Un año de la cogida de Víctor Barrio, grabada por su mujer Raquel
Se cumple un año de la trágica muerte del torero Víctor Barrio.
Las mujeres, tradicionalmente, nunca han ido a la plaza para ver torear al esposo, al hijo o al marido. Los tiempos han cambiado. Así, de memoria, recuerdo que en los años 80 quien fuera esposa de Vicente Ruiz El Soro, Suzette, de la que se divorció, me contó que prefería ir a verlo torear que esperar en casa su llamada de teléfono. Rocío Jurado, así me consta, acompañaba a José Ortega Cano a algunas localidades donde estuviera anunciado, pero se quedaba en un hotel, confiando en que regresara sano y salvo. Concha Márquez Piquer se atrevió en alguna ocasión a presenciar algún festejo de Curro Romero, con pañuelo a la cabeza y gafas oscuras, para no ser reconocida. Pero como el diestro de Camas tenía muchas tardes desafortunadas determinó quedarse en su hogar, y así evitaba escuchar epítetos poco gratos.
Hace justo un año, el 9 de julio de 2016, una guapa joven segoviana, de treinta y dos años, Raquel Sanz Lobo, cámara en ristre, tomaba imágenes de un torero espigado, valiente, de esperanzador porvenir, llamado Víctor Barrio. Salvo los parientes que la acompañaron esa tarde al coso de Teruel, casi nadie sabía entre los espectadores que se trataba de la mujer del diestro. Presentía que iba a triunfar, saliendo en hombros de la plaza y estaba muy atenta a la faena, para no perderse el más mínimo detalle. De pronto, en unas décimas de segundo, la tragedia: "Lorenzo", un toro de la ganadería de Los Maños, de 530 kilos, prendió al matador, empitonándolo por el costado derecho, atravesándole el pecho. Víctor Barrio fue llevado en volandas a la enfermería, adonde llegó ya exánime. Raquel Sanz lo había grabado todo en vídeo pero desde entonces no ha querido contemplar de nuevo aquella escena en la que su marido entregaba su vida por su pasión taurina. Sólo tenía veintinueve años. Ella fue de las primeras personas que llegó a la enfermería. Y después, otros familiares: Domingo, su padre, o el del diestro, su suegro, Joaquín. Lloraban los hombres de plata, los peones de la cuadrilla de Víctor Barrio. Y poco a poco, conforme se extendía la noticia por los tendidos, muchos de los espectadores se santiguaban. Aquella corrida, suspendida a partir del cuarto toro, la retransmitía Telemadrid, en directo, y pude ver con dolor cómo en una mínima fracción de tiempo aquel muchacho alto, vestido de luces moría en el centro del ruedo turolense. Dos días después, con el llanto y el recuerdo de sus compañeros y aficionados, los restos de Víctor Barrio eran incinerados.
Raquel y Víctor se conocían desde temprana edad, oriundos de la misma provincia, Segovia. Él, natural de Grajera; ella, de Sepúlveda. Aunque de chaval siempre le gustaron los toros, no siendo muy amigo de estudiar se puso a trabajar en el campo de golf propiedad de su familia, dueña además de una constructora e inmobiliaria. Parecía que pudiera dedicarse profesionalmente a ese deporte, o al menos para dar lecciones a jóvenes practicantes. Pero "el veneno del toro" lo empujó cuando tenía veinte años y desde entonces hasta su muerte su obsesión fue llegar a figura del toreo. Estuvo a punto de conseguirlo. Entre tanto, Raquel Sanz, descendiente asimismo de una acomodada familia, estudió en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad Complutense. Pasó como becaria por Antena 3, luego Telecinco y Telemadrid. Como estaba muy enamorada del torero, con quien contrajo matrimonio en el otoño de 2014, no vaciló a la hora de elegir su futuro, dejando su trabajo en Madrid para montar su hogar en Sepúlveda, su pueblo natal, en un lugar privilegiado, junto a la Plaza Mayor, entre esos afamados mesones donde se come un riquísimo cordero asado.
Para no estar inactiva, Raquel Sanz se convirtió en la mejor agente de prensa de su marido, atendiendo su portal de Internet para llenarlo de noticias sobre la agenda profesional de Víctor Barrio. Fue también cabeza de lista del PP en las últimas elecciones municipales en Sepúlveda, y después en el quinto puesto figuró en las de las Cortes de Castilla y León, por la provincia de Segovia. Si ella lo seguía de plaza en plaza, allí donde él toreara, Víctor procuraba también acompañarla a sus compromisos políticos. Ya nada ha sido igual para ella desde la funesta fecha del 9 de julio pasado. La casa de Sepúlveda le trae felices recuerdos, sí, pero amargos si los relaciona con la ausencia de su marido. Por eso ahora vive en Valladolid. La excelente periodista Consuelo Font ha publicado la más completa información sobre su drama, apuntando que en soledad en la capital castellana la acompaña únicamente su perro. Ni siquiera tuvo fuerzas ni ganas de asistir a las honras fúnebres de Iván Fandiño. Mandó una corona de flores. Víctor sigue presente en su vida, cada minuto que pasa. No tuvo otro amor que él. Preside una fundación para que el nombre de su marido quede en la memoria de muchos y pueda ayudar a los jóvenes.
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