Cuatro años se han cumplido en abril de la inesperada muerte de Sara Montiel. Y dos hará en junio del óbito de Maruja Díaz. La primera tenía cuatro años más y comenzó su andadura cinematográfica en 1944, y la sevillana lo hizo en 1948. Fueron dos artistas singulares: la manchega se significó en un género caduco, el cuplé, en culebrones mexicanos y en argumentos folletinescos, aunque intervino en algunas producciones de Hollywood que la convirtieron en la única estrella de su tiempo con pasaporte internacional, en tanto la segunda tuvo más relieve en cintas folclóricas y en otras rodadas en Argentina y Chile donde mostró su faceta tragicómica, que tal vez no supieron aprovechar los directores. Cara al público Sara Montiel se dedicó a su variado repertorio de cuplés y boleros, fundamentalmente, y Marujita Díaz a las coplas y los tangos, aunque alguna vez hizo incursiones al "music-hall" y a la comedia musical.
Cada una tenía su público y mantuvieron sus cualidades hasta mediados de los años 70. Pero se empeñaron en estirar su carrera cuando ya física y artísticamente habían perdido facultades de forma ostensible, al punto de servirse a veces en los escenarios del humillante play-back, sobre todo la andaluza, en un inútil ejercicio de engañarse a sí mismas. Con el nuevo siglo utilizaron las cámaras de televisión para aparecer en tertulias delirantes, fingiendo estar enemistadas, con tal de "pasar por contaduría" y percibir una acordada remuneración. Triste final de dos divas, que no supieron retirarse a tiempo, sin importarles caer en la caricatura cuando no en el ridículo, coreadas únicamente por esa legión de fanáticos, exaltados mitómanos que poco menos pretenden que sus ídolos duren toda una eternidad y se enfadan cuando se les hace ver lo inconveniente de esas presencias marchitas.
Todas las folclóricas han presumido siempre de llevarse bien, cuando bien sabemos que a espaldas se han criticado mutuamente hasta la extenuación, cuando no acusándose de no tener seguidores, entrecruzándose pullas sobre el estiramiento de la piel y las visitas al milagroso cirujano facial. Sara Montiel y Marujita Díaz confeccionaron a su modo y manera unos guiones, no escritos pero previamente pactados entre sí para aparecer en esos programas televisivos "del corazón" de hace pocos años. Así, pueden ustedes mismos recurrir a Youtube para regocijarse con grabaciones de ese reciente pasado. Era un duelo de divas levantando cada una su particular hacha de guerra. Marujita echaba en cara a "la Montiel" haber inventado un montaje con la boda del cubano, a la que no fue invitada. "Se me olvidaría", retrucaba la de Campo de Criptana. "¡Mentirosa!", atacaba la otra haciendo chiribitas con sus ojos, una de sus habilidades.
En ese imaginario ring del estudio de televisión, donde Maruja mostraba a la cámara sus alhajas, sacadas la víspera de la caja fuerte de un banco frente a una Sarita no menos enjoyada, aquella le echaba en cara que la imitaba. Algo que creemos irreal por cuanto el estilo de una y otra estaba más que delimitado hacía mucho tiempo. Pero "la Diaz" quería más fuego en ese simulacro de llevarse "a matar" con su oponente, y pasaba a recordar a la audiencia la comida que tuvieron en presencia de unos productores de cine, en la que Maruja se esforzó en preparar ella misma un apetitoso menú, al que renunció Sara, que apenas si se llevó a la boca una hoja de lechuga. Cuando aquellos productores abandonaron la casa de la anfitriona, ésta, hecha una furia, puso verde a su invitada de honor: "¡Pero cómo has tenido la cara dura de no probar mis recetas cuando la pasada semana te pusiste morada con tres huevos fritos con patatas…!" A lo que una imperturbable Sara Montiel se defendía de esta manera: "Llevas razón, hija. Pero sepas que cuando cenas con un productor te has de comportar muy sobria, porque si ven que comes como Carpanta no te contratan".
Vuelta a lo de quién imitaba a quién. "Yo no, desde luego. Con mi temperamento…", argumentaba Maruja. Y luego, Sara: "A ti lo que te hace falta es un buen cirujano, porque esos morritos que llevas…". Y así, todo el rato que duraban sus trifulcas en televisión. Tenían en común que sus dos últimos amores eran cubanos: un desenfadado conquistador de damas de cualquier edad, Dinio García, al que Marujita Díaz invitó un día a venir a España, lo paseó como su amante, disfrutó al verse otra vez en las revistas rosas, hasta que el espabilado acompañante por horas fue buscándose la vida por su cuenta; el otro compatriota, Tony Hernández, resultó ser un contumaz admirador de la estrella de El último cuplé, de quien guarda en su casa de La Habana toda clase de material publicitario: fotografías, carteles, recortes innumerables de revistas de cine, discos, películas… Tenía más recuerdos que la propia protagonista. Y de aquella pasión coleccionista, tras conocerla en la capital cubana, pasó a declararse como el más rendido de sus "fans". La diferencia de años entre ambos –más de treinta– no parecía ser el mayor obstáculo para que se quisieran, pero a ojos de cualquiera, tras contemplarlos, una vez que escuchábamos sus cursis argumentos, muy en particular los del atildado y supuesto fogoso pretendiente, la cosa parecía ir de sainete. ¿Cómo una mujer tan experimentada con los hombres, que era el caso de Sara Montiel llegó a esa situación? ¡Pues se casaron por lo civil! y alertados los reporteros de las revistas y las televisiones ante el Ayuntamiento de un pueblo de la sierra madrileña, la novia aun tenía la jeta de negar su boda, gritando aquello de "¡Pero de qué montaje habláis…!" Habían vendido la exclusiva a ¡Hola!, naturalmente. Parece que el enojado novio se quejó, cuando aquella disparatada pareja hizo aguas, de no haber recibido un euro de aquella pantomima. Maruja Díaz no se calló la boca en otra de esas tertulias, echándole en cara tan pintoresca unión matrimonial. Y así pasaron varias temporadas entre invectivas mutuas, muy bien remuneradas en Telecinco y Antena 3. Algunas revistas del corazón también "soltaban la mosca" en alguna exclusiva casera, sobre todo de "la Montiel", cuando lograba convencer al levantisco de su hijo y a la más apaciguada hija para que posaran a su lado. Así le han pagado luego cuantos desvelos hizo la actriz por ellos, quienes van vendiendo poco a poco lo que heredaron (joyas, cuadros, relojes, artículos de decoración y regalo) para ir tirando porque el chico "no da un palo al agua" y ha fracasado en su intento de ser cantante.
A pesar de que Sara y Maruja se insultaran públicamente sin ningún pudor, en algunos de los momentos de mayor tensión reconocieron que eran "como hermanas", que hubo un tiempo incluso que esta última tuvo como ocasional inquilina a la primera. Puedo contarlo en primera persona, ya que publiqué en la revista donde yo trabajaba entonces la exclusiva de marras: Sara Montiel viviendo en casa de Marujita Díaz. ¿Por qué ésta última la invitó a pasar varias semanas con ella?
La muerte de la madre de Sara Montiel fue un duro golpe para la estrella manchega, quien padeció una fuerte depresión. Muy pocos supimos que algunas madrugadas dejaba su vivienda de la madrileña plaza de España y se marchaba al cementerio de la Almudena a rezar horas y horas ante la tumba de doña María. Y así, días y días. La única persona que logró sacar a su amiga y colega de aquel estado fue Maruja Díaz, invitándola primero a pasar unos días en su chalé de la Costa del Sol y después en el de Madrid, "Piedras Negras", aquel que le regaló espléndidamente quien fuera su primer marido, Espartaco Santoni. Allí me recibieron para realizar el reportaje, en presencia de la madre de Marujita, una señora de otoñales y bellos cabellos blancos que con su dulzura hacía más agradable aquella estancia. Sara me manifestó su agradecimiento hacia su anfitriona, lo que influyó para que poco a poco se fuera mitigando su dolor. Así venció su depresión. Me contó que había conocido a Marujita Díaz el año 1956, presentadas por quien había sido novia de Manolete, Lupe Sino. Rivalizaban en quién hacía la mejor comida, asunto en el que acababa imponiéndose la manchega con sus recetas de huevos con ajos, y gachas con tortas de almorta, mientras a su vez, Maruja preparaba unas deliciosas almejas a la marinera. Otras horas del día las dedicaban a probarse ropa. Y a "cuchichear" cuanto contaban las revistas semanales. Era el tiempo en que Marujita Diaz acababa, meses atrás, de representar Caridad de noche, aquella comedia musical que había llevado al cine Shirley McÑaine, y Sara Montiel iba gestando el que iba a ser su próximo espectáculo, "Sara Montiel en persona". Primavera de 1970, cuando habían olvidado antiguas discusiones "a la greña" y demostraban ser amigas del alma en aquellos momentos tan difíciles para una de ellas. Nos quedan en la retina aquellas escenas de confraternidad. Aún estaban lejos de "pelearse", siquiera fingiéndolo, cuando la decadencia había llegado a sus vidas.