Se acaban de cumplir veintidós años de la dramática muerte de Antonio Flores, el hijo de Lola, que prescindió de su primer apellido para anunciarse. Treinta y tres contaba entonces. Fue la fatídica madrugada del 29 al 30 de mayo de 1995, en la caseta de "El Lerele" que su madre le había instalado en el jardín de la vivienda familiar, en el Soto de la Moraleja. Antonio Flores estaba desesperado desde que dos semanas atrás ella muriera. No dormía. Lloraba, escribía letras de canciones, ensayaba notas con su guitarra o, simplemente, soñaba mirando las estrellas. Las noches se le hacían eternas. No quería estar solo. Y en esa madrugada lo acompañaban dos amigas, Irene y Chelo Chamorro. Se despidieron mientras él se introducía en el borde de la piscina con un vaso de whisky entre las manos. Luego se acostó. No volvió a despertarse. Las dos hermanas lo encontraron muerto cuando el día comenzaba a nacer.
El dolor desde entonces no ha desaparecido en la vida de su hermana Rosario. Con ella es con quien más complicidad tenía Antonio, por cuestión de edad, más que con Lolita. Y también porque se entendían mejor en todo. No digamos a la hora de ensayar una canción. "A mí se me sigue rompiendo el corazón cada vez que veo una foto de mi hermano, un vídeo suyo, una imagen". Han unido sus voces en el último disco de Rosario, "Gloria a ti". Un tema inédito que él dejó maquetado antes de su muerte. Estas grabaciones recientes contienen recuerdos muy sentidos para ella. Porque le canta asimismo a Manolo Tena, otro que se fue antes de tiempo, quien le compuso sus primeras canciones, tres de ellas escritas a medias. Y con el fondo de guitarra de Tomatito, Rosario le canta también a su madre. La reina del gypsy pop, como la llaman, ha utilizado diversos ritmos ya habituales en anteriores discos, entre la rumba catalana, la caribeña, el funk, el rock, el toque de la balada pop…
Rosario recoge ahora, a sus veinticinco años de carrera, los frutos de su dedicación al arte que lleva dentro. Porque ya resulta tópico insistir en que hay buenos intérpretes y otros que, además, están tocados por una varita especial, la magia de quien es artista. Y nadie discute que Rosario no lo sea. La prueba es que va a celebrar por todo lo alto esa efeméride de sus bodas de plata musicales actuando en el Teatro Real de Madrid el próximo 28 de julio, dentro de la programación del Universal Festival 17, coincidente con el Bicentenario de ese coliseo, templo de la música clásica, de la ópera especialmente. Ya hace varias décadas que su escenario se abrió también para artistas de otros géneros, sobre todo del flamenco, dándole así la categoría que nunca tuvo, desde aquellos lejanos tiempos en los que el cante jondo no salía de las tabernas y las cavas andaluzas.
Rosario tiene cincuenta y tres años. Conserva su figura juncal de siempre. Dicen que siempre fue la rebelde de la familia Flores. Se atrevió un día a salir en pelota picada en una película. Y, sabido cómo han sido siempre los gitanos para estas cosas, su padre, Antonio González el Pescaílla le armó una bronca de aúpa. Aunque el enfado se le pasó pronto. Claro que cuando llegó la noche del estreno, él no acudió al cine. Ella y su hermana Lolita coinciden en que su progenitor era un ser de pensamiento libre que les dejaba hacer lo que quisieran… dentro de cierto orden. Recuerdo que Lolita me contaba que no se atrevía a fumar delante de su padre.
La primera de las dos hermanas que se independizó fue Rosario. Tenía un novio camarero y les hice un reportaje por el que la revista en la que trabajaba yo entonces les pagó ciento cincuenta mil pesetas. Un buen dinerito. Ella admitió mucho después que aquello de "poner el cazo" no quiso repetirlo más, pero que en esa época la "pastizara" le vino que ni pintada. No se conocen muchos amores en su vida. Recuerdo que estaba muy interesada por Enrique San Francisco, el de los cabellos rubios revueltos y la mirada como de haberse levantado de la cama, gran actor, que era muy amigo de Antonio Flores. Pero aquello no pasó de una relación pasajera. Con el argentino Carlos Orellana, modelo como salido de una película del Oeste, en cambio, intimó más estrechamente, y de la convivencia les nació una niña. Lola, que hoy tiene veinte años. Mas tampoco la pareja acabó por estabilizarse del todo, hasta que rodando unas secuencias de Hable con ella, el ayudante de dirección de Pedro Almodóvar se encandiló con Rosario: Pedro Manuel Lazaga Bustos. Hijo de uno de los mejores realizadores de comedias cinematográficas, Pedro Lazaga y de la bella actriz Maruja Bustos. En abril de 2006 decidieron casarse ante un juez. Y unos meses después les llegó su hijo, al que pusieron el doble nombre de los padres de ambos, Pedro Antonio.
En su matrimonio Rosario parece haber encontrado ese equilibrio que necesitaba. Probablemente hicieron separación de bienes al casarse. Lo cuento porque circula por ahí un chisme referente a su marido, acusándolo de llevar unos meses sin satisfacer los recibos de su Comunidad de Vecinos. Habrá sido un olvido pasajero. Porque tengan o no las mismas cuentas, a Rosario se le calcula un patrimonio superior a los tres millones de euros. Al menos es en lo que se valoran sus dos empresas, una de ellas la de sus actividades artísticas y la otra de un negocio de salones y juegos recreativos. La buena posición económica de Rosario, que bien se la ha labrado con sus múltiples conciertos, le ha posibilitado ayudar a su hermana Lolita, quien tiempo atrás pasó por un serio bache, cuando quebró su tienda de ropa infantil y no pudo hacer frente a sus proveedores, y luego además Hacienda le reclamó ciertos impagos. La llamada familiar de los Flores, que fue siempre un "clan", una piña. Eso es bonito.