No parece habitual, pero Paola de Bélgica (o de Lieja, como ha sido comúnmente conocida también) está festejando estos días su próximo ochenta cumpleaños, un par de meses antes de la fecha debida. Vino al mundo el 11 de septiembre de 1937, en la Toscana. Princesa Ruffo de Calabria, desciende del Marqués de Lafayette, líder francés de la independencia de los EE.UU. Y en Waterloo, ciudad que nunca olvidarían las huestes napoleónicas, ha tenido lugar fechas atrás el primero de los homenajes que espera recibir de cuantos la quieren, como sus tres hijos, empezando por el actual monarca belga Felipe y su esposa Matilde. Con sus cabellos totalmente encanecidos, conservando los rasgos de su belleza, Paola de Bélgica partió una monumental tarta, de la que dieron buena cuenta sus invitados.
La historia sentimental de esta princesa de nacimiento (no hija de Reyes, pero con ese tratamiento que se da entre la aristocracia centroeuropea e italiana en este caso) daría para muchos capítulos, digna de las novelas románticas de los siglos XVIII y XiX, cual heroína de Gustavo Flaubert: ya saben, aquella cortesana llamada madame Bovary.
Era una veinteañera cuando conoció al sucesor de la corona de los belgas, que ostentaba el rey Balduino, su hermano mayor. Alberto de Lieja, que tenía tres años más que ella, se enamoró como un colegial nada más contemplarla: rubia, de ojos claros, desenvuelta, minifaldera y con aire inequívocamente juvenil, cual anticipo de lo que más tarde se tildaría como "chica ye-yé". El encuentro sucedió en 1958, en Roma, durante los actos de la coronación del Papa Juan XXIII. Un año más tarde contrajeron matrimonio. Era un día lluvioso, 2 de julio de 1959, hace por tanto ahora cincuenta y ocho veranos, en la catedral de Santa Gúdula, en Bruselas. Paola de Bélgica revolucionó en seguida las costumbres de una aburrida Corte, comenzando por el matrimonio regio formado por Balduino y Fabiola, poco dados a fiestas fuera de las conmemoraciones oficiales. La nueva princesa, a la que pronto le adjudicarían el calificativo de "rebelde" chocó pronto con sus cuñados, de carácter severo.
Lo de usar faldas por encima de la rodilla podía ser lo de menos, con ser de por sí una inconveniencia palaciega. Se presentó un día con minifalda a las puertas del Vaticano y la Guardia Suiza, implacable, le cerró el paso. Aquella no era la forma de acudir a una audiencia con Su Santidad. Incidentes no le faltaron en aquellos primeros años 60. Con ocasión del magnicidio del Presidente John F. Kennedy, Paola no se recataría en comentar: "¡Qué fastidio! ¡Con lo que me ilusionaba la fiesta de esta noche, que ha sido suspendida…!".
La princesa iba de vez en cuando a las discotecas de moda, sin importarle el qué dirán. Tarde o temprano –se veía venir– al enterarse de que su marido, a la chita callando, menos expresivo que ella en ese sentido pero un "donjuán" redomado, la engañaba con una baronesa, no se soltó un pelo y le devolvió la jugada, poniéndole los cuernos sin ningún rubor. En tanto Alberto de Lieja frecuentaba a Sybille Selys Longchamps, de casada Sybille Boel, hija del embajador de Bélgica en Grecia, Paola se lo pasaba "pipa" en las costas de Cerdeña con el conde Albert Adrient de Munt (también es casualidad que se llamara Alberto). Era fotógrafo de París-Match, un caradura que citó a varios reporteros amigos a la playa de Porto Redondo, con el exclusivo fin de que se descubriera su "liaison" con la princesa, que apareció con un breve biquini, lo que efectivamente originó un serio escándalo en toda Europa, pero sobre todo como es de imaginar en la algo apolillada Corte belga. Los semanarios de la época, muy recatados si los comparamos con la prensa actual, incluyendo la muy influyente publicación de la realeza Point de Vue no tuvieron más remedio que hacerse eco de aquellas debilidades, tanto del príncipe como de su esposa. Que tendrían tres hijos: Felipe, Astrid y Laurent.
No fueron aquellas infidelidades mutuas las únicas que protagonizó el principesco matrimonio. Porque Alberto de Lieja mantuvo líos sucesivos con la modelo Memphies, la actriz Elizabeth Dolac y un sinfín de coristas o damas de buen ver que se cruzaban en su camino. No era tampoco un galán de cine, aunque sin duda atractivo y desde luego orlado por su condición de sucesor a la Corona. Mas por lo sabido se le escapaban pocas de las que les echara el ojo. Por su parte, Paola también fue completando una biografía amorosa nada desdeñable. Se decía que el financiero italiano Aldo Vastapone era el padre biológico de su tercer hijo, Laurent. Pero sin duda la relación de la princesa con el cantante Salvatore Adamo fue la que más ruido produjo. Para las revistas rosas aquello era una mina. No había semana que no se abundara en los encuentros secretos entre Paola y el creador de hermosas canciones románticas, como "Mis manos en tu cintura", "La noche", "Cae la nieve"… Hasta el almibarado cantautor le dedicó una melodía también: "¡Oh, dulce Paola!". Aquello parecía una declaración en toda regla: "Paola, en el fondo de mi corazón / conservo al igual que de una bella flor / el recuerdo de tu dulzura. / Hoy he visto de verdad / a una paloma, amor…".
Estaba claro que Alberto podría aducir serios motivos de que su mujer lo engañaba, pero hubiera sido un cínico de insistir mucho en ello, porque se supo que había tenido una niña con la mencionada baronesa Sybille, Delphine, fruto de unas relaciones que duraron nada menos que dieciséis años. El príncipe no tuvo más remedio que reconocerla. A Sybille le contaba lo desgraciado que era con Paola y su amante se condolía con él contando que también ella había fracasado en su matrimonio. Evidentemente la situación entre Alberto y Paola incomodaba demasiado a Balduino y Fabiola. El rey llamó a su hermano para que considerara su vida disipada, y para que reconviniera a su esposa que el comportamiento de ésta no era el más apropiado para una princesa, madre de tres hijos. Alberto pidió a su hermano, el Rey, que le autorizara a pedir el divorcio. Obtuvo una rotunda negativa, habida cuenta del acendrado catolicismo de los monarcas belgas.
Recuerdo un verano en el que encontrándome en la Costa del Sol supe de un viaje relámpago de Alberto de Lieja a "Villa Astrid", el chalé que Balduino y Fabiola tenían en Motril y, como en esos días se especulaba con la situación límite a la que habían llegado los príncipes belgas intenté acercarme hasta el lugar, consiguiendo, tras burlar a unos guardias civiles que hacían guardia en un camino de caña de azúcar, alcanzar la puerta principal de la residencia de los Reyes. Aquello me sirvió únicamente para saber que al día siguiente el príncipe volvería a Bruselas. Un colega de France-Press, que me acompañaba dedujo conmigo que Balduino le había echado un buen rapapolvos a su hermano. Y creo que acertamos. El Rey ya dispuso en su día que los príncipes debían abandonar el palacio real de Laeken y ocupar en el castillo de Belvedere sendos apartamentos, pero distanciados, cada uno en un ala diferente. Asistían a actos protocolarios como si nada les pasara en sus vidas, disimulando. Ni más ni menos que con el mismo comportamiento ahora de nuestros Reyes eméritos.
Pasaron los años. Y en 1984, con motivo de sus bodas de plata matrimoniales, Alberto y Paola se reconciliaron. Desde entonces su vida familiar fue tranquila, diríamos que irreprochable. En 1993 murió Balduino, en la antes citada residencia de "Villa Astrid" de la costa granadina. Se había comentado tiempo atrás que el Rey había desheredado a su hermano. Si lo hizo fue sólo ante Alberto, pero no se encontró documento oficial alguno que lo atestiguase. Así es que éste y Paola ocuparon el trono belga. Hasta que el nuevo monarca abdicó en 2013 en favor de su primogénito Felipe (que era el preferido de su tío Balduino para sucederle), hoy como es sabido el Rey de Bélgica. En lo que respecta a su madre, Paola he tenido en los últimos años algunos problemas de salud, lógico a su edad, desde una fractura al caerse hasta unas arritmias cardíacas, pero en general su existencia transcurre sin más problemas, de un modo apacible y feliz. Nada que ver con su turbulento pasado en sus años de juventud.