Las cinco. Eran las cinco en punto lorquianas de la tarde del martes 20 de julio de 2004 cuando Antonio Gades expiró en la habitación que ocupaba en el Hospital Gregorio Marañón, de Madrid. A su lado, cuando entornó los ojos, estaba la última de sus mujeres, Eugenia Eiriz, y tres de sus cinco hijos, que tuvo con Pepa Flores (Marisol), María, Tamara y Celia. La primera de ellas lleva usando el apellido paterno, Esteve, para su carrera cinematográfica. Las cenizas del genio del baile serían aventadas en Cuba, como era su deseo, y otra parte de ellas sobre las aguas de Altea, que tantas veces surcara con su barco. Pero, ¿quién fue Gades, además de un renovador de la danza, bailaor y bailarín excepcional, como extraordinario coreógrafo asimismo? Un hombre singular que siempre que pudo fue por libre en esta vida. Seductor incorregible, amador de muchas mujeres, a las que quiso para luego ir olvidándolas como un Tenorio, sustituyendo unas por otras por mucho que a todas les declarase en su momento su amor eterno.
Antonio Esteve Ródenas, que así se llamaba, nació en Elda (Alicante) en noviembre de 1936. Malos tiempos para una familia pobre, la de Vicente el albañil, al que apodaban El Ventana, mutilado. De la izquierda radical fue siempre el futuro artista: "Nunca me olvido de dónde vengo y quién soy". Con once años entró de botones en el estudio de Juan Gyenes, aquel artista húngaro de la cámara que retrató a las mujeres más bellas de su tiempo y a los grandes personajes como Picasso. Tal vez ello llevó al aprendiz a querer imitarlo, aunque no lo lograra. Pasó luego por los talleres del diario ABC en la sección de manipulado. Quería sacar a sus padres de la miseria. Era hijo único. Y no veía la forma. Intentó ser torero, boxeador, ciclista… Todo en vano porque eran sólo sueños. En el ring le dieron un puñetazo que le quitaron las ganas de seguir peleando. Con alguna becerra tampoco le fue mejor. Donde parece que podía defenders era encima de una bicicleta. Una vecina de su casa, sabedora de esas aspiraciones del muchacho, le sugirió que por qué no intentaba inscribirse en una academia de baile que conocía, la de la maestra Palitos. Por probar, no perdía nada.
Tres meses después un agente artístico que buscaba bailarines para una sala lo convenció para que debutara. Hizo unos pinitos en el circo de Price y después en El Corral de la Morería. Y allí fue donde lo descubrió la gran Pilar López, hermana de la legendaria Encarnación "La Argentinita", musa de García Lorca. Quien lo bautizó artísticamente: le dejó su nombre de pila, apellidándolo como la antigua Cádiz. Y así nació para la danza Antonio Gades, cuya biografía en los escenarios hemos de sintetizarla, por otra parte sumamente ya divulgada: fue durante nueve años primer bailarín de aquella gran maestra, pues él no tenía la más mínima idea de mover su cuerpo y los pies. El Estampío lo adiestró en el zapateado; la farruca con El Gato; Antonio Lorca lo puso en antecedentes de la escuela bolera… Amén de que Vicente Escudero fuera su referente siempre. Durante cincuenta años se mantuvo en los escenarios con sus estrenos de El sombrero de tres picos, El amor brujo, El concierto de Aranjuez, Bodas de sangre, Fuenteovejuna… Carlos Saura lo dirigió en tres películas con su Ballet, aunque ya tenía otras experiencias en el cine: Los Tarantos, Con el viento solano, Último encuentro y, la mejor de todas: Los días del pasado. Una Fundación que lleva su nombre recogió su legado en forma de coreografías que se siguen exhibiendo con éxito.
Marujita Díaz fue la primera mujer importante que llegó a su vida cuando él estaba empezando con la compañía de Pilar López. Se casaron en 1964 en una castiza iglesia, la madrileña del paseo de la Florida, donde los frescos goyescos. Pero la boda fue un fiasco. Dos caracteres fuertes enfrentados. En noviembre de 1965 Antonio Gades estrenó en el teatro de la Zarzuela su producción "Don Juan", con textos de Alfredo Mañas y música de Antón García Abril. La censura franquista destrozó parte del libreto. El espectáculo fracasó. Él pidió ayuda económica a su mujer, pero Marujita, muy del puño cerrado, no le abrió el grifo de sus ahorros. Esa fue la razón principal por la que se dijeron adiós. Y como no podía estar sin una hembra encontró en la bailarina y actriz Pilar San Clemente a su nueva compañera, con la que tuvo dos hijos entre 1968 y 1971, Elsa e Ignacio. En su "curriculum" sentimental figura un nombre importante, el de Gina Lollobrígida, que se sintió muy atraída no sólo por los bailes del artista.
Una noche de 1973 en la que me encontraba presenciando un espectáculo en Florida Park, sala del Parque del Retiro (ahora transformada en un negocio de hostelería) vi aparecer muy contentos a Antonio Gades del brazo de Marisol, el gran mito del cine español de los años 60. Hacían buena pareja. Media docena de reporteros gráficos los asaetearon con sus "flashes". Aunque el bailarín no era amigo de que nadie se inmiscuyera en su vida privada, en esa velada sí que aceptó ser objeto de los fotógrafos. Me susurraron que había sido él mismo, o alguien de su entorno, quienes los había avisado a medianoche, cuando abandonaron el restaurante en el que habían cenado, propiedad del propio Gades. Y a partir de entonces ya no se dejaron, viviendo con pasión durante trece años, tiempo en el que nacerían sus tres hijas, ya mencionadas al principio. Marisol fue dejando poco a poco sus obligaciones artísticas, el cine y las canciones, y ya convertida en Pepa Flores grabando con mala gana, sólo porque así la obligaba su contrato discográfico con la firma Zafiro. Se entregó totalmente a su pareja, quien la llevó a militar en un partido comunista radical. Gades fue nombrado en 1978 director del Ballet Nacional de España hasta que lo cesaron en 1983 y pasó a crear una compañía en cooperativa con Cristina Hoyos de primera bailarina. En 1982 Antonio Gades y Marisol simularon una boda en La Habana sin validez alguna en España, de puro carácter civil ante Fidel Castro y la bailarina Alicia Alonso, que se ofrecieron como padrinos en la ceremonia. Antonio Gades siempre mostró su simpatía hacia el régimen cubano y el dictador de las luengas barbas lo honró al morir, permitiendo que parte de las cenizas del bailarín reposaran en el Mausoleo de los Héroes de la Revolución Cubana.
Los primeros años de su unión con Marisol fueron dichosos, sin complicaciones. Pasaban mucho tiempo, siempre que él no actuara con su compañía, en Altea, donde tenían una casa y un barco. Parecía que Marisol había encontrado su alma gemela, después de su desdichado matrimonio con Carlos Goyanes. Pero Antonio Gades, fiel a su conducta de mujeriego a tiempo completo, dejó de serle fiel. Ella terminó yéndose a Málaga, con sus hijas. Y él se dedicó a viajar a menudo a Suiza, donde había conocido a una dueña de una cadena de cines, la atractiva rubia Daniela Frey, que fue su amante desde 1998 hasta 1993. No se le conocieron otros ligues posteriores hasta la llegada del nuevo siglo, pero no sería raro en él que retozara con otras mujeres, sabiendo su condición seductora. Digamos que en esa década de los 90 estaba muy entretenido con su nuevo proyecto, que fue llevar al terreno de la danza la inmortal tragedia Fuenteovejuna, que paseó desde el teatro de la Ópera de Génova hasta llegar a ofrecerlo en Japón y luego ya en España. Como protagonista de aquella función realizaba un trabajo extraordinario pero le causaba gran esfuerzo físico. Lo cuál resultaba lógico, pues se acercaba a los sesenta años. Y decidió ocuparse ya sólo de su coreografía, de sus futuras producciones, y no bailar nunca más.
Una irreversible enfermedad iba minando su salud. Las últimas imágenes que se emitieron saliendo de su casa madrileña eran patéticas. En esa postrera etapa de su vida había encontrado el consuelo, la ayuda y el amor de su última mujer, Eugenia Eiriz, con quien apenas convivió un año hasta su hora final el 20 de julio de 2004.