para el matador de toros cordobés no existía otro amor que el de su madre, con lo que eso pueda contener de comparaciones edípicas.
No era doña Angustias la única persona que no compartía aquel amor hacia Lupe Sino. Su apoderado, don José Flores "Camará" no le tenía simpatía alguna. En el verano de 1947 "Manolete" había decidido retirarse al finalizar la temporada. Y tenía elegida ya una fecha: la del 18 de octubre para convertirse en marido de Lupe Sino. ¿El lugar? Un secreto. Podía ser Córdoba, Barcelona o más probablemente México, para huir de ciertas presiones. Su madre ya le había comunicado que jamás asistiría a aquella boda. No fue necesario. En la tarde del 28 de agosto un toro de la ganadería de Miura, "Islero", le infirió una seria cornada cuando el diestro se lanzó como una centella para acabar con la res. El doctor Garrido y todo su equipo hicieron todo lo posible por mantenerlo con vida. Hasta que de madrugada llegó a Linares el afamado cirujano don Luis Jiménez Guínea y le aplicó una transfusión de sangre, que resultó fatal. De un plasma utilizado anteriormente con soldados de la II Guerra Mundial, procedente de Holanda, que no estaba en condiciones para utilizarse. "Manolete" pudo haberse salvado; en todo caso, le hubieran amputado la pierna derecha. Pero aquella transfusión terminó con su vida.
Todavía consciente unas horas antes, Lupe Sino llegó desde Lanjarón, en cuyo balneario descansaba y curaba de una enfermedad del riñón que padecía. Pero no la dejaron entrar a verlo. Quería casarse "in artículo mortis" con Manuel Rodríguez Sánchez "Manolete". Le impidieron la entrada a la habitación "Camará" y el rejoneador don Álvaro Domecq, íntimo también del torero. Ambos tenían junto a "Manolete" varias cuentas bancarias en común. Si el matador de toros se hubiera casado con Lupe Sino puede suponerse que las cosas hubieran sido distintas a como luego sucedieron. Doña Angustias Sánchez nombró albaceas a los mencionados caballeros para ocuparse de todo lo relativo a la herencia de "Manolete", que murió sin hacer testamento. Imposible de cifrarla en metálico. ¿Treinta millones de pesetas, quizás? Y luego fincas, casas y varias cuentas en España y Estados Unidos. ¡Una fortuna! A Lupe Sino, que no recibió ni un duro de aquel cuantioso patrimonio, la aconsejaron no asistir al entierro. Viajó a Madrid en el coche conducido por Domingo Dominguín. Un tiempo después se fue a México, rodó un par de películas, conoció a un abogado y se casó con él. Se llamaba también… ¡Manuel Rodríguez! Divorciada de éste regresó a Madrid en 1957, a un piso que compró en el paseo de Rosales. El 13 de septiembre murió de un derrame cerebral. Se asegura que en esa misma fecha se lidió un toro en la Monumental de las Ventas de la ganadería de Antonio Álvarez, llamado "¡Islero!" Parecía una burla del destino.